(Para pensar y reir)
En una lejana vereda del municipio de “Tres Esquinas”, tierra adentro
del extremo sur de Colombia, existe una choza escondida entre robustos árboles de la tupida selva. En ella
habita una familia campesina de Antioquia, región poblada por soñadores andariegos y buscadores
de fortuna. Enterrados en aquel olvido y dedicados a la tarea de sobrevivir sin
los costos de la mundanal economía, aquellos campesinos cultivan y comen lo que
la generosidad de la tierra les da de sus entrañas como recompensa al duro y extenuante trabajo de todos. José, que
es el jefe de hogar, se encarga, desde la madrugada, de labrar la tierra sobre el
lomo de madre natura que nunca se cansa
de producir maleza y arbustos para ellos inútiles, a los que el campesino paisa tiene que arrancar de la
tierra negra para que su mujer y sus dos
pequeños y robustos hijos varones sobrevivan a salvo del ataque de animales salvajes que compiten con el furor
templado de las inclemencias del clima. La
malicia de José es conciente de estar exiladada
en esas lejanías donde los muchachos no
pueden asistir a la Escuela porque la más cercana está a dos días de camino y por
ello mejor se dedican a trabajar cuidando a los tres perros guardianes, de raza accidental y
por lo tanto desconocida, a una gata caza culebras en edad de merecer, un
conejo muy roedor y enamorado, una tropilla de gallinas ponedoras, cuyos huevos,
por supuesto son muy apetecidos; dos
marranos rosados para levante y engorde, varios loros domesticados que hablan lenguas
extranjeras que nadie sabe como fue que las aprendieron, y otros animalitos de selva, que domesticados
parecen caseros, que viven muy activos
en la reproducción que llevan a cabo sin controles entre la exuberante selva que los rodea. A este
cuadro hay que agregarle, viejas herramientas
de labranza, filudos machetes y algunos cuchillos aportados por
José porque le son muy útiles para ayudar
a obtener el pan de cada día.
Entre aquella fauna doméstica, cultivos de pan comer y hierros oxidados, se destaca la buena amistad
que existe entre el hermoso conejo gris
con pecas negras sobre el lomo y la
gata de seis meses de la que éste anda enamorado, como si supiera que es
blanca como un pomo de algodón y tiene de día los ojos de miel y de noche de
color rojo de fuego que le ha ganado el título familiar de “Gata del demonio”
que hace parte inevitable de esta
historia, porque del devaneo entre gata y conejo, que resultó ser algo muy parecido al amor, resultó
un extraordinario fenómeno, resultado casual de la vida en un día cualquiera entre el aroma de la
naturaleza húmeda y el sol de mediodía, a la hora en que el calor saca los perfumes de la selva madura
y los esparce por doquier sobre las alas
sin plumas del viento.
Antes de continuar tenemos que aclarar que aquellos campesinos no
conocen las ilusiones, ya que hablan poco entre ellos debido a que conocen muy
pocas palabras del idioma y porque ninguno sabe leer ni garrapatear letras
sobre el papel. Escasamente se llaman por sus nombres y a veces lo hacen solo cuando apremia la necesidad o cuando se apuran los unos a los otros, en
particular los domingos, cuando haben el
viaje obligado al pueblo cercano a oír la Santa Misa.
“Tres esquinas”, es mejor dicho,
un caserío que la Familia Hoyos visita los domingos, cuyos habitantes, que son
muy pocos, se conocen entre sí aunque
desconozcan lo que se llama
civilización. En fin, Los Hoyos que son Católicos, van allí, no porque los
acosen los pecados, sino para combatir el aburrimiento y por supuesto, con la intención de que los
vea el Cura, que se encarga de hacer cumplir a los pocos fieles que la iglesia
tiene,con los deberes sacramentales porque, valga decir que los tiene temerosos de la ira de Dios destinada a quienes
se oponen a sus designios. Después de los rituales dominicales en la iglesia, ellos circulan por ahí, sin rumbo fijo, observando a discreción
a los habitantes del miserable lugar abandonado de la suerte y viendo a
los recién nacidos destinados a sobrevivir poco, gracias a las inmundas enfermedades desconocidas que les
llegan de la selva. Deambulan imaginándose lo que sus padres hacen con lo
que Dios les da y miden con una mirada
de reojo, sus progresos según las
bestias que montan y los vestidos nuevos que se ponen los fines de semana unos pocos que son los que
tienen con qué comprarlos.
