Tomado del Libro Cuentos, Historias & Relatos Tomo I
Por A.J.Ortega
Charles A. Williams tiene escasamente
quince años cumplidos. Es un niño aún, pero en ese instante se le va a juzgar
como adulto. Tiene el ceño fruncido y sus ojos miran con disgusto a quienes lo
observan. Es delgado, de estatura mediana y tiene la piel color aceituna como
si hubiera sido pintada con benevolencia por el sol. Está aprisionado por dos hombres
fornidos de la seguridad del Estado que no dejan de mirarlo con desconfianza.
El Observa los movimientos del juez de
la Corte Penal que pronto dictará sentencia en su contra.
El juez escucha los argumentos del
fiscal y de los abogados denunciantes.
Como un autómata el niño reo escucha
los términos jurídicos pero no los entiende. No hay sangre en su rostro. Está
muy pálido a causa de un miedo interior que tampoco sabe por qué razón lo ataca
en ese momento. No tiene por ello ni la menor idea de la transformación que su
vida va a tener después de que lo decida el juez en unos pocos minutos.
El fiscal, vestido de negro con la
majestad de movimientos de un ave de carroña, comienza a relatar los hechos
pronunciando tecnicismos jurídicos con calculado dramatismo. Su poder se
muestra ante la prensa que puede llegar a juzgarlo públicamente si comete un
error.
En la síntesis del delito que va a
juzgar, el juez acusa al niño de haber asesinado a dos pequeños en la puerta de
la escuela y herido a otros trece o más, usando una pistola de hombres grandes.
La causa que lo llevó a cometer el
crimen, según el magistrado, fue la venganza por las burlas frecuentes que le
hacían sus compañeros de escuela. El juez, no suministra más detalles. Esa es
la síntesis de los hechos sobre los que va a basar su sentencia.
La prensa toma nota, saca fotografías
y filma para la televisión grabando las imágenes de protagonistas, abogados
acusadores y defensores que se acicalan ante la cámara, aunque al niño reo esas
vanidades no le importan, porque el fiscal ha pedido para él la sentencia más
dura, la que se le daría al más avezado de los criminales en los E.U. Los
periodistas intuyen que la pena va a ser cadena perpetua que el niño pagará sin
derecho a libertad bajo palabra y por supuesto sin ser atendida ninguna de sus
apelaciones en el futuro.
Meses antes, otro niño de once años,
recibió la misma Cadena perpetua que se pide para él que en un instante va a
ser sentenciado, por haberle roto el cuello a una niña de su vecindad.
El mismo día en que el niño enfrenta a
la Corte, una muchachita de trece años disparó por la espalda a una compañera
de clase.
Días antes de todos estos hechos
criminales un joven de catorce parapetado en su escuela con un arsenal, dio
muerte a doce muchachos de su propia escuela.
En ese mismo momento, en otros
escenarios, desentendidos de lo que en la Corte sucede, algunos hombres viejos
tienen sus miradas fijas en un ballet de niñas de cinco y seis años que mueven
sus caderas en un baile supuestamente inocente. Las imaginan mujeres grandes y
sus lascivias las desean porque las pequeñitas al danzar se mueven como sus
padres les han dicho que deben hacerlo frente a las cámaras de televisión.
En las casas de otros padres de
familia y al otro extremo de la ciudad, se guardan en la sala y vitrinas
protegidas con débiles vidrios, seis fusiles y muchas cajas de balas que padres
de familia compraron para cuando necesiten agredir a alguien o simplemente para
defenderse.
Hombres ebrios, viciosos y violentos
en todos los Estados Americanos están a todas horas golpeando sin compasión a
sus esposas y a sus hijos. En la vecindad se escuchan gritos de dolor causado
por el recurrente maltrato infantil.
La televisión sin control de emisión y
durante las veinticuatro horas del día, cumple su tarea de enseñar a los niños
la más perniciosa de las violencias que muestran en los dibujos animados donde
la muerte es un simple juego y todos los actores que están representados en muñequitos
supuestamente vivos, les hablan en su propio idioma antes de caer muertos como
moscas y que reviven cuando se repite el mismo programa para niños dejando en
sus mentes que la muerte es una mentira sin ninguna trascendencia porque el
personaje muñeco vuelve a la vida cada vez que la película se repite como cosa
divertida por la televisión.
Al cine en las salas de exhibición que
van a cumplir cien años de reinado en ese mundo de la fantasía irreal, la gente
asiste como a una Iglesia, para honrar la acción del héroe que comete muchos
crímenes porque tiene permiso para matar, crímenes que quedan totalmente
impunes si el héroe está del lado de los que la película señala como los
buenos.
En millones de pequeños almacenes de
música para la juventud, se ofrece el sonido demoníaco que incita a la maldad
explicita y al sexo desenfrenado. Y todo ello ocurre con la complacencia de los
padres, de las madres, de los jueces de la justicia, de la sociedad que dedica
tiempo a discutir la libertad individual como derecho inviolable que se ejercita
sin reglas de comportamiento, que los padres no imponen a sus hijos alegando carecer
de tiempo para enseñarlas como orientación de la conducta en sociedad y con
amor a sus hijos. Son los mismos padres que no saben qué amigos los inducen a
los vicios de peligrosas drogas adictivas porque no se sienten responsables de
la suerte que corren en los colegios y escuelas públicas gracias a que durante
el transcurso de su educación, les aplican, sin ningún remordimiento la más
severa de las costumbres del desamor, que es el abandono familiar.
Por eso no sorprendió a nadie ver y
oír a la madre de Charles A. Williams decir con toda impavidez y frialdad ante
la televisión, que lo único que le dolía de lo hecho por su hijo, era que él
era el único responsable de haber dañado su propio futuro.
¿A qué clase de futuro se referiría
esa mujer que más que su hijo merecía ella duro castigo?
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