Friday, December 5, 2014

LOS CONEGATOS

Tomado del libro Cuentos, Historias & Relatos Tomo 1 de A.J.Ortega


(Para pensar y reir)

En una lejana vereda del municipio de “Tres Esquinas”, tierra adentro del extremo sur de Colombia, existe una choza escondida entre  robustos árboles de la tupida selva. En ella habita una familia campesina de Antioquia, región  poblada por soñadores andariegos y buscadores de fortuna. Enterrados en aquel olvido y dedicados a la tarea de sobrevivir sin los costos de la mundanal economía, aquellos campesinos cultivan y comen lo que la generosidad de la tierra les da de sus entrañas como recompensa al  duro y extenuante trabajo de todos. José, que es el jefe de hogar, se encarga, desde la madrugada, de labrar la tierra sobre el lomo de madre natura  que nunca se cansa de producir maleza y arbustos para ellos inútiles, a los que  el campesino paisa tiene que arrancar de la tierra negra para que  su mujer y sus dos pequeños y robustos hijos varones sobrevivan a salvo del ataque  de animales salvajes que compiten con el furor templado de las  inclemencias del clima. La malicia  de José es conciente de estar exiladada en esas lejanías donde  los muchachos no pueden asistir a la Escuela porque la más cercana está a dos días de camino y por ello mejor se dedican a  trabajar  cuidando a los  tres perros guardianes, de raza accidental y por lo tanto desconocida, a una gata caza culebras en edad de merecer, un conejo muy roedor y enamorado, una tropilla de gallinas ponedoras, cuyos huevos, por supuesto  son muy apetecidos; dos marranos rosados para levante y engorde, varios loros domesticados que hablan lenguas extranjeras que nadie sabe como fue que las aprendieron, y  otros animalitos de selva, que domesticados parecen caseros,  que viven muy activos en la reproducción que llevan a cabo sin controles entre  la exuberante selva que los rodea. A este cuadro hay que agregarle, viejas herramientas  de labranza, filudos machetes y algunos cuchillos aportados por José  porque le son muy útiles para ayudar a obtener el pan de cada día.

Entre aquella fauna doméstica, cultivos de pan comer  y hierros oxidados, se destaca la buena amistad que existe entre el  hermoso conejo gris con pecas negras sobre el lomo y la   gata de seis meses de la que éste anda enamorado, como si supiera que es blanca como un pomo de algodón y tiene de día los ojos de miel y de noche de color rojo de fuego que le ha ganado el título familiar de “Gata del demonio” que hace parte inevitable  de esta historia, porque del devaneo entre gata y conejo, que  resultó ser algo muy parecido al amor, resultó un extraordinario fenómeno, resultado casual de la vida en  un día cualquiera entre el aroma de la naturaleza húmeda y el sol de mediodía, a la hora en que  el calor saca los perfumes de la selva madura y los esparce  por doquier sobre las alas sin plumas del viento.

Antes de continuar tenemos que aclarar que aquellos campesinos no conocen las ilusiones, ya que hablan poco entre ellos debido a que conocen muy pocas palabras del idioma y porque ninguno sabe leer ni garrapatear letras sobre el papel. Escasamente se llaman por sus nombres y a veces lo hacen  solo cuando apremia la necesidad  o cuando se apuran los unos a los otros, en particular  los domingos, cuando haben el viaje obligado  al  pueblo cercano  a oír la Santa Misa.

“Tres esquinas”,  es mejor dicho, un caserío que la Familia Hoyos visita los domingos, cuyos habitantes, que son muy pocos,  se conocen entre sí aunque desconozcan  lo que se llama civilización. En fin, Los Hoyos que son Católicos, van allí, no porque los acosen los pecados, sino para combatir el aburrimiento  y por supuesto, con la intención de que los vea el Cura, que se encarga de hacer cumplir a los pocos fieles que la iglesia tiene,con los deberes sacramentales porque, valga decir que los tiene  temerosos de la ira de Dios destinada a quienes se oponen a sus designios. Después de los rituales dominicales en la iglesia,  ellos circulan por ahí, sin rumbo fijo, observando  a discreción  a los habitantes del miserable lugar abandonado de la suerte y viendo a los recién nacidos destinados a sobrevivir poco, gracias a  las inmundas enfermedades desconocidas que les llegan de la selva. Deambulan   imaginándose lo que sus padres hacen con lo que Dios les da y miden  con una mirada de reojo, sus  progresos según las bestias que montan y los vestidos nuevos que se ponen  los fines de semana unos pocos que son los que  tienen con qué comprarlos.

