EL PAREDÓN
Son las seis de la tarde y la luz del día parece eternamente suspendida sobre la Isla de Cuba en aquel verano extraordinariamente caluroso. Durante la estación seca, el día se prolonga y la noche se presenta tarde, como una dama hermosa ligeramente vestida con sus brisas tibias, bien dispuesta a compartir secretos y deseos. Aquellos que han estado expuestos al calor de las islas bañadas por mares tropicales, habrán sentido el acoso del sueño por el calor que vence el ánimo con su modorra morbosa, que es lo que en ese instante ocurre en una de las habitaciones del hotel El Nacional donde se hospeda Alejandro Bush un periodista que cree tener una misión de destino, porque va a entrevistar a Fidel Castro que es el lider de la Revolución cubana.
La edificación del hotel está construida al borde de la playa colindando con el populoso barrio “La Rampa” donde a esa hora, aún permanecen apagadas las farolas de las calles de la Habana que los cubanos transitan obligatoriamente para tomar el rumbo hacia sus hogares, aunque, en este día y sin explicar sus razones la luz del día sigue prolongada , afectando esa tradicional costumbre de irse a casa, que sistematicamente también había cambiado por la acción politica callejera del "pueblo soberano' inducida por los comandantes revolucionarios.
El entorno del hotel estaba plantado con altos edificios y casas de teja, de balcones españoles, que parecen borrarse entre las brumas que de pronto empiezan a aparecer sigilosamente y que el periodista observa por la ventana de su habitacion sin saber de donde proviene el sorpresivo fenómeno.
Bush observa la creciente agitación que se mueve, una parte, posiblemente presionada por el miedo y la mayoría, por la propaganda doctrinaria del nuevo régimen que invitó a la población a ver el espectáculo que esa noche se llevaría a cabo frente al muro de fusilamiento donde se ajusticia a los supuestos enemigos de la revolución, que los habaneros califican como el Paredón, macabro lugar para ir a ver el fusilamiento de un humilde ser humano que esa noche será fusilado sin haber tenido el derecho a defenderse antes de la sentencia que es pública.
Afuera, en las estrechas calles de la Habana, se ven lujosos carros Americanos circular repletos de burgueses arrepentidos de su condición social. Sus vehículos acortan la distancia entre uno y otro, para avanzar lentamente por lo que parece ser el camino lento pero preciso de un destino radicalmente cruel. Los que están al timón, van haciendo mucho ruido y tienen que dejarse ver de los que en ese momento detentan el poder revolucionario. Les parece que es una buena estrategia ganarse la opinión favorable de los milicianos armados que son el soporte del nuevo régimen. Quieren con su forzada presencia evitar la sospecha que recae contra los que se quedan en casa conspirando en el silencio de su arrepentimiento y ello es castigado con cárcel por muchcos años, pensando entonces, que es mejor lo uno que lo otro.
Los milicianos de la revolución, armados hasta los dientes circulan por todas partes. Ante ellos la población alineada con la revolución tiene que mostrar, por supuesto, que están con Castro, el Comandante.
Por eso se apuran a tomar un puesto donde mostrarse destacados en el horrible altar de la venganza.
El llamado “enemigo del pueblo” ha estado detenido en “La Cabaña”, la cárcel central que ha sido diseñada especialmente para la tortura. Allí moriran de viejos los enemigos de la revolución cubana que aún están vivos.
En la celda de tierra de dos por dos metros, el humilde trabajador cuyo nombre es ignorado por la guacherna, ya ha permanecido tres meses sin conocer la luz del sol. Enterrado en sus propias inmundicias durante todo este tiempo, solo saldrá de alli a recibir el juicio breve y sumario con la sentencia pública porque se dictará frente al pueblo que ha delegado el poder y particularmente, la justicia en un jurado compuesto por radicales milicianos.
A espaldas del Hotel se congrega una rabiosa multitud de descamisados que nada tienen que perder con un muerto más. Por primera vez se ven unidos ricos y pobres en una demostración de falsa igualdad social, en la que los seguidores del gobierno caido de Batista, ahora son los mas fidelistas.
