Tomado del libro Cuentos, Historias y Relatos (Tomo I)
Por A.J.Ortega
“Mujeres de la calle” es el apelativo más decente con que las “damas
de la sociedad” en el mundo califican a
las prostitutas. Con éste apelativo pretenden ser justas en la ofensa para aquellas que desempeñan
el trabajo más antiguo de la humanidad. . Una de esas pobres desgraciadas es la que motiva esta historia relatada para
usted lector interesado (supongo) solo
en el aspecto literario del tema.
En fin, nuestro personaje salió
muy temprano esa mañana a ofrecer su detalle al mundillo del placer.
Iba vestida de sedas de fuertes colores con que se visten las flores para
llamar la atención de las abejas. Van acompañados de dulces perfumes a los que nuestras damas elegantes clasifican como perfume de olor a "pachulí".
La prostitute estaba acostumbrada a llamar la atención de los hombres mostrando las piernas un poco mas arriba de lo que deja ver la moda ( que a damas de alcurnia no incomoda cuando usa minifaldas tan
altas que hasta llegan al altar del placer de lo ligeras que parecen y por ello son observadas por todos los hombres sin ser criticados por solo mirar. Pero para la mujer de la calle otra era la opinion que se ganaba por vestir lo que requiere el negocio,
a lo que se suma afeites en cantidad exagerada y extravagancias con que supuestamente ellas embellecen sus rostros de la forma que agrada a su clientela. Oh, su clientela, si señor, su clientela compuesta por un ejército de usuarios innominados que tienen en sus cabezas toda suerte de pelambres sexuales imaginarios y por supuesto reales a la hora de la intension de ver satisfechos sus deseos reprimidos que tienen pervertidos y acomplejados, los feos y los deformes y de sus mejores clients, los rateros y violentos criminales que las hacen cómplices de “sus trabajos”, cumpliendo la creencia popular que afirma que donde hay putas hay ladrones y toda clase de hampones.
a lo que se suma afeites en cantidad exagerada y extravagancias con que supuestamente ellas embellecen sus rostros de la forma que agrada a su clientela. Oh, su clientela, si señor, su clientela compuesta por un ejército de usuarios innominados que tienen en sus cabezas toda suerte de pelambres sexuales imaginarios y por supuesto reales a la hora de la intension de ver satisfechos sus deseos reprimidos que tienen pervertidos y acomplejados, los feos y los deformes y de sus mejores clients, los rateros y violentos criminales que las hacen cómplices de “sus trabajos”, cumpliendo la creencia popular que afirma que donde hay putas hay ladrones y toda clase de hampones.
Pero, no vamos a relatar eso de lo que se encarga con mejores
habilidades narrativas la ficción, sino de los clientes más apetecidos ( mejor más aceptados
por ellas), que son aquellos padres de familia que en sus hogares todos los días sus esposas los
reciben a la llegada del trabajo, con la fea imagen de la
belleza perdida por los años dedicados a sus hijos,y al marido que por lo general siempre alega dolores de cabeza y cansancio cuando ella les piden amor o cariño.
Claro que en pago a tal pureza de ánimo el juicio de los pecadores fuera de casa y por escasos minutos que resigna a la puta con poco dinero, no es el apropiado a la hora del canto de sirenas de la concupiscencia varonil que no admite disculpas al momento de los apetitos sexuales desbocados en la imaginación.
Claro que en pago a tal pureza de ánimo el juicio de los pecadores fuera de casa y por escasos minutos que resigna a la puta con poco dinero, no es el apropiado a la hora del canto de sirenas de la concupiscencia varonil que no admite disculpas al momento de los apetitos sexuales desbocados en la imaginación.
En fin, nuestra prostituta se prepara a ejercer su profesión en una zona
de dura competencia y por ello, en sus horas libres de clientela, que para esos
menesteres no es mucha para aquella que es una mujer pasada en años, cuyo movimiento de caderas para llamar la atención ya fue reemplazado por una posición estática
sobre la calle que es un puesto de trabajo clandestino que le sirve también para vender drogas prohibidas y también
muchas otras cosas.
Esmeralda, que así se llama nuestro personaje, tiene el hábito de mascar
chicle porque la goma de mascar facilita buen sabor a su boca matando el
aliento a tabaco, como las gotas de visina le dan limpieza a sus ojos de mirada
tristemente tolerante, cuando no lo es de desprecio ofensivo al mal trato de
las palabras que la mujer de la calle recibe de las criticonas a las que con desprecio muestran sus nalgas sembradas de la fea cellulitis acompañada de una carcajada de bruja despreciativa. A pesar de éste desplante, ella mostrábase, exhibíase, insinuábase en movimientos que eran más un hábito
que un recurso de belleza en la pasarela callejera para ganarse un puesto en la imaginación lujuriosa de los hombres, que como
ya quedó dicho, eran en su mayoría ordinarios trabajadores de mal “jetabulario”
y de a pié que sabían de todo pero que
concretamente no sabían de nada en particular, pero eso sí, rondaban por ahí la mayoría de las veces con tan poco dinero
para escasamente pagar una hora en la horrible habitación de motel de mala muerte destinados solo para tener sexo
y muchas veces para tener la oportunidad de ser escuchados en toda clase de
problemas de la vida que los ha vuelto niños
llenos de complejos.
En la oscura habitación de uno de esos inmundos lugares que cobraban
manoseadas por hora, le sobraba tiempo para limarse las uñas mientras escuchaba
las quejas de sus clients como si fuera un murmullo de palabras inintelegibles de aquellos
viejos niños a las que ella ponía cara
de maniquí como si de verdad escuchara como
una madre comprensiva las cicatrices con que la vida marca las limitaciones con las que vienen dotados los seres humanos que no tienen redención.
