Friday, October 31, 2014

LA CALLE TENEBROSA Por A.J.ortega


LA CALLE TENEBROSA

 

Aquella noche, al filo de las once, dos hombres conversaban al calor de un trago corto de aguardiente en “La Mazmorra”, bar de sótano, cementerio viviente de alcohólicos y de hombres sin destino, que se había vuelto celebre por estar situado a pocos metros de la llamada “calle de la desaparición”. Por ella nadie se atrevía a cruzar después del atardecer con lo que la población bogotana castigada con clima frío, expresaba su miedo a lo desconocido.

El dialogo entre estos hombres se hizo campo entre el rumor del tumulto y el humo espiral de cigarrillos baratos que asfixiaban el recinto.

 

- ¿Entonces has oído hablar del misterio que rodea este lugar?, Preguntó Andrés Cortesano con voz pausada.

 

Jaime Trapeto que así se llamaba el personaje invitado, miró fijamente a su interlocutor antes de contestarle. Por unos segundos, sus labios hicieron la sonrisa de la incredulidad frente al orgulloso hombre que apenas toleraba.

 

- ¿Te refieres a esa ridícula historia de personas desaparecidas que publicaron los diarios?

 

- A esa historia exactamente, respondió Cortesano.

 

- Si mal no recuerdo, continuó Trapeto, la información hacía referencia a un lugar cerca de aquí, al que la plebe bautizó con nombre de tragedia popular, “calle de los desaparecidos” o algo por el estilo. Cuando leí la historia, llegué a pensar que se trataba de una exageración amarillista. De esas que salen de la imaginación febril de un aficionado a la literatura fantástica que publican los diarios de la plebe.

La música, la tos de uno de uno de los ocupantes de la mesa vecina, el ruido de botellas y sus risas estridentes acompañaron aquella inusitada afirmación.

 

- ¿Entonces no crees que puede haber algo de realidad en ello?, Interrogó Andrés Cortesano con la tranquilidad de un asiático que espera en el pórtico de su casa ver pasar el cadáver de su enemigo.

 

- La fantasía es un buen negocio. Vende más periódicos entre los ignorantes, fue la seca respuesta de Trapeto que tomó la copita llena de licor entre sus cinco dedos.

 

- De todas maneras hay algo muy misterioso en esos sucesos. Yo pienso que no es simple coincidencia que todos los desaparecidos, que ya alcanzan a tres, hubieran salido de este mismo bar y se les hubiera visto por última vez la noche que entraron en la tenebrosa calle, insistió Andrés que escarbaba con la punta de su paraguas un pequeño hueco de piso en el que fijaba su mirada.

 

- ¡Pamplinas! ¡Los hechos sobrenaturales no existen!, Respondió Jaime apurando el trago de aguardiente de la diminuta copita de cristal.

 

- ¿Por qué no?, Preguntó Cortesano levantando su mirada fría como la de un inglés.

 

- Porque soy hombre aferrado a la realidad. Mis pies están sobre la tierra. Es más, estoy en condiciones de apostar cualquier cantidad de dinero para demostrar que no existen esos fenómenos inexplicables que hacen elucubrar a mujeres mojigatas, son las delicias de los ignorantes y se prestan para escribir historias para lectores de diarios llenos de mentiras tan grandes como las pirámides de Egipto.

 

- Los desaparecidos, ¿Dónde están entonces?, Vuelve a interrogar Andrés.

 

- Todo interrogante, por absurdo que sea, tiene una respuesta. No hay efecto sin causa. Hay personas que por ocultas y justificadas razones se cambian de identidad, otras que se desaparecen a voluntad por motivos que solo ellas conocen. Las hay que huyen de la mala vida, de la mala suerte o en el peor de los casos de la justicia rompiendo lazos con gentes por ellos conocidas y quienes lo hacen como un rechazo a sus miserables existencias porque sueñan en volver a empezar en otro lugar para cambiar una vida intranscendente o mediocre.

 

Con aquella respuesta Jaime pensó en haber dado en el clavo en forma contundente. Su pelo rubio, de desordenados rizos, caía sobre su hermoso rostro que en ese instante mostraba algo de rubor y se sentía orgulloso de su razonamiento que no contaba con la que era tenaz persistencia de su interlocutor.