El entusiasmo que ha despertado el anuncio del juicio público, sirve para adoctrinar radicalmente con sus discursos al populacho experto en gritar Paredón mil veces para presdionar el fusilamiento antes de que el jurado dicte su veredicto.
Con los habitantes de la Habana racialmente definibles, se confunde la tradicional ola de turistas curiosos. Son los visitantes intelectuales de América Latina que han dado en sus escritos de izquierda, la bienvenida a la Revolución Castrista y ahora, en este preciso instante, son solidarios con sus métodos salvajes y arbitrarios de justicia. Están entre ellos periodistas extremistas, anarquistas de todos los pelambres y aquellos acreditados de todos los diarios del mundo.
Los fotógrafos de los diarios previamente acreditados, se deleitan registrando en sus tomas la gran agitación que bulle por las calles, en los lugares muy populares donde se vende “el cafecito cubano” que es una bomba de café y azúcar enemiga del estómago y de aquellos que sobresalen en todas partes con sus gritos estridentes y de grupos que cantan estribillos de apoyo en los que se les exige la venganza a nombre del pueblo por la cantidad de errores cometidos por los gobiernos del pasado. Por ello el ánimo de los habaneros es vindicativo desde que la revolución descendió del pico de San Juan por toda la sierra del Escambray para tomarse por asalto la Habana y con ella todo el poder.
La revolución había llegado cargada de odios,/De venganzas contenidas/Y ofrecidas cual vendetta/Por el fusil en su voz.
Ya se sabe que en pocos minutos comenzará el juicio público contra el reo atrapado por la garra revolucionaria.
El periodista se siente prisionero del sopor que ha invadido el hotel y quiere salir a ver con sus propios ojos los instantes que transcurren a la gente que va a enfrentarse con la muerte anunciada. De las miles de imágenes humanas que inevitablemente él tiene que ver transitando por las calles, quiere observar la agitación social que se espera sea un río de sangre desbordada por la ira que es lo únco que hasta ese momento justifica la revolución castro comunista.
Quiere revisar en su mente las preguntas que va a formular al comandante, pero no puede hacerlo allí, encerrado en el hotel distante de la verdad como si existiera una orden proveniente del regimen que lo obligara a permanecer dentro del hotel para evitar percepciones directas de los hechos que patrocina la milicia adiestrada y que es la que transmite a los periodistas extranjeros lo que ocurre según la versión oficial.
De pronto y en un cambio de escenario, a su mente se le atraviesa la intuición de que ya sabe las respuestas y por ello es innecesario cambiar las preguntas que están listas en su mente.
Igual le ocurre con lo que ha investigado sobre el reo y lo que ha logrado saber por boca de la gente.
- “Se trata de un comerciante de poca monta, chico. La mañana de su arresto estaba tomando cafecito en una cafetería de esquina y dijo tontamente ser enemigo de Fidel. Eso lo hace culpable de traición a la revolución.
- ¿Sabes que dijo?
- “No me gusta la revolución de Castro. Quiere acabar con la propiedad y quitarnos las casas”.
- ¿Eso fue todo?
- Eso fue.
- Ese pobre hombre intentaba defender su casa de la expropiación, su única propiedad que habia comprado pagada con el sudor de su frente.
- ¿Por ello tiene que ser juzgado y fusilado públicamente?
Alejandro Bush siente que vive una pesadilla y por ello ha perdido el control y no ha podido escribir una línea más en ese limbo político que comienza a vivirse en la Isla cubana.
El hotel Presidente, se encuentra localizado a pocos minutos del paredón de la infamia oficial.
Pero por la cabeza del periodista no dejan de pasar los recuerdos que son las fotografías de los miles de fusilamientos que a su hora fueron publicados por todas las importantes revistas Internacionales y medios de comunicacion, que obviamente le dieron la vuelta al mundo.
