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Tomado del libro Cuentos historias y relatos
Por A.J.Ortega
Son las diez de la mañana y el cielo se muestra copado de nubes grises que son habituales en
la ciudad de Bogotá Colombia, fundada
por don Gonzalo Jiménez de Quesada sobre una inmensa y lluviosa Sabana el 6 de
Agosto de 1.538.
Esta urbe está a toda hora vigilada por el espíritu y memoria de sacrificio
de Jesús de Nazaret convertido al bronce en el Señor de Monserrate
en una obra de arte de tamaño natural o como
se le conoce más popularmente en el cristo caído en el canto de su madre María,
la que con profundo dolor llora
su muerte.
La obra que había llegado siguiendo los pasos de la colonia española que comienza
en el año 1.492, fue esculpida por el artista español don Pedro de Lugo que viajó con ella desde
España para ubicarla en la cima de Monserrate, una de las montañas más altas de la codillera central que se eleva a 1.700 metros
sobre el nivel del mar y que ha sido testigo
por cientos de años de los miles de sucesivos asentamientos desde sus faldas
sabaneras donde siempre llueve, primero para dar asentamiento a la escasa población
española de conquistadores que con doce chozas cavaron en el año 1536, los cimientos de la
ciudad de Santafé de Bogotá, hoy habitada por diez millones de seres devotos desde
entonces al doloroso Cristo caído
conocido entre otros nombres, como el señor de Monserrate.
Debajo de la montaña y ya olvidadas las devociones españolas de
tanta antigüedad, la ciudad ha construido
miles de barrios populares dentro de una arquitectura anarquizada, pero hay que
reconocerlo, dotada de todo lo que
demandan los habitantes en servicios públicos
y de comercio. En uno de esos barrios conocido como La soledad , se abrió un moderno supermercado del que, en este momento sale una mujer joven, bonita de rostro, de
mediana estatura y con su cuerpo bien
formado. Ella pertenece a una clase media según sus modestos ingresos, y que en ese momento va arrastrando un carrito cargado de mercado y enlatados con cosas de comer. Entre
las rejas del carrito de carga impulsado por sus delicados brazos, se puede
ver a su pequeño hijo de cinco años que
lleva metidas sus piernitas entre las rejas de metal que el chico mueve feliz
con la inquietud propia de su temprana edad. En ese instante mira sonriente a
su progenitora, a la que el chico le muestra una manzana que ha tomado de una
bolsa y que ahora se lleva con su mano a la boca.
Su madre le sonríe moviendo su
cabeza mientras avanza tranquilamente hacia el lote de piso pavimentado, que
permanece abierto para parquear los vehículos de los clientes del almacén. Nuestro
personaje había parqueado allí su
modesto vehículo y al observarlo cerca comienza a buscar las llaves entre la cartera que le
cuelga del hombro derecho, para abrir sus puertas..
Simultáneamente tres hombres prolongados en sus sombras por los rayos
del sol de clima frío alargan sus pasos para situarse cerca de la mujer.
La que es una corpulenta figura se mueve con más rapidez que las otras dos. Es un experto
en el secuestro y sabe lo que tiene que hacer con la mujer que indiscriminadamente seleccionó como a su víctima.
El hombre tiene cara de piel con irritaciones y escasa barba sin
afeitar que le da una imagen de ser un hombre malo o como se describen así
mismos los criminales, como un tipo de
muy malas pulgas. Viste una chaqueta
negra muy usada con algunas roturas que la afean. Lleva una bufanda raída
alrededor de su cuello la que sube un poco para taparse la boca, dejando libre
sus ojos de mirada belicosa y parte de las mejillas que ya mencionamos estaban como picadas
de viruelas. Con un paso mas rápido se
acerca a la desprevenida mujer.
Las otras dos sombras siguen al hombre pesado guardando una corta distancia
que les permita escuchar de él instrucciones y a la vez servir de vigilantes
que le garanticen que no hay “moros en la costa” cuya presencia los obligaría a abortar la operación
secuestro que están a pocos segundos de realizar..
Vistos en la distancia, los tres sujetos actúan perfectamente sincronizados
porque no es la primera vez que ponen en marcha un plan
criminal que a decir verdad ya han repetido muchas veces con éxito.
En ese momento en que el tiempo parece
suspenderse, indicando que es hora de actuar con rapidéz, lo que no necesita ser explicado porque simplemente es así como el hampa procede y por ello
el primer sujeto actúa de conformidad y ya se encuentra al lado de la mujer a la que, con toda su
fuerza empuja, separándola del carrito de
mercado.