Los Hoyos no recuerdan ni les interesa saber quien bautizó a ese pueblo miserable con el
nombre de “Tres Esquinas”, aunque José dice
que es por los tres caminos que solo llegan hasta las puertas de la
iglesia (que nadie cree que sean
ciertamente las del paraíso), y porque está seguro de que no van ni llevan a ninguna otra parte;
el pueblo, si así puede llamársele, es una calle larga, con diez casas de adobe y una
de comercio donde se venden granos y cosas
viejas enterradas en el polvo del tiempo. Se mantiene esa mejor llamada vereda, bajo la férula autoritaria del señor cura
párroco, cuya apariencia de mártir se debe a la lucha diaria del sacerdote con
sus propios pecados que según dicen, le han dejado profundas cicatrices
rodeadas de feos barros y arrugas como heridas en la cara, muy parecidas a las que hace el vino cuando se toma en exceso de ls abundancia. Y es que según sostiene el
sacerdote en su sabiduría, el beber la sangre del Señor no lo vuelve a uno
vampiro porque no es pecado y eso lo
dice la Santa Biblia, aunque a veces tiene que confesar que el maldito licor es contagioso como la
gripa, porque llega sin que nadie se de cuenta y luego se riega por todas las partes del cuerpo del párroco y de todos los feligreses, especialmente los días en que
la soledad, que es un encierro sin puerta de salida, los aprisiona con sus frías cadenas. Y nadie mejor que el
Señor Cura para dar consejo y ejercer
tal autoridad en sus opiniones, ya que además lo dice porque está enterado
desde el confesionario, de los excesos
que cometen los fieles por sus necesidades que aparentemente parecen ocultas a
los demás, pero que allí todos conocen porque las leen en cada ansiedad y según la penitencia que tiene que cumplir
cada pecador después de la confesión antes de la misa dominical que es tradición
que se repite siempre s las once de la
mañana. Por esa misma razón los pocos feligreses que no se arrodillan ni caen “infraganti” en esa vitrina
pública del domingo, son los remisos que no cuentan al cura sus secretos
íntimos y contra quienes el prelado predica la existencia del virus del infierno que tiene la habilidad de
transformarse en roca de azufre y que
para prueba de esa verdad, él tiene una
montaña de ellas en el patio de atrás de la sacristía que despide mal olor,
para demostrar que son muchas las debilidades humanas que huelen a estiércol
del demonio.
En fin, aquel día que ocurrió ser entre semana, la gata de los Hoyos parece
que amaneció con calentura. Esa, que era una señal de enfermedad para esos
seres humanos, le aguzó a la gata el
felino deseo y cosa rara, la orientó a buscar al conejo siempre pensando con el
instinto de procrear con ella.
Por aquellas inexplicables cosas de la naturaleza que al final resultan convertidas en hechos nacidos de la promiscuidad y todo lo demás, el roedor se puso feliz, pero
no obstante, la persistencia del conejo en el asedio a la gata, y el principio
de que la mexcla no siempre es bienvenida
hicieron que la gata se pusiera
remilgosa y decidiera pensar mejor las cosas, por lo que le fue mejor alejarse ante tan extraña pretensión
huyendo por entre las matas que invadían
el patio solariego y trepando veloz por el
árbol de matarraton, alcanzndo el
techo de lata en menos que canta un gallo, donde permaneció observando al
conejo al que observaba con sus grandes ojos dirigiendo la mirada hacia abajo, mientras
el roedor la observaba hacia arriba,
hasta el atardecer.
Aquel Juego animalesco fue visto
por los campesinos como remilgueo entre razas, ya que la familia s Hoyos no
tenían malicia sino conocimiento por instinto, que era para ellos la costumbre
que les decía que todas las especies hacían sus cosas de amor por separado,
como lo hace el loro que busca su estaca.
Por la noche, cuando la temperatura se puso fresca y el cielo se vistió
de diamantinas estrellas, la gata sintió de nuevo la arremetida agresiva de los
calores del celo y se puso a maullar de contento. Así que llamando a gato y no
a conejo, permaneció parte de la noche, con el infortunio de que sus maullidos
hicieron perder el sueño a niños y a viejos que se levantaron enfurecidos a tirar pedradas al techo de lata, como muestra de
que no toleraban escándalos, por más urgentes que fueran las necesidades de la
gata que se llamaba “Soledad”.
No sobra aclarar que la pareja para “Soledad” estaba escasa, a causa de los
mastines, que vivían en plena libertad y que eran poco amistosos con los
felinos, pues habían dado cuenta con los filudos dientes, de más de una cola
gatuna, cuando no de peludos pellejos de gatos visitantes desconocidos.
