Wednesday, November 5, 2014

EL PAREDON POR A.J.ORTEGA


EL PAREDÓN


Son las seis de la tarde y la luz del día parece eternamente suspendida sobre la Isla de Cuba en aquel verano extraordinariamente caluroso. Durante la estación seca, el día se prolonga y la noche se presenta tarde, como una dama hermosa ligeramente vestida con sus brisas tibias, bien dispuesta a compartir secretos y deseos. Aquellos que no han estado expuestos al calor de las islas bañadas por mares tropicales, habrán escuchado que en ellas el sueño acosa la voluntad general, venciendo con su modorra morbosa el ánimo de trabajo de sus habitantes.

Ello ocurre también y por supuesto, en una de las habitaciones del hotel El Nacional donde se hospeda Alejandro Bush un periodista que cree tener una misión de destino, porque va a entrevistar a Fidel Castro que es el lider de la Revolución cubana.

La edificación del hotel está construida al borde de la playa colindando con el populoso barrio “La Rampa”.

A esa hora, no están encendidas aún las farolas de las calles de la Habana que los cubanos transitan obligatoriamente para tomar el rumbo hacia sus casas.

Pero aunque ya es tarde, la luz del día se ha prolongado sin explicar sus razones y por ello las costumbres y hábitos se diluyen entre la población que ha cambiado la identidad individual de los ciudadanos por la acción colectiva.


El entorno que estaba plantado con altos edificios y casas de teja, de balcones españoles, parece borrarse entre las brumas que de pronto empiezan a aparecer y que el periodista que observa el sorpresivo fenómeno, no sabe de donde provienen.

La gente se agita, según las fuentes clandestinas que ya han consultado, unas por el miedo y otras que son la mayoría, por la propaganda política del nuevo régimen que invita a ver el espectáculo de la muerte en el Paredón.

Se va a juzgar a un enemigo de la revolución y a ejecutar allí mismo la condena, que se sabe es la muerte.

Lujosos carros Americanos circulan repletos de burgueses arrepentidos de su condición social. Ellos acortan la distancia con el paredón empujados lentamente por el destino perezoso. Los que están al timón, van haciendo mucho ruido y tienen que dejarse ver de los que en ese momento detentan el poder revolucionario. Les parece que eso es una buena estrategia para ganarse la opinión de “revolucionarios” que inspira obligatoriamente el nuevo régimen. Quieren con su presencia evitar la sospecha que recae contra los que se quedan en casa conspirando en el silencio de su arrepentimiento y ello es castigado por el régimen con cárcel. Entonces es mejor lo uno que lo otro.

Los milicianos de la revolución circulan por todas partes. Ante ellos la población alineada con la revolución Cubana tiene que mostrar, por supuesto, que están con Castro, al que todos distinguen como "El Comandante". 

Por eso se apuran a tomar un puesto visible en el altar de la venganza, donde se va a fusilar al chivo expiatorio.

El llamado “enemigo del pueblo” ha estado detenido en “La Cabaña”, la cárcel central que ha sido diseñada construída por el Nuevo regimen para la tortura y donde se confina a los enemigos de la revolución cubana que aún están vivos.

En la celda de tierra de dos por dos metros, un humilde trabajador ha permanecido tres meses sin conocer la luz del sol. Enterrado en sus propias inmundicias durante todo este tiempo, va a salir de allí camino al juicio breve y sumario que la sentencia conducirá al que ya es conocido por  los cubanos como  el sangriento paredón.

A espaldas del Hotel se congrega una rabiosa multitud de descamisados que nada tienen que perder. Por primera vez se ven unídos ricos y pobres en una demostración de igualdad social, en la que los seguidores de Batista, ahora son todos fidelistas hasta los tuétanos.

El entusiasmo que ha despertado el anuncio del juicio público, que es una farsa jurídica que no esté diseñada para aportar pruebas sino discursos destinados al populacho, es grande. El pueblo, que ha sido adoctrinado por la propaganda oficial, está preparado para la orgía revanchista revolucionaria.

Con los habitantes de la Habana racialmente definibles, se confunde la tradicional ola de turistas curiosos. Son los visitantes intelectuales de América Latina que han dado en sus escritos de izquierda, la bienvenida a la Revolución Castrista y ahora, en este preciso instante, son solidarios con sus métodos salvajes y arbitrarios de justicia. Están entre ellos periodistas extremistas, anarquistas de todos los pelambres y aquellos acreditados de todos los diarios del mundo.

Sus fotógrafos se deleitan registrando en sus tomas la gran agitación que bulle por las calles, en los lugares que venden “el cafecito cubano” que es una bomba de café y azúcar enemiga del estómago y de aquellos que sobresalen en todas partes con sus gritos estridentes y de grupos que cantan estribillos de apoyo en los que se exige la venganza del pueblo para toda la historia de errores cometidos en el pasado, que se dicen son muchos más.