Los Hoyos no recuerdan ni les interesa saber  quien bautizó a ese pueblo miserable con el nombre de “Tres Esquinas”, aunque José dice  que es por los tres caminos que solo llegan hasta las puertas de la iglesia (que nadie  cree que sean ciertamente las del paraíso), y porque está seguro de que  no van ni llevan a ninguna otra parte; el  pueblo, si así puede llamársele, es  una calle larga, con diez casas de adobe y una de comercio donde se venden granos y cosas  viejas enterradas en el polvo del tiempo. Se  mantiene esa mejor llamada vereda,  bajo la férula autoritaria del señor cura párroco, cuya apariencia de mártir se debe a la lucha diaria del sacerdote con sus propios pecados que según dicen, le han dejado profundas cicatrices rodeadas de feos barros y arrugas como heridas en la cara, muy parecidas a  las que hace el vino cuando se toma en  exceso de ls  abundancia. Y es que según sostiene el sacerdote en su sabiduría, el beber la sangre del Señor no lo vuelve a uno vampiro porque no es  pecado y eso lo dice la Santa Biblia, aunque a veces tiene que confesar  que el maldito licor es contagioso como la gripa, porque llega sin que nadie se de cuenta y luego se riega por  todas las  partes del cuerpo del párroco y de todos  los feligreses, especialmente los días en que la soledad, que es un encierro sin puerta de salida, los aprisiona  con sus frías cadenas. Y nadie mejor que el Señor  Cura para dar consejo y ejercer tal autoridad en sus opiniones, ya que además lo dice porque está enterado desde el confesionario, de los excesos que cometen los fieles por sus necesidades que aparentemente parecen ocultas a los demás, pero que allí todos conocen porque las leen en cada ansiedad  y según la penitencia que tiene que cumplir cada pecador después de la confesión antes de la misa dominical que es tradición que se repite siempre s  las once de la mañana. Por esa misma razón los pocos feligreses que no se arrodillan ni caen  “infraganti” en esa  vitrina  pública del domingo, son los remisos que no cuentan al cura sus secretos íntimos y contra quienes el prelado predica la existencia del  virus del infierno que tiene la habilidad de transformarse en  roca de azufre y que para prueba de  esa verdad, él tiene una montaña de ellas en el patio de atrás de la sacristía que despide mal olor, para demostrar que son muchas las debilidades humanas que huelen a estiércol del demonio.

En fin, aquel día que ocurrió ser entre semana, la gata de los Hoyos parece que amaneció con calentura. Esa, que era una señal de enfermedad para esos seres  humanos, le aguzó a la gata el felino deseo  y cosa rara, la orientó  a buscar al conejo siempre pensando con el instinto de   procrear con ella.

Por aquellas inexplicables cosas de la naturaleza  que al final resultan convertidas en  hechos nacidos de  la promiscuidad  y todo lo demás, el roedor se puso feliz, pero no obstante, la persistencia del conejo en el asedio a la gata, y el principio de que la mexcla no siempre es bienvenida   hicieron que la gata se pusiera remilgosa y decidiera pensar mejor las cosas, por lo que le fue  mejor alejarse ante tan extraña pretensión huyendo  por entre las matas que invadían el patio solariego y trepando veloz por el  árbol de matarraton, alcanzndo  el techo de lata en menos que canta un gallo, donde permaneció observando al conejo al que observaba con sus grandes ojos dirigiendo la mirada hacia abajo, mientras  el roedor la observaba hacia arriba, hasta el atardecer.

Aquel Juego animalesco  fue visto por los campesinos como remilgueo entre razas, ya que la familia s Hoyos no tenían malicia sino conocimiento por instinto, que era para ellos la costumbre que les decía que todas las especies hacían sus cosas de amor por separado, como lo hace el  loro que busca  su estaca.

Por la noche, cuando la temperatura se puso fresca y el cielo se vistió de diamantinas estrellas, la gata sintió de nuevo la arremetida agresiva de los calores del celo y se puso a maullar de contento. Así que llamando a gato y no a conejo, permaneció parte de la noche, con el infortunio de que sus maullidos hicieron perder el sueño a niños y a viejos que se levantaron   enfurecidos a tirar  pedradas al techo de lata, como muestra de que no toleraban escándalos, por más urgentes que fueran las necesidades de la gata que se llamaba “Soledad”.