El conejo, que pacientemente desestimaba la indiferencia y desaires de
“Soledad”, se mantuvo alerta a pesar de que le fallaban todos sus intentos hasta que aquella noche la vio descender
velozmente a causa del incidente de las piedras mencionado. Entonces dándose
maña, el roedor se puso a tiro de salto, porque parecía saber que “La
insistencia vence lo que la dicha no alcanza”. Así que cuando la gata quedó
expuesta en los límites de sus cuartos
traseros y sin que mediara permiso, ni
ninguna otra explicación, hermano conejo
abrazó con los suyos delanteros, los de la gata que accedió, cosa
inesperada, a sus requiebros amorosos.
De ese instante único en la naturaleza, nacieron dos machos conegatos
tan extraños como bellos que fueron recibidos por las flores de Abril y los
enjambres de abejas amarillas de negras rayas. Tenían cada uno, medio cuerpo
gatuno y la otra mitad aportada por el
conejo con todo y cola.
Para María y José, los campesinos en mención, el cruce racial fue cosa
del demonio, que como lo decía el cura de “Tres Esquinas” no cubría las apariencias de lo que hacía para demostrar
su poder. Entonces vieron a sus hijos jugar con tan extraños seres, todos los días de la semana, hasta que María
hizo el comentario que José estaba esperando de su mujer para proceder:
- Los niños se están contagiando del pecado de “Soledad”. Hay que llevar
los demonios a la Iglesia para que los exorcice el cura y devuelva esos
monstruos a los infiernos.
El domingo siguiente toda la familia se preparó con sus ajados vestidos
domingueros y descendieron por la vereda a “Tres Esquinas” donde pensaban
asistir primero a misa a pedir de Dios ayuda y después hablar con el cura sobre
el pecado de gata y conejo. Como era día de arrepentimiento y perdón, le
presentarían al sacerdote a los conegatos como productos del pecado, esperando que no los descomulgara frente al
público, sino que los ayudara haciendo lo que el Padre de los hombres le
aconsejara para salvar sus almas sin culpa y con ello evitar más acumulación de rocas de azufre detrás de la
sacristía.
El Padre Abadía era como todos los habitantes de “Tres Esquinas” de origen campesino pues había nacido en municipio Boyacense distante, de
donde lo habían sacado de las orejas para ser educado en el Seminario como aspirante
a ser sacerdote rural para que pudiera evitar su tendencia al alcoholismo y
pudiera ayudar a sus semejantes a conocer a Jesús hijo de Dios Padre. Allí lo
que más aprendió éste cura bautizado por los campesinos como “el cura Satanás” cumplió en aplicar la parte oscura de la demonología, los vicios
de la naturaleza humana y la forma de exorcizar los demonios del alma humana
con secretas oraciones y agua bendita mientras culpaba con sus juicios religiosos a los hombres culpables por
sus pecados de lo que podía ocurrir entre
las especies por el descuido de no mantenerlas separadas de las tentaciones del
demonio..
Entonces el plan de José se llevó a cabo y dijo lo que tenía que decirle
al presbítero. Pero como el cura era todo menos tonto, cuando escuchó la historia de la gata y el
conejo y con sus propios ojos vió el producto del pecado animal, es decir los
dos conegatos, sin pensarlo más de lo necesario, se sirvió de ese mal ejemplo animal para
despotricar en el sermón de esa semana con el fin de convencer a los fieles
renuentes a la confesión y a dar a la
Iglesia la limoznas llamadas bienes y
primicias necesarios para mantener activa la causa de Dios, acusando de la
autoría de la monstruosidad producto de conejo
y gata que exhibía con sus propias manos, como si fueran hijos del mismo
diablo.
- Satanás ha llegado a estos rincones del mundo a mostrarnos su poder
para cambiar la obra de Dios con estos conegatos monstruosos y para anunciarnos
que está listo para llevarse las almas por los
pecados que abundan entre los
fieles que no se confiesan ni dan limosnas. Entonces el diabólico producto
animal fue devuelto a sus dueños que quedaron comprometidos a regresarlos a la
iglesia cuando el prelado los necesitara.
Con tal sentencia los feligreses
asustados ante la real evidencia, mostraron arrepentimiento y
evidentemente fueron más que generosos que gobierno con sus partidarios. Los
que eran pobres de solemnidad, se ofrecieron en la sacristía armados de
machetes hasta los dientes para dar la
gran batalla contra el mal sacrificando
gatos, conejos y hasta sus crías, para evitar el virus de contagio de los
demonios salidos del infierno que aseguraban habian salido de las profundidades
desconocidas de la selva.