El ánimo de los habaneros es vindicativo desde que la revolución descendió del pico de San Juan por toda la sierra del Escambray para tomarse por asalto la Habana y con ella todo el poder.

La revolución había llegado cargada de odios,/De venganzas contenidas/Y ofrecidas cual vendetta/Por el fusil en su voz.

Ya se sabe que en pocos minutos comenzará el juicio público contra el reo atrapado por la garra revolucionaria.

El periodista se siente prisionero del sopor que ha invadido el hotel y quiere salir a ver con sus propios ojos los instantes que transcurren a la gente que va a verse la cara de frente con la muerte anunciada; de las miles de imágenes humanas que inevitablemente tiene que ver transitando por las calles, quiere ver la deducción de la agitación social que se espera sea un río de ira desbordada.

Quiere revisar en su mente las preguntas que va a formular al comandante, pero no puede hacerlo allí, encerrado y distante a lo que de verdad ocurre, porque algo que proviene del régimen, una orden lo menos, lo obliga a permanecer dentro del hotel sin tener control sobre sus percepciones directas de los hechos que patrocina la revolución y que transmiten a los periodistas extranjeros según la versión oficial.

De pronto y en un cambio de escenario, a su mente se le atraviesa la intuición de que ya sabe las respuestas y por ello es innecesario cambiar las preguntas que ya están listas en su mente. 

Igual le ocurre con lo que ha investigado sobre el reo y lo que ha logrado saber por boca de la gente.


- “Se trata de un comerciante de poca monta, chico. La mañana de su arresto estaba tomando cafecito en una cafetería de esquina y dijo tontamente ser enemigo de Fidel. Eso lo hace culpable de traición a la revolución.


- ¿Sabes que dijo?


- “No me  gusta la revolución de Castro. Quiere acabar con la propiedad y quitarnos las casas”.


- ¿Eso fue todo?


- Eso fue.


- Ese pobre hombre intentaba defender su casa de la expropiación, su única propiedad ganada con el sudor de su frente, recuerda el periodista que se ha enterado de sus razones.


- ¿Por ello tiene que ser juzgado y fusilado públicamente?


Alejandro Bush, es americano, siente que vive una pesadilla y por ello ha perdido el control y no ha podido escribir una línea más en ese limbo político que comienza a vivirse en la revolución cubana.

El hotel Presidente, donde está hospedado, se encuentra localizado a pocos minutos del Paredón oficial.

Pero por la cabeza del periodista americano no dejan de pasar los malos que son las fotografías de los miles de fusilamientos frente al paredón que a su hora fueron publicados por todas las importantes revistas Internacionales que le dieron la vuelta al mundo.

Regresa entonces a su habitación y allí, sobe la cama estira su cuerpo, abre sus brazos y se tapa los ojos para liberarse de esas imágenes. Pero no puede, porque hay entre la oscuridad y la realidad que es como una secuencia que lo llevan a imaginar otra inmolación humana, en la que ya imagina como va a ser el paso entre la vida y la muerte.

Quiere hacer algo para evitar la tragedia.

Ha pensado innumerable cantidad de veces las preguntas que ha elaborado para Fidel Castro y llevarlo al arrepentimiento aunque sabe que el intento no logrará aplazar la ejecución.


Fidel suele hablar hasta por los codos, pero eso no es garantía de nada y por ello tiene la certidumbre de que habrá paredón en la noche, el pan y circo ofrecido a los cubanos por los revolucionarios con sed de venganza.

El periodista logra girar su cuerpo y tiene la agitación furiosa de la impotencia. Cada interrogante que pasa por su cabeza está acorde con la personalidad del que se siente dueño de Cuba y eso es largo de explicar para el que tenga que justificar ese hecho que ya es inevitable.

Con qué pregunta debo comenzar, se dice así mismo.

Recuerda con dificultad cada una de sus preguntas. Todas aparentemente tienen el tinte de la originalidad. Un interrogante torpe o fuera de contexto caerá en el marco del reportaje mediocre que se le otorgará rápidamente, pero será a todas luces intrascendente y posiblemente no será publicado. Hay que conocer con anticipación lo que hay en la cabeza del jefe de redacción y en la de los directores de los periódicos. 

El olfato de Alejandro le dice que tiene a su disposición un momento histórico. Se ha preparado con profesionalismo. Estará acompañado del fotógrafo al que le ha dado instrucciones de registrar cada instante con una fotografía de la turba cubana, de Fidel, del reo y del Che Guevara.

Por su mente pasan otras ideas sin saber por qué. Están relacionadas con su personalidad, con su manera de ver los acontecimientos.


Está acostumbrado a buscar la verdad y de la misma forma sabe que presentará sus análisis, con la plena objetividad, la que saben reconocer desde la primera línea sus lectores.

