Friday, March 28, 2014

SINTESIS


Para seguir la formalidad del sistema de redes sociales y pensando en tener muchos amigos con quienes poder intercambiar opiniones, ideas, conocimientos y experiencias ayudando en todo lo que esté a mi alcance, por ello quiero comunicar a ustedes el vivo interés de compartir conocimientos en muchos aspectos de la vida antigua o del pos modernismo actual usando éste interesantísimo sistema “blog”. A ello voy a intentar aplicar la síntesis descriptiva a través de EPocketBook Publishing nuestra compañía de libros electrónicos que desde ya pongo a disposición de ustedes lectores y escritores.

Mi página web es: www.e-pocketbook.com.

He bautizado a mi Blog “Síntesis”, porque considero que es la forma como estamos viviendo en un mundo que ha evolucionado tanto, que ha logrado sintetizar todos los conceptos sobre todos los temas culturales que reduce a frases que enmarcan un amplio sentido o conocimiento en formatos de Internet, es decir en síntesis lo que implica tener que usar muy pocas palabras explicativas. .

Soy ciudadano americano, pero Nací en la pequeña ciudad fronteriza con San Antonio (Venezuela) llamada Cúcuta, Norte de Santander, Colombia, ciudad que aún permanece hundida entre en un valle rodeado de altas montañas por donde se desliza en impecable transparencia el río pamplonita y de la que he permanecido ausente por muchos años.

Tengo que confesar que he tenido un espíritu aventurero siempre y ello lo supe cuando apenas había iniciado los catorce años de edad el día que mi madre me expulso de la casa porque no me resistía más.

Para la que ya era mí manera de ser, sus palabras fueron simplemente parte del temporal de una disputa amorosa de quien yo había heredado su carácter fuerte y por eso en aquella rencilla tomé muy serio el asunto. Pero como nada en este mundo se hace sin dinero, me acordé que mi padre guardaba sus ahorros en el armario de su alcoba y por eso me dirigí a esa habitación en la cual me apropié de un puñado de billetes con los que tomé las de Villadiego con una vieja maleta de mano en la que llevaba dos pantalones, dos camisas, unos calzoncillos y varios pares de medias.

Cerca de mi casa abordé un bus, buscando que me llevara al centro de la ciudad de Santa fe de Bogotá donde estaban localizadas las empresas de transporte que viajaban por todo el país. En la primera ventanilla de una de ellas compré un pasaje al azar que resultó que iba a llevarme hacia puerto Salgar sobre el río de la Magdalena. Avanzamos por cuatro horas que me parecieron una eternidad. En ese mal llamado puerto, me puse a indagar cómo podía salir de allí hasta que  descubrí que la única vía que me llevaba a la Costa Norte del país, era la del río de la Magdalena en una de esas naves marinas del siglo pasado que estaba dotada con una gran rueda movida por un motor a vapor que impulsaba las aletas de la rueda de madera del barco. Era, por supuesto, un barco viejo con seis camarotes añejados por el descuido que empujaba un planchón con la quilla de proa en el que se transportaba alguna carga que iba para el puerto de Barranquilla en la costa norte del país.

No obstante me sentía agradecido porque había tenido la suerte de poder pagar un camarote, aunque oliera a manteca rancia y estuviera en mal estado, al menos podía hacer uso de la litera de lona para dormir, baño y lavamanos para el aseo, situación que en algo aliviaban los cinco días de viaje

Era de esperarse que al menos el improvisado paseo se presentara sin riesgos, así que una vez dejé mi maletín en el camarote regresé bordeando la baranda de madera pintada de blanco que iba de popa a proa alrededor del Almirante Padilla nombre dado a la embarcación en honor al único negro con conocimientos marinos que se unió a al ejército en 1811 que comandaba el libertador Simón Bolívar.

En la medida que el barco avanzaba, la selva madura empezó a mostrar caimanes en las orillas del río, pescados voladores que saltaban ante la presencia del barco, micos de todo tipo, que se deslizaban por las ramas haciendo simpáticos ruidos, tortugas lentas sobre la orilla arenosa y muchos otros animales de los cuales no  supe distinguir sus nombres.

Los pocos pasajeros que llenaban los otros camarotes gritaban señalando cabañas de indios construidas cerca del borde del rio, que como una gran cicatriz partía a Colombia en dos fracciones  de ocho departamentos cada una.

Después de cenar arroz mazacotudo con papas y un pescado frito de horrible sabor, en una de las paradas del Almirante Padilla, regresé al camarote una vez pude conseguir con uno de los ayudantes del Capitán una hoja de papel y lápiz. Entonces bajo la luz mortecina del camarote me puse a barruntar unas pocas frases de las que solo recuerdo lo siguiente: “El buque abandona los muelles del puerto y avanza ruidosamente penetrando el comienzo de la selva bañada por el río de la Magdalena. El aroma del cálido viento de la selva madura penetraba por los dos costados cual ventanas bastante amplias que nos permitían respirar con libertad los olores inmensamente variados de la naturaleza…” Hasta ahí el recuerdo, porque aunque no sabía dónde terminaría la historia, ni lo supe nunca porque no volví sobre el tema. Claro que tengo que decir que ello marcó en mi un inusitado interés de escribir lo que entonces me pareció era tarea fácil.

Tengo que admitir lo equivocado que estaba en todo a esa edad, porque después la vida torció cada camino que tuve que transitar, incluyendo mis sueños de escritor, porque esa actividad la vine a recuperar muchos, pero muchos años después cuando salido de las Universidades donde estudié de todo, tuve que pensar en mi futuro. Desde allí me interesó la política que me llevó a llenar una columna diaria sobre cultura general que publicaron en doce periódicos por varios años. Solo que nunca recibí un centavo por ello, pues me pagaban, según los dueños, con el honor que hacían de prestarme el espacio para hacer conocer mi manera de pensar en apoyo a mis supuestas ambiciones políticas. De esa forma caí en la trampa de la importancia.

Fui entonces Secretario General del partido Conservador, miembro del Congreso y en el intermedio ocupé cargos administrativos importantes. Entonces decidí volverme editor de una revista especializada en economía tipo Newsweek y tuve la oportunidad de ser exitoso porque por primera vez comencé  a sentir en mi bolsillo dinero en abundancia.

Por esa época entendí dos cosas muy importantes que estaban relacionadas con mis aspiraciones.

-Que el escritor es un testigo de los acontecimientos de su época y

-Que la cultura que no se comunica al pueblo al que uno pertenece no sirve para nada.

En otras palabras, es como si la sabiduría la hubiera adquirido un sordo mudo al que le pasó el conocimiento por un oído camino hacia el otro sin dejar nada en el medio que comunicar a los demás.

Ello me llevó entonces a dedicar mi vida a escribir muchos libros.

En la actualidad vivo en Redondo Beach bordeando la playa y disfrutando la frescura de la brisa del mar en verano y del frío que obliga indiscriminadamente al uso de las cobijas eléctricas en las noches de invierno.

 

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