Con el tiempo Esmeralda habíase tornado experta en el arte de la
comprensión para aquellos que sus insatisfacciones desahogaban pagando la supuesta atencion de la prostituta barata porque por otra parte les daba miedo corromper a sus esposas
con absurdos juegos que eran preferencias infantiles, pero que ellos llamaban “sus
perversiones” sexuales que en el fondo solo eran inocentes caminos en los que el sexo suple las
deficiencias en el arte de la conquista en retraídos y timoratos a los que la callejera pretende enseñar de su experiencia un poco de esto y aquello, a los
que soñaban con la imaginacion que le hacían el amor no a ella sino a
bellas reinas de belleza exclusivas para la cabeza de esta clase de seres que no hay necesidad de describer en detalle, porque no hay quien no los conozca bien por su buen comportamiento en casa.
Olvidaba decir que esta prostituta enfrentaba las enfermedades
contagiosas como retos de la calle, con temperamento de perra brava. Tenía
coraje ante cualquier agresión femenina que es más hiriente que disparo de
escopeta.
Era capaz, como buena embaucadora, de tener palabras de dulzura y llamar “mi amor” al desconocido que por una sola vez se apareció a pedir sus servicios de urgencia y que posiblemente no volvería a ver nunca más y por ello le mostraba antes de desnudarse del todo, los bordes del diminuto calzón o “panty” no para seducir sino para ponerle algo de anglicismo al negocio de la venta de carne humana; a quien a veces permitía el descenso a su vagina que ella llamaba “el triángulo de las Bermudas” para dejarse oler el aroma muy intenso del perfume penetrante de su sexo, porque entendía que el falso amor se alimenta más de imaginación que de hechos reales que al final siempre se complacen con una simple
travesura barata..
Era capaz, como buena embaucadora, de tener palabras de dulzura y llamar “mi amor” al desconocido que por una sola vez se apareció a pedir sus servicios de urgencia y que posiblemente no volvería a ver nunca más y por ello le mostraba antes de desnudarse del todo, los bordes del diminuto calzón o “panty” no para seducir sino para ponerle algo de anglicismo al negocio de la venta de carne humana; a quien a veces permitía el descenso a su vagina que ella llamaba “el triángulo de las Bermudas” para dejarse oler el aroma muy intenso del perfume penetrante de su sexo, porque entendía que el falso amor se alimenta más de imaginación que de hechos reales que al final siempre se complacen con una simple
travesura barata..
En esencia, Esmeralda, frecuentemente estaba laboriosa con el pensamiento
para dar a entender que andaba siempre sola, porque en ese negocio no se tienen
amigas en razón de que toda mujer quedaba clasificaba sexualmente como competencia
porque hacían exactamente lo mismo, solo que muchas de ellas lo hacían en la sombra para que no se supiera que lo hacían igual pero por mucho más dinero.
Digamos que falsamente sonreía, porque la sonrisa en ese trabajo es casi una mueca, una
expresión un poco despreciativa o en el major de los casos falsa. Su mirada
pertenecía al vacío donde moraba su existencia, ya que era mujer de todas
partes y de ninguna a la vez. Sabía llevar su negocio y contaba sus ingresos
por orgasmos simulados y los amorosos que
eran una fortuna. Pero es Bueno resaltar que a la mayoría los contaban como trabajo, por la accion que hacen los burros del anca hacia adelante.
Para Esmeralda el mundo del amor estaba en crisis desde hacía mucho tiempo
porque, según lo confirmaba la disminución paulatina de su clientela. Ahora -decía- todas lo dan
sin que se lo pidan y ese fenómeno
viene con la relajación en las costumbres y daña el negocio del amor de mentiras.
Obligada entonces se volvió experta en superar las crisis porque había
pasado días y noches en blanco sin quejarse de no haber ganado para alimentarse
con lo que llamaba los tres golpes, desayuno, almuerzo y comida. Entonces se le
veía regresar al cuartucho que llamaba hogar, donde era menos acosada por el
sexo que por el hambre. No obstante era
mujer de mucha fe. En las crisis, que las tuvo por semanas enteras, rezaba el
rosario a la virgen, porque era ella la única que comprendía sus angustias de
mujer. En sus oraciones le pedía a la milagrosa, una mejor suerte para el día
siguiente. A veces la aurora se le aparecía entre sus ruegos y las esperanzas
de tener buena y generosa paga de nueva clientela. Entonces retomaba compostura para salir a
las calles sin pensar en el qué dirán, porque de ello nada útil se sacaba.
La gente se equivocaba al juzgarla como de la vida fácil, que todos
sabían que era la más difícil para ganar el sustento con el arte de meter y
sacar como en la corrida de toros se hace con el capote, detrás del cual siempre el que tiene que torear se juega la vida.
Y es que sus clientes de paso no sabían que muchas veces ella había
tenido que mostrarse mala en las refriegas con otras “trabajadoras
sociales, como ahora las llaman, con las que se disputaba un cliente y de las cuales tenia
recuerdos mil que parecían cicatrices por los insultos que recibió a su edad madura y que solo
ella sabe que son imborrables.
Cuántas
reflexiones aparecían en su recuerdo sentada al borde de su cama despreciada,
como burlada novia adolescente, esperando que la gente comprendiera con aprecio
lo que le tocaba ofrecer en su comercio con tantos sacrificios. Después de
reponerse de esos pensamientos por el acoso de la necesidad, se levantó así
misma el ánimo, se miró en el espejo y sonrió ensayando de nuevo aquella falsa
alegría que le tocaba practicar como preparación
despreciativa del agravio que recibiría por
los favores que ella le hacía a la sociedad y a la familia en particular según su justiciero criterio.
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