 

- De manera que con su escepticismo termina todo y no queda camino para la investigación, dijo Andrés colocando la copa de aguardiente al borde de sus labios pero sin beber una gota del licor que los Alemanes llaman “trago de fuego”.

 

- Así es, respondió Jaime Trapeto con la arrogancia del que solo cree en hechos comprobables.

 

- Pero no se opondría, -atacó Andrés con esa expresión de reto que daba a sus palabras-, a entrar en la misma calle a una hora convenida si alguien estuviera en condiciones de apostarle una buena suma, según lo acaba de mencionar. ¿Es eso verdad?

 

- Por supuesto. El dinero es una forma de castigo que paga el perdedor por salir de su error.

 

Las luces de “La Mazmorra” titilaron por unos Instantes acallando la algarabía en segundos de silencio. Un trueno distante se escuchó en el recinto. Afuera llovía. 

 

- Pues yo querido Jaime, estoy dispuesto a hacerle esa apuesta, dijo Andrés Cortesano con la más absoluta decisión.

 

Jaime Trapeto arrugó el entorno de sus ojos enrojecidos por el licor.

 

- Veo en su rostro que lo dice en serio.

 

- Totalmente.

 

El científico era de gruesa figura. Apoyaba en ese instante su mandíbula que era señal de un carácter de firmes determinaciones, sobre las manos conque aprisionaba el mango de su paraguas. Estaba vestido de azul profundo y su edad pasaba los cincuenta. El conjunto le daba porte distinguido. Esperó la respuesta fijando su mirada tranquila y enigmática sobre el rostro altanero e incrédulo de su interlocutor.

 

- Si acepto, ¿Cuáles son las condiciones?, Interrogó Trapeto con una sonrisa de dientes perfectos. Su rostro de expresión nerviosa afirmó las líneas de control que se definen como las señales de la seriedad.

 

- Digamos, prosiguió Andrés, que me asiste interés científico por averiguar sobre la verdad de lo que allí sucede y pagaría la apuesta si es que la pierdo, claro está.

 

Jaime ofreció otra ronda de aguardiente con los movimientos acostumbrados del bebedor que respalda con copas las palabras con las que va a responder.

 

- Déjeme decirle Andrés que es usted un hombre extraño. Solo hasta ahora entiendo sus planes y la cita que me hizo en este bar de medio pelo. Usted trata de usarme como “Conejillo de Indias” en otra de sus elucubrantes investigaciones que le han merecido el título entre sus amigos de “enigmático”. Brindo por la audacia de la apuesta. Para mí significa dinero que debo confesar no estoy en condiciones de rechazar. ¿Pero Andrés, por qué no me dice la verdad de lo que hay detrás de todo esto?, Pregunta Jaime bebiendo otra copita del fuerte licor que encendía su expresión.

 

- Tal cual me lo pide le diré. Me dispongo a apostar con usted una fuerte suma siempre y cuando atraviese la calle de la que hablamos, a la media noche.

 

- ¿Quiere ello decir que a usted solo le interesa que yo salga de este bar y atraviese la maldita calle para ganar la apuesta? ¡No le creo, Tiene que estar loco o haber algo más!

 

- Si, hay algo más, admitió Andrés. Una condición sin la cual usted perderá si no la cumple. Tendrá que permanecer en la calle hasta el amanecer. Si nada extraño le ocurre y usted se presenta ante mí en la madrugada, consideraré que ha ganado. Entonces recibirá el dinero contante y sonante. Para su tranquilidad lo estaré esperando para oír sus impresiones en detalle. Es un compromiso entre caballeros. Eso es todo, entonces serán suyos cien mil pesos.

 

El dinero en cifras grandes tiene un sonido musical muy particular y por ello produce alegría en Jaime que mentalmente hace cuentas.

 

- ¿Cien mil pesos? Por esa cantidad soy capaz de dormir en las puertas del mismo infierno. Sin embargo, hay algo en toda esa farsa que me inquieta.

 

- Soy todo oídos, dice Andrés.

 

- ¿Dígame, Que gana usted, conque sea yo quien se preste a tan descabellada idea?