No sobra aclarar  que  la pareja para  “Soledad” estaba escasa, a causa de los mastines, que vivían en plena libertad y que eran poco amistosos con los felinos, pues habían dado cuenta con los filudos dientes, de más de una cola gatuna, cuando no de peludos pellejos de gatos visitantes  desconocidos.

El conejo, que pacientemente desestimaba la indiferencia y desaires de “Soledad”, se mantuvo alerta a pesar de que le fallaban todos sus intentos  hasta que aquella noche la vio descender velozmente a causa del incidente de las piedras mencionado. Entonces dándose maña, el roedor se puso a tiro de salto, porque parecía saber que “La insistencia vence lo que la dicha no alcanza”. Así que cuando la gata quedó expuesta en los límites de sus  cuartos traseros  y sin que mediara permiso, ni ninguna otra explicación, hermano conejo  abrazó con los suyos delanteros, los de la gata que accedió, cosa inesperada,  a sus requiebros amorosos.

De ese instante único en la naturaleza, nacieron dos machos conegatos tan extraños como bellos que fueron recibidos por las flores de Abril y los enjambres de abejas amarillas de negras rayas. Tenían cada uno, medio cuerpo gatuno y  la otra mitad aportada por el conejo  con todo y cola.

Para María y José, los campesinos en mención, el cruce racial fue cosa del demonio, que como lo decía el cura de “Tres Esquinas”  no cubría  las apariencias de lo que hacía para demostrar su poder. Entonces vieron a sus hijos jugar con tan extraños seres,  todos los días de la semana, hasta que María hizo el comentario que José estaba esperando de su mujer para proceder:

 

- Los niños se están contagiando del pecado de “Soledad”. Hay que llevar los demonios a la Iglesia para que los exorcice el cura y devuelva esos monstruos a los infiernos.

 

El domingo siguiente toda la familia se preparó con sus ajados vestidos domingueros y descendieron por la vereda a “Tres Esquinas” donde pensaban asistir primero a misa a pedir de Dios ayuda y después hablar con el cura sobre el pecado de gata y conejo. Como era día de arrepentimiento y perdón, le presentarían al sacerdote a los conegatos como  productos del pecado,  esperando que no los descomulgara frente al público, sino que los ayudara haciendo lo que el Padre de los hombres le aconsejara para salvar sus almas sin culpa y con ello evitar más  acumulación de rocas de azufre detrás de la sacristía.

El Padre Abadía era como todos los habitantes de “Tres Esquinas”  de origen campesino pues había  nacido en municipio Boyacense distante, de donde lo habían sacado de las orejas  para ser educado en el Seminario como aspirante a ser sacerdote rural para que pudiera evitar su tendencia al alcoholismo y pudiera ayudar a sus semejantes a conocer a Jesús hijo de Dios Padre. Allí lo que más aprendió éste cura bautizado por los campesinos como “el cura Satanás”  cumplió en aplicar  la parte oscura de la demonología, los vicios de la naturaleza humana y la forma de exorcizar los demonios del alma humana con secretas oraciones y agua bendita mientras culpaba con sus  juicios religiosos a los hombres culpables por sus pecados de lo que  podía ocurrir entre las especies por el descuido de no mantenerlas separadas de las tentaciones del demonio..

Entonces el plan de José se llevó a cabo y dijo lo que tenía que decirle al presbítero. Pero como el cura era todo menos tonto,  cuando escuchó la historia de la gata y el conejo y con sus propios ojos vió el producto del pecado animal, es decir los dos conegatos, sin pensarlo más de lo necesario, se  sirvió de ese mal ejemplo animal para despotricar en el sermón de esa semana con el fin de convencer a los fieles renuentes a la confesión  y a dar a la Iglesia la limoznas llamadas  bienes y primicias necesarios para mantener activa la causa de Dios, acusando de la autoría de la monstruosidad  producto de conejo y gata que exhibía con sus propias manos, como si fueran hijos del mismo diablo.

 

- Satanás ha llegado a estos rincones del mundo a mostrarnos su poder para cambiar la obra de Dios con estos conegatos monstruosos y para anunciarnos que está listo para llevarse las almas por los  pecados que abundan entre  los fieles que no se confiesan ni dan limosnas. Entonces el diabólico producto animal fue devuelto a sus dueños que quedaron comprometidos a regresarlos a la iglesia cuando el prelado los necesitara.

 

Con tal sentencia los feligreses  asustados ante la real evidencia, mostraron arrepentimiento y evidentemente fueron más que generosos que gobierno con sus partidarios. Los que eran pobres de solemnidad, se ofrecieron en la sacristía armados de machetes hasta los dientes para  dar la gran batalla contra el mal  sacrificando gatos, conejos y hasta sus crías, para evitar el virus de contagio de los demonios salidos del infierno que aseguraban  habian salido de las profundidades desconocidas de la selva.  