Como era de esperarse, los resultados económicos comenzaron a servir
para hacer reparaciones a la Iglesia y por ello las extravagantes homilías del cura se
sucedieron por meses hasta que se volvieron noticia que voló a pueblos vecinos
y saltaron de allí hacia los medios de prensa de la capital del país.
Periódicos y revistas publicaron el raro acontecimiento con fotografías
y artículos explicativos sin que el mundo de la ciencia local se inmutara,
debido a que se encontraba enfrascado en
la política analizando la sabiduría de los agrios discursos partidaristas en el Congreso.
Así que por haber ignorado el
extraordinario acontecimiento, no se movió una hoja del árbol presupuestal del
Estado para indagar lo que al gobierno
le pareció, más una fantasía periodística,
que la realidad con que se mostraba lo inexplicable, es decir los
conegatos.
Pero la noticia no se quedó en esas, ya que tomó mayor vigor cuando los
veloces sistemas electrónicos reprodujeron artículos y fotos que le llegaron a
los biólogos de toda Europa.
Entre los alemanes, había muchos amigos de buscar cosas extrañas en la
fenomenología animal. Ni cortos ni perezosos, muchos de ellos armaron maletas y se colgaron cámaras
especiales para fotografiar en detalle y
viajaron a conocer “Tres Esquinas” el pueblito perdido entre la selva del nuevo
mundo. Una vez llegaron a la inhóspita región, sin perder tiempo que es
precioso para la ciencia, tomaron el camino veredal y después de seis horas en
la comodidad de las mulas y la compañía
de baquiano, arribaron a la choza de la familia Hoyos.
No tuvieron los científicos de marras que explicar su interés, porque
para los rudos campesinos sus palabras estaban dichas en lenguas muertas, ya que poco o nada entendían de ellas. Así que solo
bastó con que los alemanes mostraran
fotos de gatos y conejos, para que la familia Hoyos mostrara lo suyo de carne y
hueso.
Con sus propios ojos los alemanes observaron el producto del cruce
racial a todas luces imposible, pero con gran alegría como sucede con el
encuentro de un tesoro en momento insospechado. En pocos días de análisis y exposición
de teorías tomas de miles de fotografía , se dieron explicaciones aceptables
apuradas por las dificultades que causaban bichos y mosquitos, que en la selva
se comportan con mala educación al chupar los rostros blancos y colorados de
los visitantes extranjeros. Entonces, acorralados entre mosquiteros, los
biólogos durmieron en la choza que les preparó José durante el tiempo que duraron sus incomprensibles análisis,
hasta el día de su partida en que agradecieron a María y José por haberlos
acogido con humildad, buena comida y
cama en terraplén, cosa que nuestros campesinos nunca llegaron a entender
porque les fue dicho en Alemán. Pero
como no eran del todo tontos, el idioma fue entendido por ellos en el cruce de abrazos y apretones de manos llenas
de dinero extranjero. Poderoso y convincente es don dinero.
Finalmente sin requerir de más explicación, comprobación o autenticidad, los
amigos del saber se llevaban filmados a los diabólicos animalitos que no estaban para
la venta por orden del cura y pronto abandonaron el lugar con una nueva teoría
que rompía todos los esquemas de la biología tradicional. En fin, solo a una
conclusión importante habían llegado los investigadores a su regreso a la vieja
Europa. La comprobación de la teoría Darwiniana
y de otros naturalistas sobre la formación de las especies en el caos al
comienzo de la vida en la tierra y que luego
se separaron en especies como verdades absolutas que bien podían aplicarse a
conejos y gatos en un retroceso posible de la madre naturaleza.
La noticia de la existencia de los conegatos llevada al cine por los
científicos y fotos a la prensa hablada y escrita de Alemania y otros países,
atrajo el interés de otros hombres de ciencia quienes viajaron a visitar por
primera vez la selva del nuevo mundo. Cientos de ellos se acomodaron en “Tres
Esquinas”, los más en los terrenos de José quien finalmente vino a conocer la
riqueza en moneda dura, contando la historia de los conegatos y otros acontecimientos
que periodistas convirtieron en piezas literarias que eran traducidas por
expertos en lenguas muertas y en especial aquellas historias que provenían del
señor cura, como la del río Vaupés, que cerca de su choza pasaba y era tan negro como el mal, donde el cura decía
que el demonio bebía petróleo en
compañía de sus hijos los más extravagantes monstruos de la naturaleza y por
ello le era prohibido a sus fieles pescar, bañarse y llevar extranjeros a
conocerlo, aunque el agua escaseara.