 

- Ya le expliqué mi interés por las cosas del más allá. Pero voy a complacer más en detalle sus inquietudes. Yo siempre pago lo que vale obtener un placer personal. En este caso, saber algo nuevo sobre lo desconocido por boca de un hombre vanidoso y agnóstico tiene valor incalculable para mí. Respondió Andrés elevando su rostro mientras sonreía con la alegría del triunfo.

 

Jaime hizo ahora, una mueca alcohólica con sus labios.

 

- Nunca me has querido, ¿Verdad?

 

Andrés lo miró con dureza y guardó silencio.

 

- Cree conocerme bien y piensa que el dinero podrá poner a prueba mis convicciones. Se vale de ello para forzarme a ser parte de sus locos experimentos con el insano propósito de influir sobre mi pensamiento haciéndome cambiar o poniéndome en ridículo, ¿Me equivoco?

 

- Ni un milímetro, respondió el interpelado.

 

- Entraría ahora mismo en esa calle por solo probarle que allí no ocurre nada anormal, pero voy a castigar su osadía ganando la estúpida apuesta. ¡Oh! van a ser las doce y quisiera poder ganarme esos cien mil pesos ya, si usted no se opone, dijo Jaime mirando su reloj con sus ojos inyectados y la sonrisita del alcohólico.

 

Andrés hizo un gesto de aprobación al ponerse de pie. Su firme carácter lo había llevado a ser imperativo con los demás y era práctico en saber cuándo evitar oposición a su interés como en esta oportunidad. Profundo y dedicado lector de acontecimientos inexplicables, contaba con una de las bibliotecas más completas del mundo en asuntos extraños e inexplicables de la naturaleza.

Sus elucubraciones secretas le habían enseñado que el hombre, influenciado por la esperanza de tener otra vida, siempre tomaba la oportunidad que se le diera por llegar a una simple comprobación que lo llevara a saber con certeza que era  poseedor de una alma inmortal. Y por eso buscaba los mejores candidatos  para lograr tal comprobación en los agnósticos que se escudabas en la incredulidad.

Además, en uno de los sucesos ocurridos en los últimos meses en “la calle de los desaparecidos” se había esfumado Ricardo Fuentes, el amigo querido que compartía su gusto por lo desconocido. Ello lo llevó a interesarse en investigar por su cuenta el misterio que terminó atrapando a su amigo en “la calle de los desaparecidos”. Por tal motivo planeó contactar al ultra materialista Jaime Trapeto, quien por simple exceso de estimación propia y por supuesto algo de dinero, estaría dispuesto a tomar el riesgo que se le propusiera.

Además, el deseo de saber la verdad, despertaba en su mente  científica que era, un verdadero placer. Circunstancias que lo estimularon a Planear para Jaime la propuesta de lo quer los españoles llaman la calderilla, es decir  dinero. Había indagado su situación financiera que resultó ser penosa, solo que el mismo le había facilitado el camino al proponer la apuesta, que le daría la explicación al fenómeno de la calle que a todos aterrorizaba.

 

- ¿Por qué no hacia la indagación personalmente?

 

Porque tenía miedo a las tinieblas, enemigas del progreso del hombre. Si hubiera sido sincero con Jaime le habría confesado su verdad interior, sus temores y angustias, el miedo a la idea de la oscuridad y específicamente al temor a un peligro real o imaginario que pudiera existir en aquella calle peligrosa donde reinaba una extraña oscuridad en la noche.

Por otra parte se aseguró de poder tomar ventaja del estado financiero desordenado de Trapeto que lo obligaba a hacerlo todo lo que justificaba su edad. Lo había conocido tiempo atrás en una reunión del “J.Club” lugar fundado por asociación de ricos excéntricos, de materialistas a ultranza, de gentes de alta clase social entre las que se contaban muy pocos creyentes en la existencia de Dios.

 

Jaime tendría entonces veinticinco años y se encontraba en la flor de la vida, justo en la edad en que es fácil hacer chacota de las creencias ajenas de los mayores. Muy apuesto Trapeto solía ufanarse como un argentino de su belleza corporal, aunque por supuesto era cierto que tenía origen italiano. Su figura envidiable le había ganado cierta aceptación entre los miembros del “J.Club” que lo aceptaron como socio honorario a la muerte de su padre que por herencia le dejó la mala fama que dejan las deudas. Por tal razón, en muy pocas oportunidades Andrés lo había tratado en sociedad, negándose a invitarlo a tomar asiento cerca porque los separaba la química corporal hasta llegar a la convicción de que se rechazaban mutuamente.