Regresa entonces a la cama donde estira su cuerpo, abre sus brazos y se tapa los ojos para liberarse de esas imágenes que se niegan a desaparecer. Pero por mas de que lo intenta no puede, porque hay entre la oscuridad y la realidad una secuencia que lo llevan a imaginar otra inmolación humana que se ve obligada a dar el paso trágico entre la vida y la muerte, que va a tener que presenciar porque es allí donde tiene acordado el encuentro con el comandante Fidel Castro..
Bush quisiera hacer algo para evitar la tragedia.
Ha pensado innumerable cantidad de veces las preguntas que ha elaborado para Fidel Castro y llevarlo al arrepentimiento aunque sabe que el solo intento no logrará aplazar la ejecución.
Fidel suele hablar hasta por los codos, pero eso no es garantía de nada y por ello tiene la certidumbre de que habrá paredón en la noche, el pan y circo ofrecido a los cubanos por los revolucionarios que se aprestan a saciar su sed de venganza.
El periodista logra girar su cuerpo del que logra sentir la agitación furiosa de la impotencia. Cada interrogante que pasa por su cabeza está acorde con la personalidad del que se siente dueño absolute de Cuba y eso es largo de explicar para el que tenga que justificar ese hecho que ya es inevitable.
Con qué pregunta es que debo comenzar?, se interroga así mismo.
Recuerda con dificultad el orden de cada una de sus preguntas. Todas aparentemente tienen el tinte de la originalidad. Un interrogante torpe o fuera de contexto caerá en el marco del reportaje mediocre que se convertiría en un relato intrascendente y posiblemente no sería publicado por ninguno de los medios que esa noche estaban presentes. Entonces recuerda que debe intuir con anticipación lo que piensa del reportaje el jefe de redacción y el director del Times.
El olfato de Alejandro le dice de todas maneras que tiene a su disposición un momento histórico. Se ha preparado con profesionalismo. Estará acompañado del fotógrafo al que le ha dado instrucciones de registrar cada instante con una fotografía de la turba cubana, de Fidel, del reo, del Che Guevara.
Por su mente pasan otras ideas sin saber por qué. Están relacionadas con su personalidad, con su manera de ver los acontecimientos.
Está acostumbrado a buscar la verdad y de la misma forma sabe que presentará sus análisis, vale decir, con plena objetividad, la que saben reconocer desde la lectura de la primera línea, sus lectores.
Sus perspectivas lo obligan a recorrer los hechos a los que se va a enfrentar una vez más. Pero siente que ya no puede Borrar y corregir nada, ni puede explicarse la razón. Presiente que ha puesto en orden las preguntas, como un alambrado de púas para impedir que el entrevistado pueda salirse por la tangente, como suele hacerlo el político maquiavélico que hay en él.
Se mete los dedos entre su cabello y luego busca en sus bolsillos la cajetilla de cigarrillos. De alli toma uno que se coloca en sus labios temblorosos. Lo prende, luego mira al techo para observar el espiral del humo, pero eso no le ayuda a sentir tranquilidad en su pensamiento.
En un instante, lo acomete el recuerdo de la forma como había logrado la entrevista con Fidel y el viaje a Cuba.
“El Times” posee una inocultable influencia clara entre el electorado demócrata y en sectores independientes de la política Americana. Por ello había aceptado entrevistar a Fidel Castro. Sin embargo su Director mantenía la reserva sobre la importancia de hacerlo porque veía la revolución en la pequeña Isla como un juego infantil que terminaría pronto por voluntad de los propios cubanos sobre los que el director tiene la equivocada idea de que eran bulliciosos y molestos anarquistas por naturaleza.
Cuba volverá a mirar hacia América para pedir ayuda.,Es la jerarquía política natural, decía con frecuencia el Director..
Opinión que Bush no comparte porque no es ni convincente, ni realista. Sabe que los acontecimientos de los pueblos se enmarcan en la política mundial y en el caso de Cuba presiente los peligros que representa el castrismo Comunista para América Latina y para los propios Estados Unidos si Fidel convierte el objetivo revolucionario en una arma política enemiga de "los gringos", que están tan solo a cinco minutos de la Florida.Su experiencia le dice que a Fidel hay que observarlo por el acercamiento que está haciendo a Rusia, el más fuerte contendor de América en la guerra fría que ha dividido al mundo.