Como una hiena al ataque, uno de los dos vigilantes saca al
niño que muy asustado grita ante el ataque y porque le duele el aprisionamiento
que el hombre le hace con sus manos que lo agarran como tenazas. Para evitar
sus gritos, el sujeto le tapa la boca y en menos que canta un gallo, desaparece de
la escena con el chiquillo.
- Aliste veinte millones si
quiere volver a ver vivo a su hijo, le dice al oído en un murmullo terrorífico el
secuestrador al tiempo que le da un fuerte golpe en el hígado a la mujer , con
lo que le quita momentáneamente la respiración para evitar que llame la
atención de otras personas con sus gritos.
Tirada en el piso, la madre hace un gran esfuerzo milagroso, se pone de
pie y empieza a gritar y a correr como loca, porque los secuestradoras ya han
desaparecido con el niño en su poder.
- ¡Mi hijo, se llevaron a mi hijo! ¡Auxilio, que alguien me ayude… por
favor!
Dicen los expertos en criminalística que cuando un grupo social es
sorprendido con un ataque inesperado de la delincuencia, la primera impresión
los lleva a la parálisis de la acción porque no logran entender rápidamente los
hechos que se suceden en un instante
en que la mente transforma un segundo en una eternidad. Luego ocurre un fenómeno que
tuerce la comprensión de los sonidos como
los gritos que para el que los escucha carecen de sentido porque no los identifica con
nada que pueda ver.
Rodeada de una docena de personas la joven mujer gritaba y repetía sin parar las mismas frases.
- ¡Se llevaron a mi pequeño, por favor ayúdenme!
Despertando de esos segundos de impotencia, la multitud que ahora entiende
que se trata de un secuestro, como si todos los alli presentes fueran un solo hombre comienzan a
moverse velozmente por todo el
parqueadero, en donde nada ni a nadie encuentran. Sus carros invaden las calles, buscando a los tres delincuentes,
que ya habían puesto los pies en polvorosa, sin dejar huella ni rastro de donde pudieran estar. La policía que
dice cuidar la ciudad es en ese momento un cuerpo inoperante que luce por su
ausencia. Cuando finalmente llegan después de media hora, se suman a la
inoperancia de los otros cuerpos de
investigación, como le ocurre a la inútil Fiscalia que al indagar llegaron a la conclusión de
que nadie había visto nada y ello quiere decir para los observadores que aún están allí, que por el momento nadie tenia rastro
de los delincuentes ni de su víctima.
En la manifestación de impotencia de las autoridades se transmite el miedo a la familia del niño raptado al hacerles
pensar que el crimen del que acaban de
ser víctimas va a convertirse en uno más que termina cubriéndose con el manto de la
impunidad porque los criminales se encargan de que no existan testigos en su contra porque
ellos son los primeros en saber por informaciones que libremente se les suministran en los
estrados de la justicia y por ello los
delincuentes saben nombres y direcciones de los testigos que después aparecen accidentalmente muertos. Y
tienen razón porque debido a la impunidad el rapto se repite muchas veces en todas partes y en particular en
los almacenes populares de la ciudad.
La historia es que pasaron varios días de tragedia y angustia para la
familia del niño secuestrado. Sus padres entonces declararon a los noticieros y
periódicos que no eran gente rica, pero que dispondrían para la venta desde ya
de todas sus modestas pertenencias con tal de que les devolvieran vivo a su
pequeño y ello en otras palabras significa para los criminales que las víctimas
una vez más se disponían a pagar las cantidades que se les pidiera.
No se entra a detallar lo que los padres del niño raptado tuvieron que
vender para conseguir el dinero. El hecho es que pagaron y recuperaron a su
hijo, a pesar de que la ley los amenazó con cárcel si se prestaban a la
consumación del delito que aparece en el Código Penal como crimen que comete el que paga lo que piden los secuestradores.
El secuestro lo iniciaron los
guerrilleros para financiarse y comprar armas con las que matan a la población indefensa,
lo continuaron los narcotraficantes para garantizarse que les paguen las deudas
del comercio de coca y demás, luego los
paramilitares por razones politicas, los delincuentes comunes y hoy se está poniendo en práctica por
los hambrientos que se llevan a una persona para cobrar por ella lo que vale un
mercado con el que dicen- por lo menos- matan el hambre.
Yo creo que ustedes lectores están de acuerdo en que no existe ni existirá
castigo diferente a la pena de muerte para el secuestrador. Ese es un delito que no
tiene perdón, por el daño que causa a la víctima y a su familia. No obstante,
los que sufren un secuestro en cualquier rincón del mundo viven estupefactos viendo como el Estado al que le corresponda, negocia
políticamente con los que todos los días cometen tan horrendo crimen.
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