Y es que Andrés era indiferente a todo y perdonaba cualquier indiscreción de sus conocidos y amigos, menos la mofa o mínima referencia displicente a sus verdades que consideraba fundadas en la razón y la comprobación científica.

Pero al margen de ello había algo en Jaime que provocaba su irritación y era el desprecio de este hombre inmaduro por todo aquello que pudiera dejar un hálito de duda razonable sobre lo inexplicable o sobrenatural, en lo que intervenía a distancia y en voz alta, cada vez que el alquimista tocaba el tema de sus experimentos, a los que consideraba con toda seriedad, coexistentes con la realidad cósmica que influye sobre la vida y la naturaleza, por la ley del Todo universal. Tal vez ese era el más serio motivo por el que Andrés le había buscado para llevar a cabo su venganza contra el atrevimiento,  imponiéndole  condiciones de su superioridad para humillar su exceso de atrevida verbocidad.

 

Pero, ¿Por qué utilizar a esa persona que le era antipática para investigar la hipótesis poco probable de “La calle de los desaparecidos?.

 

Porque la mejor lección que podía recibir un ateo presuntuoso era la de atacar  su insolente imaginación estimulando la duda y el miedo extremo en todos sus sentidos. Ese era el principio del caos del pensamiento que llamamos locura, que no es otra cosa que la vivencia de un mundo en otra dimensión o en un universo gobernado por el caos desconocido a la razón . Y Andrés estaba seguro de que existían en la tierra algunos lugares especialmente influenciados por una fuerza energética particular y que podían llamarse tenebrosos en los que aparecen y desaparecen cosas y personas sin explicación aparente. El triángulo de las Bermudas era un ejemplo claro de ello, por lo que el fenómeno del comportamiento de una particular concentración de energía aplicada en forma desordenada a la materia y al cuerpo humano podía cambiar los estadios de las formas del tiempo que dan existencia a mundos paralelos que son inexplicables porque aún no estamos evolucionados lo suficiente para entender la existencia de mundos paralelos e identicamente iguales que absorven energías en lugares especiales de la tierra en los que no se puede aplicar la noción que tenemos del tiempo-movimiento y que producen miedo al no comprender lo que motiva  esa especie de tunel negro que nos comunica con  universos desconocidos que aún no sabemos de qué materiales están compuestos  y ene particular de cómo afectan, lo que llamamos nuestra sanidad mental y fisica.

Y por los informes que había leído, por los datos incongruentes plasmados en los informes provenientes de las agencias investigadoras de la policía y del gobierno, la conclusión simplista para esa institucion era  que la calle de los desaparecidos reunía a ciertas horas de la noche las mismas características inexplicables de “El triángulo de las Bermudas”.
Tal interpretación publicada profusamente dio origen al discplicente abandono por parte de los habitantes de la ciudad que ocultaban sus temores mas profundos en  las explicaciones de la policía, lo que convirtió en poco tiempo en un lugar ruinoso, con casas vetustas, de sucias y malolientes aceras, con paredes,puertas y ventanas  derruidas, como si los que allí vivieron, hubieran sido víctimas de la desapareción sin dejar huella y dejando el terreno a cargo de una fuerza sobrenatural viva y posesiva.

Y por supuesto, porque, con todos esos antecedentes, el más valiente sentiría miedo después de leer los artículos de los diarios que contaban sobre acontecimientos inenarrables que les sucedían a los que se atrevían a compartir ese espacio con la noche.

 

- ¿Salimos? Volvió a preguntar Jaime Trapeto con esa sonrisa alcohólica que comenzó a molestar a Andrés.

 

- Cuando usted quiera, respondió el científico poniéndose de pie y dejando unos billetes sobre la mesa para cancelar el valor de la bebida.

 

Entonces los dos hombres abandonaron el bar se dirigieron hacia la calle donde aún llovía y sin cruzarse una sola palabra.



La noche estaba fría y del pavimento se levantaba un vaho de neblina ocasionado por la lluvia que comenzaba a disminuir .


