Wednesday, October 21, 2015

EL SECUESTRO


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Tomado del libro Cuentos historias y relatos

Por A.J.Ortega

 

Son las diez de la mañana y el cielo  se muestra  copado de nubes grises que son habituales en la ciudad de Bogotá  Colombia, fundada por don Gonzalo Jiménez de Quesada sobre una inmensa y lluviosa Sabana el 6 de Agosto de 1.538.

Esta urbe está a toda hora vigilada por el espíritu y memoria de sacrificio  de Jesús de Nazaret  convertido al bronce en el Señor de Monserrate en una obra de arte de tamaño natural o  como se le conoce más popularmente en el cristo caído en el canto de su madre María, la  que con profundo dolor  llora su muerte.

La obra que había llegado siguiendo los pasos de la colonia española que comienza en el año 1.492,   fue esculpida por  el artista  español don Pedro de Lugo que viajó con ella desde España para ubicarla en la cima de Monserrate, una de las montañas más altas  de la codillera central que se eleva a 1.700 metros sobre el nivel del mar y que ha sido  testigo por cientos de años de los miles de sucesivos asentamientos desde sus faldas sabaneras donde siempre llueve, primero para dar asentamiento a la escasa población española de conquistadores que con doce chozas  cavaron en el año 1536, los cimientos   de la ciudad de Santafé de Bogotá, hoy habitada por diez millones de seres devotos desde entonces al doloroso  Cristo caído conocido entre otros nombres, como el señor de Monserrate.

 Debajo de la montaña  y ya olvidadas las devociones españolas de tanta antigüedad, la ciudad ha  construido miles de barrios populares dentro de una arquitectura anarquizada, pero hay que reconocerlo,  dotada de todo lo que demandan los habitantes en  servicios públicos y de comercio. En uno de esos barrios conocido como La soledad , se abrió  un moderno  supermercado del que, en este momento  sale una mujer joven, bonita de rostro, de mediana estatura y con su cuerpo  bien formado. Ella pertenece a una clase media según sus modestos ingresos, y que  en ese momento va  arrastrando un carrito cargado de  mercado y enlatados con cosas de comer. Entre las rejas del carrito de carga impulsado por sus delicados brazos, se puede ver  a su pequeño hijo de cinco años que lleva metidas sus piernitas entre las rejas de metal que el chico mueve feliz con la inquietud propia de su temprana edad. En ese instante mira sonriente a su progenitora, a la que el chico le muestra una manzana que ha tomado de una bolsa y que ahora se lleva con su mano a la boca.

Su madre  le sonríe moviendo su cabeza mientras avanza tranquilamente hacia el lote de piso pavimentado, que permanece abierto para parquear los vehículos de los clientes del almacén. Nuestro personaje había  parqueado allí su modesto vehículo y al observarlo cerca comienza a buscar las  llaves entre la cartera que le cuelga del hombro derecho, para abrir sus puertas..

Simultáneamente tres hombres prolongados en sus sombras por los rayos del sol de clima frío alargan sus pasos para  situarse cerca de la mujer.

La que es una corpulenta figura se mueve  con más rapidez que las otras dos. Es un experto en el secuestro y sabe lo que tiene que hacer con la  mujer que indiscriminadamente  seleccionó como a su víctima.

El hombre tiene cara de piel con irritaciones y escasa barba sin afeitar que le da una imagen de ser un hombre malo o como se describen así mismos  los criminales, como un tipo de muy malas pulgas. Viste  una chaqueta negra muy usada con algunas roturas que la afean. Lleva una bufanda raída alrededor de su cuello la que sube un poco para taparse la boca, dejando libre sus ojos de mirada belicosa y parte de las mejillas que ya mencionamos estaban como picadas de viruelas. Con un paso mas rápido  se acerca a la  desprevenida mujer.

Las otras dos sombras siguen al hombre pesado guardando una corta distancia que les permita escuchar de él  instrucciones y a la vez servir de vigilantes que le garanticen que no hay “moros en la costa”  cuya presencia los obligaría a abortar la operación secuestro que están a pocos segundos de realizar..

Vistos en la distancia, los tres sujetos actúan perfectamente sincronizados porque no es la primera vez que ponen en marcha  un  plan criminal que a decir verdad ya han repetido muchas veces con éxito.

En ese momento en que  el tiempo parece suspenderse, indicando  que es hora de actuar con rapidéz, lo que no necesita ser explicado  porque simplemente es así como el hampa procede y por ello el primer sujeto actúa  de conformidad y ya se encuentra al lado de la mujer a la que, con toda su fuerza empuja,  separándola del carrito de mercado.