Como era de esperarse, los resultados económicos comenzaron a servir para hacer reparaciones a la Iglesia y por ello  las extravagantes homilías del cura se sucedieron por meses hasta que se volvieron noticia que voló a pueblos vecinos y saltaron de allí hacia los medios de prensa de la capital del país.

Periódicos y revistas publicaron el raro acontecimiento con fotografías y artículos explicativos sin que el mundo de la ciencia local se inmutara, debido a que se encontraba enfrascado  en la política analizando la sabiduría de los agrios discursos partidaristas en el  Congreso.

 Así que por haber ignorado el extraordinario acontecimiento, no se movió una hoja del árbol presupuestal del Estado para indagar lo que  al gobierno le pareció, más una fantasía periodística,  que la realidad con que se mostraba lo inexplicable, es decir los conegatos. 

Pero la noticia no se quedó en esas, ya que tomó mayor vigor cuando los veloces sistemas electrónicos reprodujeron artículos y fotos que le llegaron a los biólogos de toda Europa.

Entre los alemanes, había muchos amigos de buscar cosas extrañas en la fenomenología animal. Ni cortos ni perezosos, muchos de ellos  armaron maletas y se colgaron cámaras especiales para  fotografiar en detalle   y viajaron a conocer “Tres Esquinas” el pueblito perdido entre la selva del nuevo mundo. Una vez llegaron a la inhóspita región, sin perder tiempo que es precioso para la ciencia, tomaron el camino veredal y después de seis horas en la comodidad de las mulas y la  compañía de baquiano, arribaron a la choza de la familia Hoyos.

No tuvieron los científicos de marras que explicar su interés, porque para los rudos campesinos sus palabras estaban dichas en  lenguas muertas, ya que  poco o nada entendían de ellas. Así que solo bastó con que los alemanes  mostraran fotos de gatos y conejos, para que la familia Hoyos mostrara lo suyo de carne y hueso.

Con sus propios ojos los alemanes observaron el producto del cruce racial a todas luces imposible, pero con gran alegría como sucede con el encuentro de un tesoro en momento insospechado. En pocos días de análisis y exposición de teorías tomas de miles de fotografía , se dieron explicaciones aceptables apuradas por las dificultades que causaban bichos y mosquitos, que en la selva se comportan con mala educación al chupar los rostros blancos y colorados de los visitantes extranjeros. Entonces, acorralados entre mosquiteros, los biólogos durmieron en la choza que les preparó José durante el  tiempo que duraron sus incomprensibles análisis, hasta el día de su partida en que  agradecieron a María y José por haberlos acogido con humildad, buena comida  y cama en terraplén, cosa que nuestros campesinos nunca llegaron a entender porque les fue dicho  en Alemán. Pero como no eran del todo tontos, el idioma fue entendido por  ellos en  el cruce de abrazos y apretones de manos llenas de dinero extranjero. Poderoso y convincente es don dinero.

Finalmente sin requerir de más  explicación, comprobación o autenticidad, los amigos del saber se llevaban filmados a  los diabólicos animalitos que no estaban para la venta por orden del cura y pronto abandonaron el lugar con una nueva teoría que rompía todos los esquemas de la biología tradicional. En fin, solo a una conclusión importante habían llegado los investigadores a su regreso a la vieja Europa. La  comprobación de la teoría Darwiniana y de otros naturalistas sobre la formación de las especies en el caos al comienzo de la vida en la tierra  y que luego se separaron  en especies como  verdades absolutas que bien podían aplicarse a  conejos y gatos en un  retroceso posible de la madre naturaleza.

La noticia de la existencia de los conegatos llevada al cine por los científicos y fotos a la prensa hablada y escrita de Alemania y otros países, atrajo el interés de otros hombres de ciencia quienes viajaron a visitar por primera vez la selva del nuevo mundo. Cientos de ellos se acomodaron en “Tres Esquinas”, los más en los terrenos de José quien finalmente vino a conocer la riqueza en moneda dura, contando la historia de los conegatos y otros acontecimientos que periodistas convirtieron en piezas literarias que eran traducidas por expertos en lenguas muertas y en especial aquellas historias que provenían del señor cura, como la del río Vaupés, que cerca de su choza pasaba y era  tan negro como el mal, donde el cura decía que el demonio bebía petróleo  en compañía de sus hijos los más extravagantes monstruos de la naturaleza y por ello le era prohibido a sus fieles pescar, bañarse y llevar extranjeros a conocerlo, aunque el agua escaseara.