A cien metros de allí los esperaba la calle solitaria. En la mente de estos dos hombres, tal lugar había formado una idea  realmente tenebrosa debido a los hechos conocidos y desconocidos que suelen asustar al más valiente. Por alguna razón especial asociada con el temor, aquella noche no había en los postes de luz un pequeño faro encendido que iluminara los pasos de los dos caminantes sumidos en tlo que resultó convertirse en una particular oscuridad en la medida en que iban acercando al lugar temído.



Pocos metros antes de la bocacalle Andrés se detuvo.

 

- Hasta este punto lo acompaño. Aquí mismo lo espero al amanecer, le dijo.

 

- Usted es un asqueroso cobarde. Todos en el Club lo saben y por eso lo desprecian como lo desprecio yo tanto como desprecio a sus malditas investigaciones. Sepa que a mí no me interesa su importancia ni su dinero. Puede quedarse con su asquerosa oferta dijo Jaime influenciado por el alcohol y caminando como sonámbulo.

 

- ¿Se arrepiente? Preguntó Andrés

 

- No. No me arrepiento. Voy a demostrarle que puedo amanecer en la sucia calle por dignidad.

 

Andrés no contesto. Se limitó a ver cómo Jaime Trapeto penetraba los límites del claroscuro. Allí permaneció hasta que extrañamente la negra oscuridad se tragó la imagen de aquel hombre que penetró las sombras, dando pasos firmes  a pesar del efecto que hacía el licor en su cabeza.
 

Andrés miró su reloj, mientras por todo su cuerpo sintió el frío calofrío que llegó cincidente con   las doce de la noche.
 

Entretanto Jaime caminó por el centro de la calle, pensando en el dinero que acababa de despreciar. Lo necesitaría en pocas horas para pagar sus deudas. En su interior hacia mofa a la ingenuidad de Andrés que estaba dispuesto a pagar tan alto precio por dilucidar sus dudas que él consideraba infantiles.


A buen paso se dirigió hacia al fondo de la desolada vía sin sentir ese  miedo del que solía hablar con desprecio, porque según decía, solo lo padecían los débiles incapaces de darle cara a la realidad con la lógica que él dominaba a la perfección.

 

- El miedo solo existe según la idea que del miedo tenemos, se dijo.


Bruscamente salió de ese pensamiento rabioso al darse cuenta de la presencia inusitada de un profundo silencio que lo rodeo todo como si nada existiera en el mundo de la realidad conocida.

 

- Debe ser el producto del aguardiente, pensó.


Continuó moviendo sus piernas sin saber hacia dónde lo llevaban hasta que se dio cuenta de que lo hacía sin tener un rumbo fijo y sonrió por estar pensando en tal estupidez.

 

- ¡Andrés no eres un científico sino un asqueroso manipulador!


Al escuchar sus propios pasos que emitían un sonido seco y prolongado como si ningún otro ruido se atreviera a perturbar la quietud del lugar, se detuvo por unos segundos. Ahora, sin el ruido de sus pisadas, el silencio se hizo más profundo hasta el punto de notar muy claramente su agitada respiración como si acabara de correr. Sin embargo no creía haber avanzado unos minutos y menos un largo tramo como para sentir la fatiga en la respiración.

 

¿Era la calle así de larga?

 

- ¡Oh!, no me dejaré influenciar por los absurdos temores que Andrés quiso meter en mi cabeza, aunque debo admitir. No, no voy a admitir sus estúpidos argumentos ni puedo pensar en no llevar a cabo esta tonta tarea, para permitirle poner mis convicciones en ridículo con sus encopetados amigos. Eso no lo conseguirá Jamás, se dijo esta vez avanzando a tientas.


En ese momento su pensamiento se detuvo al darse cuenta que todo lo material a su alrededor parecía haber desaparecido.

 

- ¡Interesante, muy interesante, vamos a hacer una comprobación! Se dijo.

 

Ante este hecho que le pareció absurdo, Jaime Trapeto quiso recuperar plenamente lo que él llamaba el sentido de la lógica. Pensó que lo que ocurría realmente era que él mismo estaba actuando torpemente al dudar de su capacidad de juicio sobre la realidad de los hechos tal vez como lo quería el alquimista para distorsionar sus sentidos. En ese instante sintió la boca pastoza y seca, pero se dijo que lo que parecía ser no lo era y que la realidad estaba dentro de aquella oscuridad que bien podía convertirse en  una manifestación de la fantasía, esa discrepancia con los hechos que para él carecía de significado.