Como una hiena al ataque, uno de los dos vigilantes saca al niño que muy asustado grita ante el ataque y porque le duele el aprisionamiento que el hombre le hace con sus manos que lo agarran como tenazas. Para evitar sus gritos, el sujeto   le tapa la boca  y en menos que canta un gallo, desaparece de la escena con el chiquillo.

- Aliste veinte  millones si quiere volver a ver vivo a su hijo, le dice al oído en un murmullo terrorífico el secuestrador al tiempo que le da un fuerte golpe en el hígado a la mujer , con lo que le quita momentáneamente la respiración para evitar que llame la atención de otras personas con sus gritos.

Tirada en el piso, la madre hace un gran esfuerzo milagroso, se pone de pie y empieza a gritar y a correr como loca, porque los secuestradoras ya han desaparecido con el niño en su poder.

- ¡Mi hijo, se llevaron a mi hijo! ¡Auxilio, que alguien me ayude… por favor!

 

Dicen los expertos en criminalística que cuando un grupo social es sorprendido con un ataque inesperado de la delincuencia, la primera impresión los lleva a la parálisis de la acción porque no logran entender rápidamente los hechos que se suceden en un instante

en que la mente transforma un segundo en  una eternidad. Luego ocurre un fenómeno que tuerce  la comprensión de los sonidos como los gritos que para el que los escucha  carecen de sentido porque no los identifica con nada que pueda ver.

Rodeada de una docena de personas la joven mujer gritaba y repetía sin  parar las mismas frases.

- ¡Se llevaron a mi pequeño, por favor ayúdenme!

Despertando de esos segundos de impotencia, la multitud que ahora entiende que se trata de un secuestro, como si todos los alli presentes fueran un solo hombre comienzan a moverse velozmente  por todo el parqueadero, en donde nada ni a nadie encuentran. Sus carros invaden  las calles, buscando a los tres delincuentes, que ya habían puesto los pies en polvorosa, sin dejar huella ni  rastro de donde pudieran estar. La policía que dice cuidar la ciudad es en ese momento un cuerpo inoperante que luce por su ausencia. Cuando finalmente llegan después de media hora, se suman a la inoperancia de los otros  cuerpos de investigación, como le ocurre a la inútil Fiscalia que al indagar llegaron a la conclusión de que nadie había visto nada y ello quiere decir para los observadores que aún están allí, que por el momento nadie tenia  rastro de los  delincuentes ni de su víctima.

En  la manifestación de impotencia de las autoridades se transmite el  miedo a la familia del niño raptado al hacerles pensar  que el crimen del que acaban de ser víctimas va a convertirse en uno más  que termina cubriéndose con el manto de la impunidad porque los criminales se encargan de que no existan testigos en su contra porque ellos son los primeros en saber por informaciones que libremente se les suministran en los estrados de la justicia y por ello los delincuentes saben nombres y direcciones de  los testigos que después aparecen accidentalmente muertos. Y tienen razón porque debido a la impunidad el rapto se repite  muchas veces en todas partes y en particular en  los almacenes populares de la ciudad.

La historia es que pasaron varios días de tragedia y angustia para la familia del niño secuestrado. Sus padres  entonces declararon a los noticieros y periódicos que no eran gente rica, pero que dispondrían para la venta desde ya de todas sus modestas pertenencias con tal de que les devolvieran vivo a su pequeño y ello en otras palabras significa para los criminales que las víctimas una vez más se disponían a pagar las cantidades que se les pidiera.  

No se entra a detallar lo que los padres del niño raptado tuvieron que vender para conseguir el dinero. El hecho es que pagaron y recuperaron a su hijo, a pesar de que la ley los amenazó con cárcel si se prestaban a la consumación del delito que aparece en el Código Penal como crimen  que comete  el que  paga lo que piden los secuestradores.

El  secuestro lo iniciaron los guerrilleros para financiarse y comprar armas con las que matan a la población indefensa, lo continuaron los narcotraficantes para garantizarse que les paguen las deudas del  comercio de coca y demás, luego los paramilitares  por razones politicas, los delincuentes comunes y hoy se está poniendo en práctica por los hambrientos que se llevan a una persona para cobrar por ella lo que vale un mercado con el que dicen- por lo menos- matan el hambre.

Yo creo que ustedes lectores están de acuerdo en que no existe ni existirá castigo diferente a la pena de muerte  para el secuestrador. Ese es un delito que no tiene perdón, por el daño que causa a la víctima y a su familia. No obstante, los que sufren un secuestro en cualquier rincón del mundo viven  estupefactos viendo como el Estado al que le corresponda, negocia políticamente con los que todos los días cometen tan horrendo crimen.

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