Una vez me encontré
y sin saberlo por qué
en un mercado Persa.
Y pude observar atento
lo que allí se compraba
y se vendía,
más con la habilidad
de la oferta de trabajo
que de la empobrecida demanda.
Pues desde cualquier
esquina encontraba por
doquier
a miles de extranjeros
que ardorosamente gritaban
en confusión idiomática,
sus mercaderías fabricadas
en cientos de desconocidas
naciones y de otras
en lo supuesto existentes.
De ellos uno era
representante
Que ofrecía talismanes de
la buena
suerte perdida en el azar,
y lo creí chino por sus
ojos
y la entonación al hablar.
Los había negociadores
de baratas remisiones,
llamadas religiosamente
indulgencias plenarias
ofrecidas con acento
Romano.
Me di de narices con
reducidores de moneda falsa
que se encontraban por
doquier
y hablaban en puro francés.
Entre las algarabías y el
cómprame
que yo tengo algo muy
especial
para venderte y que nadie
más tiene,
me fueron presentadas
auténticas bulas papales,
que eran perdonadoras
de verdaderos pecados
ciertamente capitales.
Estaban redactadas
en lenguas muertas,
que no vale la pena
en detalle mencionar.
Uno que otro anatema
amenazante de la Iglesia
escrito en el latín clásico
por el buen precio que
ganaba
y para ser pagado en moneda
de nominación extranjera,
o porque era estiércol del
demonio,
según lo quisiera la santa
madre
iglesia.
Había cerrajeros que a voz
en cuello
decían tener las llaves
del paraíso terrenal que
era
ofrecido solo para
adinerados
y distinguidos compradores;
y para los que no creen en
eso,
había los secretos del
infierno
que también estaban en oferta
todos ellos en lenguas
modernas.
Había ventas de ideologías
para políticos que se
quieren
hacer ricos y eran vendidas
por representantes del
capitalismo
garantizado por un vendedor
de porte y lengua Anglo-americana.
En fin, además de
mercancías
telas e inútiles chucherías
se encontraba de todo lo
imaginable,
porque allí también vendían
deliciosa carne humana
adornada
de juvenil belleza por lo
que tuve
que irme con impulso
afanoso
para no caer en esas
tentaciones
que comenzaron a girar en
mi cabeza
de comprador simplemente compulsivo.