Entonces se oyó a los investigadores preguntar por cruces raciales entre animales de diferentes especies; ellos  mostraron el interés en saber sobre la existencia de millones de bichos desconocidos por los sabios de las ciencias naturales y los últimos y mas realistas, por  la zoología mosquitológica y la pterigotología alada que veían y sentían en particular en las partes blandas e hinchadas de sus cuerpos.

En “Tres esquinas” se improvisaron para ese entonces, restaurantes al aire libre donde se prepararon comidas y viandas para los investigadores interesados en comer carnes nuevas de sabores extraños, demostrando que el hombre civilizado se come todo loque se mueve, para dedicarse luego a estudiar el universo evolucionado en caparazones de estructuras de formas monstruosas y muy peligrosas porque sus ataques y picadas eran mortales si provenían de enemigos armados de puntiagudas ponzoñas venenosas, con que merodeaban la comida unos y sobre volaban otros a los que se mataba y vendía a los interesados en volverlos muestras de laboratorio y observación de microscopios. Había que ver como se alegraban los científicos  cuando los bichos se transformaban ante la lente en  imágenes de arañas, moscos, zancudos, cucarrones y millones de mutaciones debido a  cruces entere ellos que se creían imposibles.

En suma la familia Hoyos se volvió famosa con los conegatos y  “Tres Esquinas” logró en breve tiempo ser lugar muy conocido y visitado por los hombres de ciencia, quienes se habían dedicado a montar tiendas de hule como laboratorio donde alcanzaron a  clasificar tres millones de clases de moscamenta nueva y desconocida por la  ciencia moderna teniendo que  pagar a los campesinos que se volvieron sus asistentes cazadorees de bichos y de  mucho dinero.

En la  espesura entretejida de árboles con árboles, los investigadores habían encontrado como en una delicada labor de croché, una variedad incontable de injertos producto de miles de años de vecindad que habían logrado mezclarse entre sí en la diversidad de una naturaleza que producía en plena libertad nuevos troncos con  hojas de figuras simétricas dispares, flores nunca vistas y frutos desconocidos por el paladar humano.

En ese laboratorio fabuloso en que se convirtió  la madre tierra  descubrieron nuevas obras de vida natural, muestras de  mutaciones en  animales y especies a los que los  indígenas puros cantan desde hace siglos como a dioses que creen se transformaban así mismos  y que componen la esencia  de su mitología salvaje.

Entre ellas, una historia muy interesante de un monstruo que tiene pico, colmillos patas de cabra y parte de cuerpo humano, que se alimenta ingiriendo la presa hasta secarla y que se le conoce en regiones ganaderas con el nombre de “chupacabras” que hace  parte de esa Mitología indígena a la que, desafortunadamente no se le da ninguna importancia entre los pocos hombres estudiosos del país.

 

¡Ah!, cómo es de agresiva esa sonrisa escéptica y bobalicona con la que ciencia y

 tecnología se mofa de los analfabetas que les muestran las pruebas de que “el chupacabras” existe.

Entonces la risa se vuelve ofensiva.

- ¡Ja, ja,ja! Un monstruo carnívoro que ataca a los animales de casa al que  han visto de cuerpo presente como diciendo que para la prueba hay un botón.

 

- ¡Es decir que no valen las comprobaciones de que sus ganados han sido atacados aunque solo se les muestre el cuero! Así se comporta a veces la ciencia ante la evidencia.

 

La clonación que aterroriza hoy a las mentes religiosas y cerradas a los hechos que se explicaron el mundo de otra manera, existe en los laboratorios de la ciencia y de la vida, en las grandes ciudadades del mundo, aunque parezca para curas y clérigos, cosas del demonio, el mundo y la carne.

Pero la ciencia que  contra viento y marea ha confirmado nuevos descubrimientos sobre el origen del hombre que dice son el resultado de la mezcla diversa de especies y que como todo lo demás proveniente de una bacteria  inferior y que tal apreciación  está muy distante a ser insensata porque la sostiene Darwing, viene  obligando a otros estadios culturales a estudiarlo todo de nuevo.

No hay duda de que la nueva especie de conegatos  no volvió a darse ya que  la gata no quiso y  porque los productos de ese extraño idilio eran machos y no pudieron dejar descendencia para probarlo. Y colorín conegato este cuento se ha “acabato”.

 

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