Tuesday, August 18, 2015

FEDERICO GARCIA LORCA




Por A.J.Ortega

Siempre supe desde joven
que a García Lorca lo mataron
cinco tiros de fusil
metidos en sus espaldas
por orden de la  tiranía
en la  España dividida
de la derecha a la izquierda.

Soldados lo habían seguido
por las zarzas y las  hiedras
hasta que se lo encontraron
caminando por el borde
del Guadalquivir en su tierra,
dando del destino los pasos
porque lo iban a matar  
como él quiso que así fuera,
bajo una  noche de estrellas.

Los magnicidas no acallaron
sus escritos iluminados
por la luz de todas ellas
que decoraron sus versos
con la  libertad de escribir
los más bellos pensamientos
que se hacen con  poesía
y las hermosas palabras
con que él cantaba a  la vida
la que perdió en un instante
solo por iluminar las ideas
de politicas tinieblas.

Permíteme recordarte
Federico García Lorca
con mis humildes palabras
porque  arte y literatura
escribiste para que duraran
por toda una eternidad
y  así es que vale la pena,
como siempre tú lo hiciste
para este mundo traidor  
al que le diste alegrías
a mujeres y soñadores,
que así somos los poetas
con las chiquillas coquetas   
que tú siempre mantuviste
bien dispuestas a tu lado,
como las tenemos ahora
los que estamos en la tierra
festejando tu recuerdo
con  copa de vino añejo
apretada en la zurda mano  
y la  guitarra gitana
que se rasga con pasión
bien encogidas las piernas
para acompañar tus versos
con las notas de sus cuerdas
a la par que recitamos
tus  amorosos  poemas.


 


“LA CASADA INFIEL


Federico García Lorca


           


Y que yo me la llevé al río 
creyendo que era mozuela, 
pero tenía marido. 
Fue la noche de Santiago 
y casi por compromiso. 
Se apagaron los faroles 
y se encendieron los grillos. 
En las últimas esquinas 
toqué sus pechos dormidos, 
y se me abrieron de pronto 
como ramos de jacintos. 
El almidón de su enagua 
me sonaba en el oído, 
como una pieza de seda 
rasgada por diez cuchillos. 
Sin luz de plata en sus copas 
los árboles han crecido, 
y un horizonte de perros 
ladra muy lejos del río. 
Pasadas las zarzamoras, 
los juncos y los espinos, 
bajo su mata de pelo 
hice un hoyo sobre el limo. 
Yo me quité la corbata. 
Ella se quitó el vestido. 
Yo el cinturón con revólver. 
Ella sus cuatro corpiños. 
Ni nardos ni caracolas 
tienen el cutis tan fino, 
ni los cristales con luna 
relumbran con ese brillo. 
Sus muslos se me escapaban 
como peces sorprendidos, 
la mitad llenos de lumbre, 
la mitad llenos de frío. 
Aquella noche corrí 
el mejor de los caminos, 
montado en potra de nácar 
sin bridas y sin estribos. 
No quiero decir, por hombre, 
las cosas que ella me dijo. 
La luz del entendimiento 
me hace ser muy comedido. 
Sucia de besos y arena 
yo me la llevé del río. 
Con el aire se batían 
las espadas de los lirios. 
Me porté como quien soy. 
Como un gitano legítimo. 
Le regalé un costurero 
grande de raso pajizo, 
y no quise enamorarme 
porque teniendo marido 
me dijo que era mozuela 
cuando la llevaba al río”.

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