Saturday, May 24, 2014

LOS NIÑOS DE LA GUERRA


Hace muchos años, después de la segunda guerra mundial, un director de cine exhibió en la pantalla grande una de las películas de cine más impactantes que yo jamás hubiera visto. Se titulaba los niños de la guerra. Fueron, según el guionista, los últimos defensores que al final de la guerra le quedaban al aparato militar del régimen Nazi. Jamás un ser humano podía haber soñado entonces, que un escenario de crueldad y de tal poder de destrucción pudiera terminar en las manos de una niñez entrenada para disparar fusiles que eran  más largos que su estatura, pero destinados también para ingenuamente defenderse de una muerte que a la hora de atacar no pregunta por edades.

Lógicamente, la producción acaba en el momento en que el último de los niños soldados cae abatido por las balas defendiendo con el más grande de los heroísmos, un puente que daba entrada a la ciudad.

Ficción o realidad, la película es impactante no por la fórmula de la guerra, de la que nunca parece  salir el ser humano para resolver sus litigios y ambiciones, sino por la participación a todas luces condenable de los niños.

Las imágenes tétricas del cine volvieron entonces a mi memoria al observar en el día de ayer en la televisión colombiana  las diminutas figuras diminutas de cincuenta y cinco niños soldados que lograron desertar llenos de miedo, del comando criminal de las guerrillas  comunistas de las FARC.

Desde los once hasta los quince años de vida, estas personitas ya han sido entrenadas por los subversivos para prestar servicios de inteligencia y disparar contra otro ser humano. Todos ellos fueron sacados de sus hogares a la fuerza  o amenazados con matar a sus padres si no se integraban a la guerrilla.

Cuentan los habitantes de la zona donde las FARC gobiernan a sus anchas y sin ley, que ellos obligan a las  familias campesinas que tienen dos o tres hijos, a que uno les sea entregado para la guerra.

Prostituta la niña, asesino el varón serán sus destinos por determinación de los comandantes de la inútil revolución comunista.

Carne de cañón concluiríamos nosotros después de haber visto las decenas de cuerpos infantiles sacrificados por las balas en los enfrentamientos con las fuerzas regulares del ejército, tirados en fila de muertos como si se tratara de basura. O a los cientos de niños mutilados y víctimas de  las bombas quiebra patas instaladas contra la población civil por tales asesinos.

En este momento surgen de nuevo los interrogantes que nadie responde.

¿No va a haber una campaña de condena  de la organización de los derechos humanos a la guerrilla por estos hechos? ¿Por qué no se pronuncian reiteradamente contra esas organizaciones criminales que se ufanan hablando del derecho Internacional humanitario? ¿Por qué todos se olvidan de los derechos de los niños? ¿Es que los menores no son seres humanos, que merecen más que nadie, la atención del mundo?

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