Para probarlo encontraría un lugar donde permanecer hasta el amanecer, como lo había acordado con Andrés a quien definitivamente cobraría la apuesta.


Por unos instantes continuó caminando en busca del sitio donde pudiera sentarse. Solo que por una inusual circunstancia no lograba distinguir  las casas derruidas, ni las paredes que deberían estar al lado y lado de la calle como si hubiera perdido la visión. Por primera vez sintió la vida de sombras del ciego. El silencio del sordo, la ausencia de la materia que le indicara que existía un mundo circundante.

 

- ¡Bah! en minutos me acostumbrare a la oscuridad y todo volverá a la normalidad. Entonces me reiré de este desconcierto que comienza a molestarme, se dijo manteniéndose de pie y sin moverse por no saber hacia dónde dirigirse.

 

Pero el tiempo es dúctil en la mente humana donde tiene la virtud de estirarse y encogerse, según las circunstancias o los eventos que pasan o dejan de pasar. Y ante esa circunstancia inentendible  Jaime esperó sin moverse hasta creer que habían transcurrido horas enteras en aquel lugar mientras en su cabeza rondaba la idea de estar en una de esas cuevas milenarias en las que la naturaleza se protege con la oscuridad de la luz y del ruido; sin embargo rechazó tan absurda conclusión al analizar la independencia de todo control con que el cerebro produce el pensamiento que no es bienvenido en las circunstancias que tenía que admitir, estaba viviendo.


Entonces se tranquilizó un poco porque pensó que estaba razonando como era debido. Recordó con la lógica conocida que en todo lugar de la tierra existen las tres dimensiones de lo material, alto, ancho, largo que nos permiten verificar la existencia material con el tacto y los demás sentidos que al final nos dicen que lo que no podemos ver ni tocar no existe.Lo que no está en mi cabeza, tampoco está en mi realidad, se dijo.

Entonces se dispuesto a buscar la materia mirando hacia atrás en la esperanza de comprobar la supresión de la duda con los conceptos que su pensamiento acababa de elaborar con toda precaución y prudencia, más ¡Oh sorpresa! La oscuridad era total y daba la sensación a sus precisos sentidos de que todo había desaparecido ante la falta de sensaciones que comenzó a racionalizar.


En ese instante Jaime tuvo la primera sensación de miedo de su vida por un fugaz y casi imperceptible instante. Lo fue también de desconcierto inenarrable porque su mente quedo completamente a oscuras como la calle.

Jaime Trapeto sacudió su cabeza con fuerza y trato dluego de darse una explicación.

 

- Solo estoy un poco confundido. Sé que las paredes de las casas están a pocos metros de mi derecha o de mi izquierda. Yo mismo las he visto de día. Voy a buscarlas.


Jaime hizo un pequeño giro sobre sus talones buscando la realidad perdida, primero a la izquierda, luego a la derecha, elevando la cabeza, bajando la mirada hacia el piso, encontrando en su inútil esfuerzo, solo el vacío de la nada.


Entonces con una pequeña desesperación que pudo medir como ausencia del control que garantizaba su  tranquilidad, trato de asirse, de tropezar, de tocar algo sólido con las yemas de sus dedos, moviéndose como lo hace el ciego que ha perdido su bastón.


Pretendiendo calcular los pocos metros que lo separaban de los muros de lado y lado de la calle, estiró los brazos  avanzando, tratando de encontrar apoyo sólido con el infortunio de que todo lo conocido parecía  no existir porque nada podía ver.


Se orientó luego en sentido contrario con el mismo resultado. Entonces pensó que solo había perdido el sentido de la distancia momentáneamente.

 

- Me quedaré en este punto hasta el amanecer. Estoy cometiendo la tontería de hacer lo que no debo hacer. Me basta esperar aquí mismo hasta que amanezca y san se acabó, pensó resignándose pero ya Trapetto comenzó a sentir un poco de preocupación.