La entrevista,-recuerda haber dicho-, servirá para saber lo que está cocinando Fidel con su revolución. Tenemos que saber aprovechar su excesiva verbosidad. Él quiere pasar a la historia sobre una montaña de titulares de la prensa mundial y no se negará a ser entrevistado por “El Times” que es el más importante de todos Diarios del mundo.
- Por eso no veo la razón de hacerle publicidad, responde el Director.
- Ello le garantizará al periódico una entrevista excepcional, muchos lectores la leerían responde Alejandro.
- Veremos si lo que dice merece tres líneas en página interior.
¡Oh!, qué engorrosos son los trámites que rodeaban las noticias sobre Fidel Castro.
El Editor de “El Times” firmó una carta muy sugestiva para el dictador. En ella le proponía la presentación sin recortes ni censuras de todas sus ideas políticas recordándole la importancia del Times poniendo las condiciones: la primera, que el entrevistado no exigiera preguntas previas ni por escrito. Segunda: Respetar el principio periodístico de publicar la verdad de los hechos para lectores que exigen la verdad en lo que se publica. Ello garantizaba que el reportaje se enmarcaría en la espontáneidad mostrandose autenticamente verdadero.
El Editor terminó la carta con un anzuelo para pez grande:
Por una semana anunciaría el reportaje en primera página y el día de la publicación “El Times” pondría en las calles a disposición de sus lectores un millón más de ejemplares, completando una edición de dos millones de copias.
Como se esperaba, la respuesta había sido favorable. El Castrismo aceptó los términos sin adicionales condiciones y fue presa fácil, pues solamente se requería un contacto telefónico para fijar la fecha de la entrevista con el Comandante.
Alejandro se revuelca en la cama y suda copiosamente.
Días después, por intermedio de la Comandancia Cubana se fijó la fecha y la hora que se cumplirían esa tarde.
Fidel no había dejado en libertad al periodista de escoger el escenario y sin esa oportunidad Alejandro Bush tendría que estar con él frente a frente, como con el Paredón lo haría el acusado de traición a la revolución.
“Gramma”, el diario pro-castrista, anunció el juicio y la presencia de todo el aparato revolucionario en pleno, incluyendo al pueblo de Cuba, en su edición matinal.
No había duda de que el propio Fidel Castro decidía los más mínimos detalles de todo lo que tuviera que ver con su imagen. Alejandro pensó que el Comandante aspiraba a que se publicara su política anti-norteamericana en el mejor diario Americano, y aprovecharía para vapulear al capitalismo que estaba dando muestras de invertir en los cubanos derrotados que se podrían organizar como ejército entrenado en el exilio por los norteamericanos.
Castro sabía que ello serviría de paso, como mensaje amenazante para los políticos de Washington que ya estaban al tanto de su alianza con Rusia.
En este juego de intereses y políticas enfrentadas, Alejandro jugaba el papel de algodón entre vidrios, desde donde podría tomar registros fotográficos, filmar escenas, grabar las palabras del Comandante y los últimos instantes de la vida de uno de los reos que se iba a cegar por ser opuesta a las ideas políticas del régimen.
¿Pero de qué serviría todo ello?
Una gritería fantástica lo sacó del recuerdo. El propio Fidel recorría en ese instante en un pequeño Jeep descapotado las calles de la Habana y acababa de pasar frente al Hotel. ¿Qué hacer?
Alejandro se sintió paralizado y no pudo moverse. Escuchó los gritos de la población que seguía a su líder como a un Dios que se presenta personalmente a ejercer la venganza.
Sorpresivamente, el periodista se encontró n la ventana observando a los cubanos desde las puertas de sus casas, desde lo alto de sus azoteas, desde los almacenes de comercio abiertos en esas horas inesperadas, desde las fábricas y clubes sociales que tienen sus aparatos de televisión prendidos. Desde los más apartados rincones de la ciudad que vitoreaba y festejaba lanzando serpentinas de colores.
La juventud hipnotizada lo seguía y entre este maremágnum, las más bellas hijas de los potentados cubanos se ofrecían a su causa revolucionaria.
