Tomado del libro Cuentos, Historias & Relatos Tomo I
Por A. J. Ortega
José Nacianceno era un campesino
célebre por su habilidad para hacer buenos y rentables negocios. Analfabeta, era por supuesto ignorante en las artes del saber académico, pero
había nacido con el favor natural de saber hacer negocios como compensación a sus deficiencias
de conocimiento. Desde muy niño había descubierto que tenía el mismo toque que
el codicioso rey Midas le había pedido a
los dioses. Es decir, la facultad para que todo lo que tocara se convirtiera en
oro.
Hábil e intuitivo comerciante,
José Nacianceno amasó fortuna sin límites e hizo fama de rico aún siendo muy joven;
Claro que se casó con la más hermosa campesina del pueblo, sin que hubiera ella
sido cavadora en busca de oro, quien a
los nueve meses le dio un hermoso hijo varón, al que en la pila bautismal llamó
Eleuterio en honor a su abuelo paterno.
Con el paso del tiempo
inexorable, José Nacianceno fue feliz
viendo crecer a su hijo robusto y sano.
Para colmo de su buena suerte, la
vida le fue más propicia aún porque desde muy temprano pudo enviar a Eleuterio
a la escuela, después cuando joven al colegio del pueblo y finalmente a la
universidad en la ciudad capital del Departamento de Antioquia, donde el
muchacho se graduó convirtiéndose en doctor en ciencias económicas. Para algo
bueno tiene que servir el dinero, declaró José el día que por petición de su
mujer estuvo de acuerdo en mandar a su hijo a los Estados Unidos con el propósito de que su inteligente hijo hiciera
el master en ciencias económicas en la Universidad de Harvard uno de los mas
importantes centros educativos y especializados del mundo en la materia que
enseñába a manejar con inteligente talento y requerida prudencia, las riquezas
del mundo.
Dos años y mucho dinero en gastos
costó la especialización y la estadía de
su hijo en el Imperio Americano, dueño del mundo y de todas las teorías
económicas de su sistema capitalista triunfante.
No obstante, durante todo ese
tiempo José siguió trabajando de día y de noche con su intuición que le sirvió
para acumular tanto dinero que su fama
traspasó los límites de la comarca debido a que
sus cuentas bancarias fueron analizadas por la Junta Monetaria del país,
que llegó a la conclusión de que José Nacianceno era el hombre más
rico de la provincia nacional, pues era poseedor además de dinero,
de tierras de cultivo, de labrantíos y
bodegas llenas con el producto de sus innumerables cosechas con las que
abastecía a los Mercados de la Capital y a sus municipios vecinos que eran sus
mejores compradores que le pagaban en dinero contante y sonante, es decir en
efectivo.
Pero el día del retorno de su
hijo llegó y José Nacianceno se preparó a gastar a manos llenas, es decir a tirar
la casa por la ventana, organizando la fiesta mas escandalosa que hubiera sido
posible para recibirlo.
Ese día, espigado y doctoral,
Eleuterio tomó las llaves del auto último modelo que su padre le compró en la
ciudad capital.
A las más altas velocidades que
le permitió el tráfico lento de la carretera de la que mucho se quejaba por la
cantidad de baches o huecos que encontraba uno detrás de otro, Eleuterio llegó
triunfante al Municipio donde fue recibido con honores por el pueblo que vivía
muy orgulloso de su padre, acto para el
cual el alcalde incluyó
decreto de honores declarando como máxima autoridad y por decreto, el día de la llegada de Eleuterio como festivo
para que todos participaran de las alegrías y las viandas en casa del festejado
y el primer titulado PHD en
la historia del pueblo. Sobra decir que le fueron regaladas las llaves del
pueblo que Eleuterio recibió con un poquito de desprecio.
A su
padre como a su madre, no les cabía un tinto en el estómago, ni más orgullo en el pecho, por lo que, francachela, comilona y trago corto, fueron servidos
desde comenzada la tarde y extendidos por lo abundantes que estaban, hasta el amanecer.
A la mañana siguiente después del
trasnocho, el doctor Eleuterio llamó a su padre a una conferencia privada. En
el encierro, de la que para el colmo le
pareció a Eleuterio “una modesta oficina
campesina”, el nuevo profesional le habló a su padre con tono doctoral acerca de
su profesión de economista, de su saber y de lo aprendido y especializado hasta
llegar a graduarse en términos que asombraron a José que no
entendía una sola palabra de lo que su
hijo le decía.
- De ahora en adelante debes
tener cuidado con tus inversiones, afirmó Eleuterio con espigada seriedad y metiendo su dedo anular de la mano derecha entre el
bolsillo de su chaleco comprado en el
exterior.
- ¿De qué las tengo que cuidar
hijo?, Preguntó José quien por primera vez escuchaba alguno de los
términos económícos que le soltaba Eleuterio que para explicarlos ponía cara de
preocupación.
- Pues de la recesión que según
los datos que traje del exterior viene muy pronto, contestó el sabio Eleuterio.
- Y esa recesión como se come,
porque es la primera vez que escucho hablar de ella, volvió a decir el viejo
campesino.
- Tiene que ver con el Producto
Interno Bruto, con el ingresos de divisas, con el volumen de transacciones dedicadas al comercio exterior y la acumulación de inventarios en época de crisis,
como la que comenzó en el mundo recientemente, con los variables intereses del dinero, las
divisas, las ventas de activos a precios
marginales y el desempleo porque la economía de todo el país va a dejar de crecer
en detrimento de las utilidades de los negocios, según dicen los último
estudios y estadísticas de los expertos en todas esas materias.
- ¿Y qué debo hacer para no meter
la pata con esas cosas tan complicadas?
- Vender lo que puedas, poner el
dinero que obtengas de las ventas a término fijo en dólares, gastando solo las
utilidades para no perder el capital y no precipitarte en hacer negocios porque
si las cosas empeoran lo pierdes todo. Acuérdate que la recesión viene a llevarse las grandes fortunas como la
tuya.
José, no estaba en disposición de
pasar por tonto ante su hijo, por lo que quiso dar muestra de confianza a tan
prudente consejo. Al fin de cuentas Eleuterio era sabio en economía de tanto
que la había estudiado y por aquello de el post grado en el exterior. Entonces,
desde ese mismo día José Nacianceno hizo oídos sordos a los cientos de negocios
que se le presentaron y se apuró a
vender lo que tenía, por dinero de menos porque el que vende con afán pierde demeritando en precios sus bien ubicadas
propiedades la mayor de las veces, como
le decía Eleuterio su hijo el gran economista.
Entonces se volvió común escuchar
a Nacianceno decir a los proponentes: Viene la recesión, no hay negocio.
Los comerciantes, que entendían menos que mas las
palabras que el campesino repetía a cada proposición denegada, acabaron por
alejarse de a José al que nadie volvió a
buscar para ofrecerle nada ya que sus
negativas se tornaron como enfermedad contagiosa y sus “nones” fueron tan conocidos, como lo
eran los fósforos de palo en el municipio. Así que nuestro campesino de marras
gastó y gastó hasta que el dinero comenzó de verdad a escasear y finalmente fue
la causa de que todo se le fuera a pique. Entonces, José decidió hacer las
cuentas y al revisar a fondo llegó a la triste conclusión de que el poco dinero
que le quedaba no le alcanzaba para comprar nada. Asi que se dijo lleno de preocupación y tristeza:
Eleuterio tenía razon. La recesión y la crisis
han llegado y por su culpa lo he perdido todo.
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