Sus perspectivas lo obligan a recorrer los hechos a los que se va a enfrentar una vez más. Pero siente que ya no puede Borrar y corregir nada, ni puede explicarse la razón. Presiente que ha puesto en orden las preguntas, como un alambrado de púas para impedir que el entrevistado pueda salirse por la tangente, como suele hacerlo el político maquiavélico que hay en él.


Se mete los dedos entre su cabello y luego se dispone a fumarse un cigarrillo.

Lo prende, luego mira al techo para observar  el espiral del humo, pero eso no le ayuda a sentir tranquilidad en su pensamiento.

En un instante, lo acomete el recuerdo de la forma como había logrado la entrevista con Fidel y el viaje a Cuba.


Es verdad, se dice.


“El Times” posee una inocultable influencia en la política Americana y por eso él había aceptado su propuesta de entrevistar a Fidel Castro. Sin embargo su Director mantenía la reserva sobre la importancia de hacerlo porque veía la revolución en la pequeña Isla como un juego infantil que terminaría pronto por voluntad de los propios cubanos que son anarquistas por naturaleza.


Cuba volverá a mirar hacia América, es su posición política natural.

Opinión que él no comparte porque no es ni convincente, ni realista. Sabe que los acontecimientos de los pueblos se enmarcan en la política mundial y en el caso de Cuba presiente los peligros que representa el castrismo COMUNISTA para América Latina y para los propios Estados Unidos si lo convierte en objetivo contra una política enemiga. 

Su experiencia le dice que a Fidel hay que seguirlo de cerca porque se está acercando a Rusia el más fuerte contendor de la guerra fría.

La entrevista,-recuerda haber dicho-, servirá para saber lo que está cocinando Fidel con su revolución. Tenemos que saber aprovechar su  excesiva verbosidad. Él quiere pasar a la historia sobre una montaña de titulares de la prensa mundial y no se negará a ser entrevistado por “El Times” que es el más importante de todos.


- Por eso no veo la razón de hacerle publicidad, dijo el Director.


- Ello le garantizará al periódico una entrevista excepcional, muchos lectores la leerían responde Alejandro.


- Veremos si lo que dice merece tres líneas en página interior.   


¡Oh!, qué engorrosos son los trámites que rodeaban a Fidel.


El Editor de “El Times” firmó una carta muy sugestiva para el dictador. En ella le proponía la presentación sin recortes ni censuras de todas sus ideas políticas recordándole que “El Times” era el periódico más importante de la Tierra. Pero puso condiciones: que el entrevistado no exigiera preguntas previas ni por escrito. Es el principio periodístico de publicar la verdad de los hechos para lectores que exigen la verdad en lo que se publica. Ello garantizaba que el reportaje fuera espontáneo y preciso.

El Editor terminó la carta con un anzuelo para pez grande:

Por una semana anunciaría el reportaje en primera página y el día de la publicación “El Times” pondría en las calles a disposición de sus lectores un millón más de ejemplares, completando una edición de dos millones de copias.

Como se esperaba, la respuesta había sido favorable. El Castrismo aceptó los términos sin adicionales condiciones y fue presa fácil, pues solamente se requería un contacto telefónico para fijar la fecha de la entrevista con el Comandante.

Alejandro se revuelca en la cama y suda copiosamente.


Días después, por intermedio de la Comandancia Cubana se fijó la fecha y la hora que se cumplirían esa tarde.


Fidel no había dejado en libertad al periodista de escoger el escenario y sin esa oportunidad Alejandro tendría que estar con él frente a frente, como en el Paredón.

“Gramma”, el diario pro-castrista, anunció el juicio y la presencia de todo el aparato revolucionario en pleno, incluyendo al pueblo de Cuba, en su edición matinal.

No había duda de que el propio Fidel Castro decidía los más mínimos detalles de todo lo que tuviera que ver con su imagen. Alejandro pensó que el Comandante aspiraba a que se publicara su política anti-norteamericana en el mejor diario Americano, y aprovecharía para vapulear al capitalismo que estaba dando muestras de invertir en los cubanos derrotados que se podrían organizar en el exilio con ayuda norteamericana.

Castro sabía que ello serviría de paso, como mensaje amenazante para los políticos de Washington conocedores de su alianza con Rusia.

En este juego de intereses y políticas enfrentadas, Alejandro jugaba el papel de algodón entre vidrios, desde donde podría tomar registros fotográficos, filmar escenas, grabar las palabras del Comandante y los últimos instantes de la vida de uno de los reos que se iba a cegar por ser opuesta a las ideas políticas del régimen.


¿Pero de qué serviría todo ello?


Una gritería fantástica lo sacó del recuerdo. El propio Fidel recorría en ese instante en un pequeño Jeep descapotado las calles de la Habana y acababa de pasar frente al Hotel. ¿Qué hacer?


Alejandro se sintió paralizado y no pudo moverse. Escuchó los gritos de la población que seguía a su líder como a un Dios que se presenta personalmente a ejercer la venganza. 