Entonces se oyó a los investigadores preguntar por cruces raciales entre
animales de diferentes especies; ellos mostraron el interés en saber sobre la
existencia de millones de bichos desconocidos por los sabios de las ciencias
naturales y los últimos y mas realistas, por
la zoología mosquitológica y la pterigotología alada que veían y sentían
en particular en las partes blandas e hinchadas de sus cuerpos.
En “Tres esquinas” se improvisaron para ese entonces, restaurantes al
aire libre donde se prepararon comidas y viandas para los investigadores
interesados en comer carnes nuevas de sabores extraños, demostrando que el hombre
civilizado se come todo loque se mueve, para dedicarse luego a estudiar el
universo evolucionado en caparazones de estructuras de formas monstruosas y muy
peligrosas porque sus ataques y picadas eran mortales si provenían de enemigos
armados de puntiagudas ponzoñas venenosas, con que merodeaban la comida unos y
sobre volaban otros a los que se mataba y vendía a los interesados en volverlos
muestras de laboratorio y observación de microscopios. Había que ver como se
alegraban los científicos cuando los
bichos se transformaban ante la lente en
imágenes de arañas, moscos, zancudos, cucarrones y millones de mutaciones
debido a cruces entere ellos que se
creían imposibles.
En suma la familia Hoyos se volvió famosa con los conegatos y “Tres Esquinas” logró en breve tiempo ser
lugar muy conocido y visitado por los hombres de ciencia, quienes se habían
dedicado a montar tiendas de hule como laboratorio donde alcanzaron a clasificar tres millones de clases de
moscamenta nueva y desconocida por la ciencia moderna teniendo que pagar a los campesinos que se volvieron sus
asistentes cazadorees de bichos y de mucho dinero.
En la espesura entretejida de
árboles con árboles, los investigadores habían encontrado como en una delicada
labor de croché, una variedad incontable de injertos producto de miles de años
de vecindad que habían logrado mezclarse entre sí en la diversidad de una
naturaleza que producía en plena libertad nuevos troncos con hojas de figuras simétricas dispares, flores
nunca vistas y frutos desconocidos por el paladar humano.
En ese laboratorio fabuloso en que se convirtió la madre tierra descubrieron nuevas obras de vida natural,
muestras de mutaciones en animales y especies a los que los indígenas puros cantan desde hace siglos como
a dioses que creen se transformaban así mismos
y que componen la esencia de su
mitología salvaje.
Entre ellas, una historia muy interesante de un monstruo que tiene pico,
colmillos patas de cabra y parte de cuerpo humano, que se alimenta ingiriendo
la presa hasta secarla y que se le conoce en regiones ganaderas con el nombre
de “chupacabras” que hace parte de esa
Mitología indígena a la que, desafortunadamente no se le da ninguna importancia
entre los pocos hombres estudiosos del país.
¡Ah!, cómo es de agresiva esa sonrisa escéptica y bobalicona con la que
ciencia y
tecnología se mofa de los
analfabetas que les muestran las pruebas de que “el chupacabras” existe.
Entonces la risa se vuelve ofensiva.
- ¡Ja, ja,ja! Un monstruo carnívoro que ataca a los animales de casa al
que han visto de cuerpo presente como
diciendo que para la prueba hay un botón.
- ¡Es decir que no valen las comprobaciones de que sus ganados han sido
atacados aunque solo se les muestre el cuero! Así se comporta a veces la
ciencia ante la evidencia.
La clonación que aterroriza hoy a las mentes religiosas y cerradas a los
hechos que se explicaron el mundo de otra manera, existe en los laboratorios de
la ciencia y de la vida, en las grandes ciudadades del mundo, aunque parezca
para curas y clérigos, cosas del demonio, el mundo y la carne.
Pero la ciencia que contra viento
y marea ha confirmado nuevos descubrimientos sobre el origen del hombre que dice
son el resultado de la mezcla diversa de especies y que como todo lo demás proveniente
de una bacteria inferior y que tal
apreciación está muy distante a ser
insensata porque la sostiene Darwing, viene obligando a otros estadios culturales a
estudiarlo todo de nuevo.
No hay duda de que la
nueva especie de conegatos no volvió a
darse ya que la gata no quiso y porque los productos de ese extraño idilio
eran machos y no pudieron dejar descendencia para probarlo. Y colorín conegato
este cuento se ha “acabato”.
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