 

Sin embargo no todo terminó allí para la mente de Jaime Trapeto, quien se dio cuenta de que estaba  girando dentro de un remolino profundamente negro a gran velocidad. En la intensa oscuridad  que lo rodeaba buscó su propia dimensión que sintió perdida. Le pareció que su cuerpo había desaparecido como identidad material. No podia ver ni sentir sus brazos, ni sus manos, ni sus piernas, todo su cuerpo parecía separado de su mente en medio de la oscuridad. Tuvo la increíble sensación de no ser él, de estar desintegrado contra su voluntad, se sentía como una célula perdida, arrastrado hacia  una dimensión desconocida, el hueco negro inmaterial que no tiene salida donde habita la incógnita del universo.


Se sintió como energía inteligente comprendiendo una nueva forma de existencia entre eventos y  distancias universales, que le fueron incomprensibles por su limitado entendimiento de ser temporal. 

 

- ¿Dónde estoy?

 

- ¿Que soy?

 

Aquel momento infinito que hace la respuesta imposible, aquella oscuridad eterna que hace burla a la inteligencia humana mantuvo su silencio.


Sin saber cómo, ni en qué tiempo, ni por qué razón, la duda sobre la realidad de la existencia material, que llega cuando el hombre se consume en la desesperanza de la sinrazón, se presentó en su mente sin llegar a ser motivo de consuelo.

¿Cuánto tiempo habría transcurrido desde que Jaime se aventuró por aquella calle? ¿Unos escasos minutos? ¿Algunas horas? ¿Meses o años? La medida del tiempo transcurrido era imposible de saber porque la incertidumbre lo había poseido como lo había  abandonado la certidumbre y por ello habia desaparecido de la razón el motivo que lo llevo a aquel lugar.


Fatigado por el desconcierto finalmente se abandonó a la incomprensión del espacio sin estrellas ni luz.

Entonces todos los conceptos y ansiedades desaparecieron en su mente hasta que creyó haber visto un pequeñísimo rayo de luz. Había creido verlo aparecer y desaparecer en el infinito en una brizna de segundo del más allá. Suficiente para que la fe, tan escondida en lo recóndito de este hombre, fuera la esencia vital que lo salvaría del infortunio de su propio pensamiento.


Jaime hizo el intento de  levantarse o por lo menos creyó hacerlo, para intentar ir en busca de la orientación de aquella luz, pobre manifestación de la claridad y caminó hacia ella sin saber lo que le depararía la mísera esperanza de una orientación desconocida.


En espacio indeterminado, la oscuridad se hizo menos densa al pensar que avanzaba como cuando se mezclan unas gotas de pintura blanca a la pintura negra. Es decir que gracias a una inusitada insistencia de su difusa voluntad, pudo imaginar que podía ver más claro porque de pronto la oscuridad fue cediendo a la penumbra y está a la claridad a una velocidad incomprensible.


Impulsado por el poder de su voluntad que ahora luchaba en su interior con la duda, siguió el rumbo que le indicaba el instinto reforzando la sensación de la esperanza que surge de la salvación que llega de sorpresa como le llega el madero de sorpresa al que se está ahogando en el mar.


Siguió buscando hasta encontrar el verdadero principio de la claridad, que luego se hizo luz de sol, ocurrencia que suele suceder en aquellos estadios especiales de la mente después de despertar de angustiosa pesadilla.


De pronto, se encontró de pie, a plena luz del día y en medio de aquella calle misteriosa de la que parecía no haberse ausentado ni siquiera un par de pasos. La perfecta hermosura de la azulosa mañana lo devolvió mentalmente al universo de la realidad a la que Jaime decía pertenecer. Su primera manifestación fue de paz interior. Luego de indescriptible alegría y finalmente de incredulidad.

 

- Todo fue un juego sucio de mi mente afectada por el aguardiente al que me propongo dejar porque me hace daño. Sí, ha sido una farsa bien elaborada por mi propia inteligencia, influenciada por la manipulación de Andrés que logro descontrolarme por unas horas. Pero ese ha sido el precio que tuve que pagar para ganar la apuesta ¡Ja, ja, ja! y Andrés tendrá que reconocer que perdió la apuesta y por ello no se podrá negar el pago del dinero que me adeuda y me pedirá disculpas porque estaba equivocado,  no le queda más camino.


En cuanto a lo que tengo que decirle, ¿Qué es lo que voy a decirle? No voy a ser tan tonto de darle la razón a sus especulaciones. Todo sucedió normalmente, como puede verse, lo demás pertenece a mi privacidad solamente ¡je, je, je!