Sorpresivamente, el periodista se encontró n la ventana observando a los cubanos desde las puertas de sus casas, desde lo alto de sus azoteas, desde los almacenes de comercio abiertos en esas horas inesperadas, desde las fábricas y clubes sociales que tienen sus aparatos de televisión prendidos. Desde los más apartados rincones de la ciudad que vitoreaba y festejaba lanzando serpentinas de colores.

La juventud hipnotizada lo seguía y entre este maremágnum, las más bellas hijas de los potentados cubanos se ofrecían a su causa revolucionaria.

El Comandante es frío como una culebra. Se crece como demonio carismático haciendo la señal de victoria con sus dedos largos y el tabaco anclado en su boca echando  un volcán de humo. Llega entre la locura de sus seguidores al lugar destinado como teatro donde se va a exhibir un drama cobarde a través de una farsa llamada juicio público.

Sobre el entarimado, la cúpula militar del castrismo ha dispuesto una mesa especial para su líder. Fidel está acompañando por el “Che” Guevara, por el comandante Cien Fuegos, por su hermano Raúl. Nadie más se atreve a disputarle la gloria del momento.


“El Paredón” es un lugar cualquiera elegido por el gobierno revolucionario que solo requiere tener  una plaza amplia y pública lo suficientemente grande para un acto de masas sedientas de sangre.

Alejandro sale del hotel y lo hace como quien viaja en el tiempo y se dispone a interrogar a un personaje fantástico que está bajo la presión de la multitud que le pide sangre como en el circo del imperio romano. Se dispone a ser el primero en saber cómo va a justificar Fidel ante la historia la primera revolución más sangrienta de éste siglo. No le cabe duda que la Revolución Cubana es la más importante acción de venganza popular en el mundo hispano después de la revolución francesa.


- ¿Qué piensa en el interior de su conciencia cuando da la orden de matar a un ser humano?, piensa preguntarle sin que Fidel tenga tiempo de prevenirse dando una respuesta que no lo es.


- ¡Oh!, Si me responde esa pregunta, todas las demás respuestas vendrán por añadidura, piensa el periodista en la bruma de sus cavilaciones.


- ¿Y qué ocurre en su mente revolucionaria cuando ordena la  torturar de sus enemigos y el fusilamiento de sus opositores?


- ¡Oh! esa es una pregunta dura y difícil de responder.


- ¿Cuál sentimiento surge en su cabeza después de matar?


- ¿Le preocupa el recuerdo de los rostros de angustia y la expresión de miedo de los condenados como enemigos de su revolución?


- ¿Qué clase de emoción experimenta en el instante en que se presenta el rigor de la muerte y ya no hay vida en el cuerpo inerte de su víctima?


- ¿Ha tenido en algún momento de su vida remordimiento y este ha sido causa de sufrimiento?


- ¿La muerte le produce placer?


El comunismo es un sistema político que se fundamenta en la anulación de las libertades individuales. Usted se ha declarado comunista. ¿Cómo piensa tiranizar a millones de cubanos?


Alejandro ya ha sido Ganador del premio Pulitzer de periodismo. Sus lectores lo siguen buscando sus noticias importantes, frescas y novedosas que escribe con la pasión por la verdad. Su éxito como historiador y escritor es también notable y lo protege de los ataques aleves de los poderosos, pues nadie se atreve a quitar un pelo de la solapa a quien tiene a su disposición el poder de la edición de “El Times”.

Esta noche, está dedicada al sacrificio humano en el altar de la picota pública. Pero le acosa una duda. ¿Será la presión del pueblo de Cuba responsable de esa forma de justicia?


Fidel supera los treinta y cinco años. De su vida todo se sabe. En la Universidad de la Habana era un estudiante mediocre y bochinchoso. Es hijo de un gallego español que tiene algunos medios de fortuna. En uno de sus viajes se le acusó de ser el organizador del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, un líder popular de izquierda cuya muerte produjo una revuelta que dejó más de cien mil muertos en Colombia. El mito lo persigue. La muerte lo acompaña. Es conocida la fotografía que lo muestra portando entre su boca un largo tabaco haba-tampa. Desde su llegada al poder se ha derramado mucha sangre, porque es despiadado y por ello el pueblo lo admira embriagado por la viva imagen de su crueldad.

Alejandro airea la camisa que se ajusta a su torso, consulta su reloj y en ese preciso instante se encuentra caminando por las calles de la Habana vieja, plenas de belleza arquitectónica española. Se deja llevar arrastrado por la gente que corre en absoluta algarabía de carnaval.

Coches tirados por caballos, carros mecánicos que no cesan de pitar el ta, ta, ta; hombres y mujeres de elegante vestimenta mezcladas con buhoneros, estibadores y negros revolucionarios.  

