Sunday, May 31, 2015

LLEGO LA RECESION


Tomado del libro Cuentos, Historias & Relatos Tomo I
Por A. J. Ortega

 

José Nacianceno era un campesino célebre por su habilidad para hacer buenos y rentables  negocios. Analfabeta, era por supuesto  ignorante en las artes del saber académico, pero había nacido con el favor natural de saber hacer  negocios como compensación a sus deficiencias de conocimiento. Desde muy niño había descubierto que tenía el mismo toque que el codicioso rey Midas le había pedido  a los dioses. Es decir, la facultad para que todo lo que tocara se convirtiera en oro.

Hábil e intuitivo comerciante, José Nacianceno amasó fortuna sin límites e hizo fama de rico aún siendo muy joven; Claro que se casó con la más hermosa campesina del pueblo, sin que hubiera ella sido cavadora en busca de oro,  quien a los nueve meses le dio un hermoso hijo varón, al que en la pila bautismal llamó Eleuterio en honor a su abuelo paterno.

Con el paso del tiempo inexorable, José Nacianceno  fue feliz viendo  crecer a su hijo robusto y sano.

Para colmo de su buena suerte, la vida le fue más propicia aún porque desde muy temprano pudo enviar a Eleuterio a la escuela, después cuando joven al colegio del pueblo y finalmente a la universidad en la ciudad capital del Departamento de Antioquia, donde el muchacho se graduó convirtiéndose en doctor en ciencias económicas. Para algo bueno tiene que servir el dinero, declaró José el día que por petición de su mujer estuvo de acuerdo en mandar a su hijo a los Estados Unidos  con el propósito de que su inteligente hijo hiciera el master en ciencias económicas en la Universidad de Harvard uno de los mas importantes centros educativos y especializados del mundo en la materia que enseñába a manejar con inteligente talento y requerida prudencia, las riquezas del mundo.

Dos años y mucho dinero en gastos costó  la especialización y la estadía de su hijo en el Imperio Americano, dueño del mundo y de todas las teorías económicas de su sistema capitalista triunfante.

No obstante, durante todo ese tiempo José siguió trabajando de día y de noche con su intuición que le sirvió para acumular tanto  dinero que su fama traspasó los límites de la comarca debido a que  sus cuentas bancarias fueron analizadas por la Junta Monetaria del país, que llegó a la conclusión de que José Nacianceno era el  hombre más  rico de la provincia nacional, pues era poseedor además de dinero, de  tierras de cultivo, de labrantíos y bodegas llenas con el producto de sus innumerables cosechas con las que abastecía a los Mercados de la Capital y a sus municipios vecinos que eran sus mejores compradores que le pagaban en dinero contante y sonante, es decir en efectivo.

Pero el día del retorno de su hijo llegó y José Nacianceno se preparó a gastar a manos llenas, es decir a tirar la casa por la ventana, organizando la  fiesta mas escandalosa que hubiera sido posible para recibirlo.

Ese día, espigado y doctoral, Eleuterio tomó las llaves del auto último modelo que su padre le compró en la ciudad capital.

 

A las más altas velocidades que le permitió el tráfico lento de la carretera de la que mucho se quejaba por la cantidad de baches o huecos que encontraba uno detrás de otro, Eleuterio llegó triunfante al Municipio donde fue recibido con honores por el pueblo que vivía muy orgulloso de su padre,  acto para el cual  el alcalde  incluyó  decreto de honores declarando como máxima autoridad y por decreto, el  día de la llegada de Eleuterio como festivo para que todos participaran de las alegrías y las viandas en casa del festejado y   el primer titulado  PHD  en la historia del pueblo. Sobra decir que le fueron regaladas las llaves del pueblo que Eleuterio recibió con un poquito de desprecio.

 A  su padre como a su madre, no les cabía un tinto en el estómago, ni más  orgullo en el pecho,  por lo que,  francachela, comilona y trago corto, fueron servidos desde comenzada la tarde  y extendidos  por lo abundantes que estaban,  hasta el amanecer.

A la mañana siguiente después del trasnocho, el doctor Eleuterio llamó a su padre a una conferencia privada. En el  encierro, de la que para el colmo le pareció a Eleuterio  “una modesta oficina campesina”, el nuevo profesional le habló a su padre con tono doctoral acerca de su profesión de economista, de su saber y de lo aprendido y especializado hasta  llegar a graduarse  en términos que asombraron a José que no entendía  una sola palabra de lo que su hijo le decía.

 

- De ahora en adelante debes tener cuidado con tus inversiones, afirmó Eleuterio con espigada seriedad y metiendo  su dedo anular de la mano derecha entre el bolsillo de su  chaleco comprado en el exterior.

 

- ¿De qué las tengo que cuidar hijo?, Preguntó José quien por primera vez escuchaba alguno de los términos  económícos  que le soltaba Eleuterio que para explicarlos  ponía  cara de  preocupación.

 

- Pues de la recesión que según los datos que traje del exterior viene muy pronto, contestó el sabio Eleuterio.

 

- Y esa recesión como se come, porque es la primera vez que escucho hablar de ella, volvió a decir el viejo campesino.

 

- Tiene que ver con el Producto Interno Bruto, con el ingresos de divisas, con el volumen de transacciones  dedicadas al comercio exterior  y la acumulación de inventarios en época de crisis, como la que comenzó en el mundo recientemente,  con los variables intereses del dinero, las divisas, las ventas de activos a  precios marginales y el desempleo porque la economía de todo el país va a dejar de crecer en detrimento de las utilidades de los negocios, según dicen los último estudios y estadísticas de los expertos en todas esas materias.


- ¿Y qué debo hacer para no meter la pata con esas cosas tan complicadas?

 

- Vender lo que puedas, poner el dinero que obtengas de las ventas a término fijo en dólares, gastando solo las utilidades para no perder el capital y no precipitarte en hacer negocios porque si las cosas empeoran lo pierdes todo. Acuérdate que la recesión  viene a llevarse las grandes fortunas como la tuya.

 

José, no estaba en disposición de pasar por tonto ante su hijo, por lo que quiso dar muestra de confianza a tan prudente consejo. Al fin de cuentas Eleuterio era sabio en economía de tanto que la había estudiado y por aquello de el post grado en el exterior. Entonces, desde ese mismo día José Nacianceno hizo oídos sordos a los cientos de negocios que se le presentaron   y se apuró a vender lo que tenía, por dinero de menos porque el que vende con  afán pierde demeritando en precios sus bien ubicadas propiedades la mayor de las veces,  como le decía Eleuterio su hijo el gran  economista.

Entonces se volvió común escuchar a Nacianceno decir a los proponentes: Viene la recesión, no hay negocio.

Los  comerciantes, que entendían menos que mas las palabras que el campesino repetía a cada proposición denegada, acabaron por alejarse de a José al que nadie  volvió a buscar para ofrecerle nada  ya que sus negativas se tornaron como enfermedad contagiosa  y sus “nones” fueron tan conocidos, como lo eran los fósforos de palo en el municipio. Así que nuestro campesino de marras gastó y gastó hasta que el dinero comenzó de verdad a escasear y finalmente fue la causa de que todo se le fuera a pique. Entonces, José decidió hacer las cuentas y al revisar a fondo llegó a la triste conclusión de que el poco dinero que le quedaba no le alcanzaba para comprar nada. Asi que se  dijo lleno de preocupación y tristeza:

 Eleuterio tenía razon. La recesión y la crisis han llegado y por su culpa lo he perdido todo.

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