Para
seguir la formalidad del sistema de redes sociales y pensando en tener muchos
amigos con quienes poder intercambiar opiniones, ideas, conocimientos y
experiencias ayudando en todo lo que esté a mi alcance, por ello quiero comunicar
a ustedes el vivo interés de compartir conocimientos en muchos aspectos de la
vida antigua o del pos modernismo actual usando éste interesantísimo sistema “blog”.
A ello voy a intentar aplicar la síntesis descriptiva a través de EPocketBook
Publishing nuestra compañía de libros electrónicos que desde ya pongo a disposición
de ustedes lectores y escritores.
Mi página
web es: www.e-pocketbook.com.
He bautizado
a mi Blog “Síntesis”, porque considero que es la forma como estamos viviendo en
un mundo que ha evolucionado tanto, que ha logrado sintetizar todos los
conceptos sobre todos los temas culturales que reduce a frases que enmarcan un
amplio sentido o conocimiento en formatos de Internet, es decir en síntesis lo que
implica tener que usar muy pocas palabras explicativas. .
Soy
ciudadano americano, pero Nací en la pequeña ciudad fronteriza con San Antonio (Venezuela)
llamada Cúcuta, Norte de Santander, Colombia, ciudad que aún permanece hundida
entre en un valle rodeado de altas montañas por donde se desliza en impecable
transparencia el río pamplonita y de la que he permanecido ausente por muchos
años.
Tengo
que confesar que he tenido un espíritu aventurero siempre y ello lo supe cuando
apenas había iniciado los catorce años de edad el día que mi madre me expulso
de la casa porque no me resistía más.
Para
la que ya era mí manera de ser, sus palabras fueron simplemente parte del temporal
de una disputa amorosa de quien yo había heredado su carácter fuerte y por eso en
aquella rencilla tomé muy serio el asunto. Pero como nada en este mundo se hace
sin dinero, me acordé que mi padre guardaba sus ahorros en el armario de su
alcoba y por eso me dirigí a esa habitación en la cual me apropié de un puñado
de billetes con los que tomé las de Villadiego con una vieja maleta de mano en
la que llevaba dos pantalones, dos camisas, unos calzoncillos y varios pares de
medias.
Cerca
de mi casa abordé un bus, buscando que me llevara al centro de la ciudad de
Santa fe de Bogotá donde estaban localizadas las empresas de transporte que
viajaban por todo el país. En la primera ventanilla de una de ellas compré un
pasaje al azar que resultó que iba a llevarme hacia puerto Salgar sobre el río
de la Magdalena. Avanzamos por cuatro horas que me parecieron una eternidad. En
ese mal llamado puerto, me puse a indagar cómo podía salir de allí hasta que descubrí que la única vía que me llevaba a la
Costa Norte del país, era la del río de la Magdalena en una de esas naves marinas del siglo pasado que estaba dotada con una gran
rueda movida por un motor a vapor que impulsaba las aletas de la rueda de madera
del barco. Era, por supuesto, un barco viejo con seis camarotes añejados por el
descuido que empujaba un planchón con la quilla de proa en el que se
transportaba alguna carga que iba para el puerto de Barranquilla en la costa
norte del país.
No obstante me sentía agradecido porque había tenido la suerte de poder
pagar un camarote, aunque oliera a manteca rancia y estuviera en mal estado, al
menos podía hacer uso de la litera de lona para dormir, baño y lavamanos para
el aseo, situación que en algo aliviaban los cinco días de viaje
Era de esperarse que al menos el improvisado paseo se presentara sin riesgos,
así que una vez dejé mi maletín en el camarote regresé bordeando la baranda de
madera pintada de blanco que iba de popa a proa alrededor del Almirante Padilla
nombre dado a la embarcación en honor al único negro con conocimientos marinos
que se unió a al ejército en 1811 que comandaba el libertador Simón Bolívar.
En la medida que el barco avanzaba, la selva madura empezó a mostrar
caimanes en las orillas del río, pescados voladores que saltaban ante la
presencia del barco, micos de todo tipo, que se deslizaban por las ramas
haciendo simpáticos ruidos, tortugas lentas sobre la orilla arenosa y muchos
otros animales de los cuales no supe
distinguir sus nombres.
Los pocos pasajeros que llenaban los otros camarotes gritaban señalando cabañas
de indios construidas cerca del borde del rio, que como una gran cicatriz partía
a Colombia en dos fracciones de ocho departamentos
cada una.
Después de cenar arroz mazacotudo con papas y un pescado frito de horrible sabor,
en una de las paradas del Almirante Padilla, regresé al camarote una vez pude
conseguir con uno de los ayudantes del Capitán una hoja de papel y lápiz. Entonces
bajo la luz mortecina del camarote me puse a barruntar unas pocas frases de las
que solo recuerdo lo siguiente: “El buque
abandona los muelles del puerto y avanza ruidosamente penetrando el comienzo de
la selva bañada por el río de la Magdalena. El aroma del cálido viento de la selva
madura penetraba por los dos costados cual ventanas bastante amplias que nos
permitían respirar con libertad los olores inmensamente variados de la
naturaleza…” Hasta ahí el recuerdo, porque aunque no sabía dónde terminaría
la historia, ni lo supe nunca porque no volví sobre el tema. Claro que tengo
que decir que ello marcó en mi un inusitado interés de escribir lo que entonces
me pareció era tarea fácil.
Tengo que admitir lo equivocado que estaba en todo a esa edad, porque después
la vida torció cada camino que tuve que transitar, incluyendo mis sueños de
escritor, porque esa actividad la vine a recuperar muchos, pero muchos años
después cuando salido de las Universidades donde estudié de todo, tuve que
pensar en mi futuro. Desde allí me interesó la política que me llevó a llenar una
columna diaria sobre cultura general que publicaron en doce periódicos por
varios años. Solo que nunca recibí un centavo por ello, pues me pagaban, según
los dueños, con el honor que hacían de prestarme el espacio para hacer conocer
mi manera de pensar en apoyo a mis supuestas ambiciones políticas. De esa forma
caí en la trampa de la importancia.
Fui entonces Secretario General del partido Conservador, miembro del
Congreso y en el intermedio ocupé cargos administrativos importantes. Entonces
decidí volverme editor de una revista especializada en economía tipo Newsweek y
tuve la oportunidad de ser exitoso porque por primera vez comencé a sentir en mi bolsillo dinero en abundancia.
Por esa época entendí dos cosas muy importantes que estaban relacionadas
con mis aspiraciones.
-Que el escritor es un testigo de los acontecimientos de su época y
-Que la cultura que no se comunica al pueblo al que uno pertenece no sirve para
nada.
En otras palabras, es como si la sabiduría la hubiera adquirido un sordo
mudo al que le pasó el conocimiento por un oído camino hacia el otro sin dejar
nada en el medio que comunicar a los demás.
Ello me llevó entonces a dedicar mi vida a escribir muchos libros.
En
la actualidad vivo en Redondo Beach bordeando la playa y disfrutando la frescura
de la brisa del mar en verano y del frío que obliga indiscriminadamente al uso
de las cobijas eléctricas en las noches de invierno.