De una esquina a la siguiente los cubanos se gritan y se entienden. Todos Se saludan como si se conocieran entre sí. Van a presenciar en primera fila el tétrico espectáculo al que los ha acostumbrado el régimen.

En la medida en que se van acercando al “Paredón”, y Alejandro es llevado por la corriente humana, se escuchan cada vez más claras, las voces que se repiten pidiendo a Fidel que hable para que sus palabras pongan emoción a la fiesta pagana.

Los extremistas llevan la voz cantante, porque se imponen entre el caos que se ha tomado las calles.

Los rostros del pueblo están desfigurados y parecen caretas de hambre de sangre humana sobre la piel. Los atrae la fuerza incontenible de la violencia que presiona el ánimo por doquier. Es la hora del odio que se impone entre la multitud. En el rictus amargo de la expresión vengativa se descubre la indolencia de la masa. No hay dolor por la pérdida de la vida; aunque el miedo está por todas partes y se siente en la medida en que avanza el extremismo; cientos de personajes anónimos muestran excitación incontrolada con la maldad de sus actos; la antipatía hace que se miren con repugnancia entre sí. Pero se avanza codo con codo, con la aversión hiriente que le abre paso a la locura. Ahora se cruzan rostros irritables a los que la ira intolerante les niega la capacidad de perdón; el repudio eleva los puños amenazantes. El fastidio incómodo se abre paso en las caras de la burguesía evitando los señalamientos en su contra; la máscara de la intemperancia es abominable, los chascarrillos acusatorios que todos repiten, están envueltos en el negro manto del miedo y la desconfianza del que está al lado que puede ser un traidor; el rostro de la desgracia que desea que el mundo se hunda a su alrededor y por ello pide castigo con las llamas del infierno; se ve al que lleva pintado en el rostro el desamor que bulle como agua hirviente del interior, al de la amargura biliosa que nada bueno acepta, al que muestra el dolor sin posibilidades de consuelo, a la imponderable careta de la política que a todos abraza con hipocresía amistosa, a los que justifican los desmanes aprobando el desafuero general, aquellos que están dispuestos  a cumplir las órdenes más perversas, a los que van a aplaudir a Fidel Castro el hombre de la careta principal que espera los aplausos de todos ellos en la tribuna de la plaza pública.

El camino ha estado lleno de las imágenes que rodean a la revolución, donde ahora están todos los privilegiados  espectadores de la historia cubana.

Alejandro se abre paso en cada garita de seguridad. Tiene en un papel la firma de Fidel. Finalmente penetra al lugar casi inexpugnable porque está fuertemente custodiado por cientos de furiosos milicianos. No encuentra cara conocida, pero no la necesita para pasar pues lleva en su sombrero un aviso de prensa que le abre paso.

Un ciudadano lanza un grito antinorteamericano cuando ve al periodista que se dirige a la tarima donde está Fidel.

El líder revolucionario, el hombre de la barba y del Tabaco Haba-tampa se encuentra gozando del espectáculo. Alejandro se acerca y le estrecha la mano larga, huesuda y seca. Siente una corriente de energía fría y a la vez indefinida.

Fidel saluda sin sonreír, nunca lo hace. Sabe que está siendo observado por la multitud. En ese momento todo es política y nadie puede ver en él motivo de debilidad.

El periodista es invitado a sentarse al lado de este enigma humano. Dispone solo de minutos para indagar, entonces sin pérdida de tiempo comienza su trabajo.


- ¿Comandante alguna vez ha reflexionado sobre la muerte siendo un hombre tan joven?


Fidel está en traje de campaña color verde oliva. Dice que es verde como las palmas, aunque se sabe que es rojo como el tomate. Su barba negra es abundante. Sus ojos permanecen inquietos registrando el más mínimo movimiento. Aspira el largo tabaco “haba-tampa” que aprisiona entre sus dedos. Enrosca su boca y suelta el humo del tabaco cultivado en la Provincia de Pinar del Río.

La primera impresión del periodista es que el líder muestra desprecio por su pregunta, pero la responde: 


- Para hablar de la muerte hay que primero tener una posición ante la vida. La vida en su sentido más profundo hay que ganarla y vivirla peligrosamente porque de otra manera no vale la pena. Responde Fidel con la altanería de un Benito Mussolini.


- ¿Qué siente cuando es usted el que decide por la vida de los demás?


- Eso no es cierto pero lo tomo como una equivocación de percepción. En una revolución el hombre se convierte en parte del cambio que edifica el nuevo rumbo de las cosas. La vida y la muerte solo tienen sentido cuando tienen destino social. A los que se oponen a esa determinante, la historia los juzga con rigor. Ese rigor es la justicia revolucionaria que es impersonal, pero cumple los objetivos del Estado.


- ¿Y el condenado a muerte de esta noche tiene tales alternativas de luchar por su propia vida? Pregunta el periodista que ya sabe que Fidel va a contestarlo todo.