 

Jaime seguía siendo el mismo. Genio y figura a pesar de la evidencia de los hechos. Era de esperarse que de su forma de pensar no iba a surgir la verdad.


Feliz, Jaime logró sobreponerse a partir de ese momento. Su recuerdo registraba los sinsabores de aquellos momentos por supuesto, pero sin la honradez de la verdad sobre la incógnita de “La calle de los desaparecidos”, el supuesto enigma que tanto preocupaba a Andrés.


Pensaba reconocer, si era necesario, que se habían dejado llevar por la imaginación, pensando que a los desaparecidos les había sucedido lo mismo solo que ellos habían enloquecido y debían de andar por otras calles como ocurre con las personas que pierden el juicio. De esa manera haría burla al científico y a sus teorías. Para probarlo, él estaba allí, cuerdo, en la misma calle sobre la que surgía un hermoso amanecer.

Desde el lugar en que en ese momento se encontraba, Jaime se dirigió hacia la esquina convenida de la cita. Rodeado de claridad, todo le pareció hermoso. Lo ocurrido durante la noche era en ese momento un episodio sin ninguna importancia, pues había llegaba a la conclusión de que no se había movido del punto donde se detuvo últimamente ni un solo centímetro. Que lo que seguramente había vivido en las últimas horas era solo una ilusión distorsionada por la oscuridad total que siempre afecta a los sentidos torciendoles el juicio sobre la realidad. Su mente se negaba a darse una diferente explicación.

Sus pasos lo llevaban maquinalmente a la cita con Andrés. Al salir a la esquina donde el alquimista prometió esperarlo.

 

Andrés no había llegado aún.

 

Sin embargo eso era lo de menos, pues sentía una gran alegría por su triunfo, aunque se sintió en ese momento tan  cansado que sus pasos se detuvieron como si los hubiera abandonado la totalidad de su energía.
 

Pero quería separarse de “La calle de los desaparecidos”. Por ello torció su cabeza al tropezarse sus ojos sorpresivamente con una vitrina de un viejo almacén de antigüedades al que no pudo reconocer en su memoria, pues le pareció que nunca lo había visto en ese lugar. Instintivamente su mirada comenzó a recorrerlo todo, hasta el más oculto rincón de los alrededores de aquella tienda de antiguedades. Nada de lo que observaba le era familiar. Algo más. Las edificaciones que fueron apareciendo ante su inquieta mirada estaban totalmente abandonadas y tenían la apariencia de haberse arruinado hacia siglos.

 

Los árboles sobre la avenida habían perdido sus hojas. Los troncos manchados de un gris sin vida mostraban las ramas vacías parecidas a brazos esqueléticos como si se tratara de testigos mudos de una tragedia que hubiera arruinado a todo lo existente.


Ante el tétrico espectáculo un calofrío recorrió su cuerpo. Al instante el cansancio se le hizo insoportable, pues le cayó de repente con un peso que logró torcerle la cerviz. Caminaba ahora con dificultad, como si sus músculos hubieran trabajado por siglos sin descansar. Lentamente buscó en la vitrina del almacén de antigüedades. Curiosear, era un buen entretenimiento mientras esperaba a Andrés.

La vitrina, causa de su interés, estaba ubicada en una derruida y abandonada casa. Las rotas ventanas dejaban ver el interior del almacén lleno de cachivaches, estatuillas derruidas , cuadros pintados cientos de años atrás por artistas desconocidos y un gran espejo que podía reflejar de cuerpo entero todas las imágenes del exterior. Por vanidad, comenzó a ubicarse para ver reflejado su imagen  cansada.

Entonces se vio así mismo. Un grito de horror y de profundo dolor se escapó de lo profundo de su ser. El rostro que el espejo reflejaba era el de un horripilante anciano que habia perdido el cabello con un rictus amargado, surcado de profundas y repugnantes arrugas que terminaban delineando una boca desfigurada y macabra que en él había dejado la imborrable huella de un instante transcurrido en la eternidad de la noche infinita del tiempo.

 

¡Oh! belleza pasajera

no te vayas, espera,

muestra tu hermosura

extendida en el tiempo.

No te pongas a soñar

que la vida es pasajera.

Mantén la mente abierta

al amplio y eterno universo,

y observa la transformante 

vida del gusano de seda.

 

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