- El condenado a muerte es el que se juega la vida al azar y la pierde en una mala jugada. En la política no existe el  término medio. En la revolución no hay línea neutral sobre la cual se puedan parar los que no tienen bando para no comprometerse. En la lucha revolucionaria el que gana lo gana todo y el que pierde lo pierde todo.


- ¿Usted cree que tiene el derecho a imponer tal absolutismo?  


- La revolución se toma todos los derechos porque es la única alternativa de poder del pueblo, responde Fidel masticando el tabaco con fuerza. Sus ojos se mueven buscando a la multitud.


- ¿Quiere explicarlo?


- Nuestra dictadura popular y revolucionaria no significa más que un poder ilimitado, no restringido por ninguna ley, absolutamente por ninguna norma, un poder que se apoya directamente en la violencia.


- Lo que usted acaba de decir es el comunismo de Lenin. ¿La Revolución cubana es comunista? Pregunta el escritor.


- Ya lo dije una vez. La revolución es mucho más que una frase, se anticipa Fidel. La violencia crea una forma legítima de lucha por el poder; la violencia es resultado de una condición humana reprimida; es un mecanismo de confrontación contra quienes están en el lugar de la historia que no les corresponde; la violencia vuelve  fuertes a los pueblos si la ejercen como asepsia social. La violencia es la partera de la historia.


La gritería de la plaza pública se torna una vez más ensordecedora. Por ella la explicación de Fidel se interrumpe.

Alejandro espera y cuando la calma regresa aprovecha para expresar su pensamiento:


- ¿No cree Usted que lo que acaba de decir confirma la existencia del salvajismo de la naturaleza humana en sus formas de lucha más primitivas, cuando el hombre aplicaba la violencia porque no se había dado el consenso como determinación de acordarse los unos con los otros?


- Todo lo que el hombre ha perseguido en su evolución se ha conseguido, se consigue y se conseguirá con la violencia. Por eso la violencia aplicada a la ideología es la manifestación de la dinámica inevitable que impulsa la evolución histórica de los pueblos.


Alejandro quiere una respuesta al momento que allí se vive:


- Su respuesta es conceptual. ¿Quiere ella decir que Usted ve al hombre solo como producto del colectivismo y que por ello la vida individual no tiene valor en su revolución?


El hombre de mando acaricia su barba con su mano izquierda en la que destaca un anillo de piedra ónix muy brillante. Con práctica Fidel descarga la ceniza de su tabaco lentamente.


- Se equivocan los que creen que esta es mi revolución. Es la revolución del pueblo de Cuba que cuando estuvo en la oposición prefirió la muerte a la indignidad de una prisión. Nuestros enemigos actúan mal buscando al final el perdón, cualquiera que sea su condición criminal lo que es inaceptable. Mire usted. El dolor familiar se mitiga cuando hay conciencia verdadera de que se está haciendo justicia. Entonces hay la convicción de que la pena es justa cuando el crimen ha hecho tanto daño que no es personal sino social, y por eso no permite otra alternativa de castigo.


En ese instante un grupo de soldados de la revolución escoltan al prisionero que va a ser sentenciado.


La turba se exalta. La masa humana se mueve, grita.


¡Paredón!¡Paredón!.


- Ahí tiene el complemento de su respuesta, dice Fidel que se levanta y saluda al pueblo que vocifera.


Alejandro observa de pie al reo, el supuesto enemigo de la revolución que camina vencido, con los pies descalzos y amarradas las manos a la espalda con unas cuerdas que le hacen daño. Su rostro cabizbajo se ha pegado a la carne arrugada de su pecho entre los huesos cadavéricos, pero se le ve avanzar con la dignidad del que sabe que va a ser sacrificado.


El escritor ve la mansedumbre del reo que no opone resistencia. Por unos instantes sus piernas se aflojan y pierden coordinación, por lo que sus movimientos lerdos  tropiezan al caminar. Sus ojos salidos de sus órbitas muestran debajo las ojeras y sus ojos tienen una mirada de profunda tristeza. Pálido y rígido dirige la mirada a Fidel, sin esperar de él la compasión porque en ese momento acaba de saber  que nunca la tendrá. 


¡Paredón! ¡Paredón! grita la gente  protegiendo a su líder de la más mínima señal de debilidad. 


¡Fidel! ¡Fidel! ¡Fidel!.,


Absorto por el entusiasmo y la gritería del pueblo enardecido, Fidel levanta el brazo en posición imperial.


Alejandro está observando al prisionero que en ese instante se desploma con su valor derrotado.


Pero a Fidel también lo transforman los hechos. La pigmentación de su piel se torna ceniza. Sus labios pierden el color a consecuencia de la profunda emoción o de una radical disminución del oxígeno en la corriente sanguínea.

Su cuerpo se alterna entre el calor y el frío, pero no suda. Se ha dicho que es de naturaleza muerta. 

De pronto, su vitalidad se recupera. Su cuerpo se estira como caucho levantándose unos centímetros de la tarima. Sus ojos de león se han tornado extraordinariamente brillantes y los mueve sin cesar buscando la identidad con la turba que continúa vitoreándolo.

Fidel contradice al populacho y no habla. Reemplaza el discurso con los movimientos de sus manos de huesos largos y perfectamente proporcionados, aquellos que la historia pinta coincidencialmente finos en todos los grandes dictadores.

Pero hay una cosa inevitable de percibir. El pueblo y los ricos están juntos y en ese momento lo admiran, respetan la autoridad del dictador mesiánico que va a dar la orden de inmolar a un ser humano. 

La gritería, que es incontrolable, comienza a desaparecer, no por cansancio sino porque son los ojos los que ahora quieren ver  y por eso la gente se calma poco a poco. Entonces una ola de silencio se extiende entre la multitud rencorosa, como si las manos de Fidel hubieran retorcido sus gargantas. El dictador hace la señal de iniciar el rito  macabro.

Fidel toma asiento. El clima está fresco y su frente parece reflejar las luces de la plaza que acaban de encenderse iluminando la tarima porque las sombras de la noche han llegado y es hora de que el espectáculo comience con el furor del fuego en un incendio incontenible. 

Con casi una imperceptiva señal de Fidel Castro se activa el tribunal de la justicia, el brazo derecho de la dictadura.

Un miliciano que hace parte de remedo de tribunal público, en su uniforme militar sin rango porque es miliciano, se levanta y en una hoja de papel fija sus ojos y lee a voz en cuello.


- Francisco Hernández Caparrón. El tribunal de la justicia revolucionaria del pueblo de Cuba lo ha encontrado a usted culpable de traición a la patria en conspiración con la dictadura apátrida de Batista.


El hombre separa teatralmente el papel de sus ojos para mirar a la turba que grita enloquecida repitiendo vivas y abajos. El esbirro en cámara lenta, dirige su mirada a Fidel. Espera su venia para continuar. El líder inclina la cabeza asintiendo mientras con la mano derecha acaricia su barba, una costumbre que ya es temida por todo el pueblo que sabe que así se pierde la vida en la Cuba revolucionaria.  


De pronto, el silencio se rompe con un grito.


¡Paredón!


La magia de la palabra recorre todas las mentes, despierta a la multitud y devuelve el poder a las gargantas que empiezan a rugir de nuevo.


¡Paredón! ¡Paredón! ¡Paredón!!


La cabeza del reo cae de nuevo sobre los huesos de su pecho sin la más remota esperanza de salvar la vida. Su figura se encoge de miedo. En ese instante sus pantalones mugrosos se mojan y entonces cualquier crimen cometido por más horroroso que hubiera sido, se borra de la mente para dar paso a la conmiseración de los espectadores.


¡No hay paso a la debilidad! Grita una voz ante el silencio de la audiencia.


- El pueblo de Cuba ha hablado, grita la voz cantante del miliciano que representa  la justicia. Que se cumpla su sentencia inapelable, ordena el soldado al pelotón de fusilamiento.


La gritería se vuelve locura.


¡Paredón! ¡Paredón!


Alejandro se ha visto obligado a guardar silencio ante la gritería del pueblo que ahora y nuevamente pide a Fidel que hable, que se comprometa con el fusilamiento.

En muchos de los relatos que había leído sobre la revolución cubana, en las fotografías que había visto de tantos muertos, en el sufrimiento filmado en la televisión, nunca había sentido nada parecido a la dura realidad de ese instante. La impotencia estrangula entonces los sentimientos inútiles y siente que se ahoga.


El condenado es trasladado en ese momento y colocado frente al paredón.


Fidel hace su papel en el drama. Sus ojos vivaces están concentrados ahora en el condenado a muerte. Registra cada uno de sus movimientos dando la sensación de que  no pierde  detalle y con ello complace al auditorio que no para de gritar su odio no se sabe a qué.

Amarradas a la espalda, las muñecas del prisionero sangran. Su piel tiene el color amarillento envejecido de los cirios en las iglesias. Durante todo este tiempo ha dejado de temblar. Ya no suda. Su cuerpo está seco como las ramas muertas de un árbol en otoño. Viste una franela de hilo y un pantalón manchado por sus necesidades hechas de pie.


- ¿De qué se le acusa?, Pregunta el periodista.


- De haber explotado al pueblo.


- ¿En qué consiste ese crimen?


- En el enriquecimiento ilícito a costa del sacrificio y el hambre de sus conciudadanos.

Fidel hace un movimiento de cabeza que observan los cinco miembros del tribunal de justicia.

El que parece ser un juez en traje de campaña se levanta de la mesa y pronuncia la sentencia.


- ¡Se le condena a morir fusilado en el paredón!


La multitud enardecida repite sin parar.


¡Paredón! ¡Paredón! ¡Paredón!.


El Miliciano que está al frente al pelotón de fusilamiento se mueve y con la culata del fúsil empuja al reo.

Ahora todos callan porque el pelotón monta sus fusiles sobre los hombros. Los milicianos Son doce. Los seis primeros caen de rodillas. Los otros seis permanecen de pie y apuntan desde atrás.


El periodista no separa los ojos de la cara de Fidel que hace una señal casi imperceptible al hombre al mando del pelotón de fusilamiento.


- ¡Apunten!


Alejandro suelta ante el silencio general la pregunta.


- ¿Qué siente usted en este instante?


La cabeza de Fidel trabaja a velocidad.


- La emoción del deber cumplido, responde.


- ¿Placer?, Pregunta Alejandro.


- Es una pregunta para Freud.


- ¿Qué piensa usted de la venganza?


- La venganza es connatural al hombre. De ella solo pueden hablar los sobrevivientes.


La entrevista se ha suspendido.


El silencio que se impone sobre la turba obliga a que Fidel levante la cabeza.


En ese preciso instante algo parece suceder en “El paredón”

El reo ha hablado para pedir que le quiten el trapo negro que lleva sobre sus ojos. Sin consultarlo un miliciano le concede la que es su última voluntad.

Entonces el reo  da la orden de su propio fusilamiento.


- ¡Apunten!, ¡fuego!


La boca de los fusiles produce  múltiples detonaciones.


La turba que ha visto ese acto de valor guarda silencio.


El periodista ya no pregunta más. Siente el dolor en su abdomen. 

Varios minutos han transcurrido entre los disparos y la reacción de la gente. Entonces Alejandro guarda en el bolsillo de su chaqueta la grabación del reportaje más asquiento de su vida profesional. No está contento. Hay en su alma una sensación de impotencia y de intenso asco mezclado de con una tristeza que no sabe cómo expresarse.

Dirige la mirada al estrado buscando la figura de Fidel pero se da cuenta de que el líder avanza entre la cohorte de aduladores y rápidamente desaparece.


Un miliciano se le acerca en el momento en que el periodista intenta abandonar el lugar.


- Tengo que registrarlo, le dice.


Alejandro levanta los brazos instintivamente.


El miliciano toca sus bolsillos y siente los casetes de la entrevista con el comandante.


- ¿Qué es esto?, Pregunta el miliciano.


- Un reportaje que acabo de hacer al Comandante Fidel Castro.


- Tengo órdenes de incautar cualquier material de prensa no autorizado.


- ¿Cómo?, Responde Alejandro dando un paso atrás en señal de protección de su trabajo.


Sin mediar una palabra más, un grupo de hombres bien armados lo inmoviliza. Por la fuerza toman la cinta  grabada.


- Se le devolverán tan pronto sean revisadas por Seguridad.


Alejandro alega, discute y pide hablar con Fidel, pero nadie lo escucha.


Pasan las horas, extendidas por la ansiedad. En la habitación el periodista se cansó de esperar la devolución del material periodístico. Para entonces Fidel vuelve a ser totalmente inaccesible.

Con sus esperanzas truncadas se ve él mismo abandonando el hotel.

En el aeropuerto se encuentra con cientos de cubanos que huyen de las garras del nuevo régimen. Van para España o México y de allí a los Estados Unidos en busca de protección. Ya nada les pertenece. La patria ha sido secuestrada, sus bienes expropiados.

Alejandro cree inútil reconstruir el fusilamiento que ha presenciado en el paredón y que van a publicar con lujo de detalles otros diarios. La entrevista perdida le impide sacar sus propias conclusiones pues lo que diga sería desmentido por el aparato revolucionario que acababa de asumir todo el poder en la isla.

Al momento de abordar el avión hay llanto. Los pasajeros solo se atreven a murmurar lo indispensable.

Allí no se escucha a los amigos de la revolución vitoreando el nombre del comandante Fidel Castro.

El miedo aflora en sus rostros  porque un pasajero acaba de descubrir un piquete de soldados.


-¡Los Milicianos!


Ahora hay terror entre los pasajeros  en el momento en que Alejandro aprieta su cinturón de seguridad sobre su estómago lleno de mariposas. En ese momento el periodista siente un malestar incontrolable, su cuerpo hace un giro brusco y aparece sentado sobre la cama, transportado por el final de una pesadilla.

Eran las siete y treinta de la noche. Estaba sudoroso y se sobresaltó al escuchar los gritos estridentes de la turba.


¡Paredón!, ¡Paredón! 


Alejandro se levantó de un salto despertando de la pesadilla. Consulta su reloj  y sale  de la habitación del hotel como alma que lleva el diablo. A codazos  entre la multitud se abre paso hacia el Paredón. Iba tarde para la entrevista con Fidel Castro el asesino del paredón.

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