El Comandante es frío como una culebra. Se crece como demonio carismático haciendo la señal de victoria con sus dedos largos y el tabaco anclado en su boca echando un volcán de humo. Llega entre la locura de sus seguidores al lugar destinado como teatro donde se va a exhibir un drama cobarde a través de una farsa llamada juicio público.
Sobre el entarimado, la cúpula militar del castrismo ha dispuesto una mesa especial para su líder. Fidel está acompañando por el “Che” Guevara, por el comandante Cien Fuegos, por su hermano Raúl. Nadie más se atreve a disputarle la gloria del momento.
“El Paredón” es un lugar cualquiera elegido por el gobierno revolucionario que solo requiere tener una plaza amplia y pública lo suficientemente grande para un acto de masas sedientas de sangre.
Alejandro sale del hotel y lo hace como quien viaja en el tiempo y se dispone a interrogar a un personaje fantástico que está bajo la presión de la multitud que le pide sangre como en el circo del imperio romano. Se dispone a ser el primero en saber cómo va a justificar Fidel ante la historia la primera revolución más sangrienta de éste siglo. No le cabe duda que la Revolución Cubana es la más importante acción de venganza popular en el mundo hispano después de la revolución francesa.
- ¿Qué piensa en el interior de su conciencia cuando da la orden de matar a un ser humano?, piensa preguntarle sin que Fidel tenga tiempo de prevenirse dando una respuesta que no lo es.
- ¡Oh!, Si me responde esa pregunta, todas las demás respuestas vendrán por añadidura, piensa el periodista en la bruma de sus cavilaciones.
- ¿Y qué ocurre en su mente revolucionaria cuando ordena la torturar de sus enemigos y el fusilamiento de sus opositores?
- ¡Oh! esa es una pregunta dura y difícil de responder.
- ¿Cuál sentimiento surge en su cabeza después de matar?
- ¿Le preocupa el recuerdo de los rostros de angustia y la expresión de miedo de los condenados como enemigos de su revolución?
- ¿Qué clase de emoción experimenta en el instante en que se presenta el rigor de la muerte y ya no hay vida en el cuerpo inerte de su víctima?
- ¿Ha tenido en algún momento de su vida remordimiento y este ha sido causa de sufrimiento?
- ¿La muerte le produce placer?
El comunismo es un sistema político que se fundamenta en la anulación de las libertades individuales. Usted se ha declarado comunista. ¿Cómo piensa tiranizar a millones de cubanos?
Alejandro ya ha sido Ganador del premio Pulitzer de periodismo. Sus lectores lo siguen buscando sus noticias importantes, frescas y novedosas que escribe con la pasión por la verdad. Su éxito como historiador y escritor es también notable y lo protege de los ataques aleves de los poderosos, pues nadie se atreve a quitar un pelo de la solapa a quien tiene a su disposición el poder de la edición de “El Times”.
Esta noche, está dedicada al sacrificio humano en el altar de la picota pública. Pero le acosa una duda. ¿Será la presión del pueblo de Cuba responsable de esa forma de justicia?
Fidel supera los treinta y cinco años. De su vida todo se sabe. En la Universidad de la Habana era un estudiante mediocre y bochinchoso. Es hijo de un gallego español que tiene algunos medios de fortuna. En uno de sus viajes se le acusó de ser el organizador del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, un líder popular de izquierda cuya muerte produjo una revuelta que dejó más de cien mil muertos en Colombia. El mito lo persigue. La muerte lo acompaña. Es conocida la fotografía que lo muestra portando entre su boca un largo tabaco haba-tampa. Desde su llegada al poder se ha derramado mucha sangre, porque es despiadado y por ello el pueblo lo admira embriagado por la viva imagen de su crueldad.
Alejandro airea la camisa que se ajusta a su torso, consulta su reloj y en ese preciso instante se encuentra caminando por las calles de la Habana vieja, plenas de belleza arquitectónica española. Se deja llevar arrastrado por la gente que corre en absoluta algarabía de carnaval.
Coches tirados por caballos, carros mecánicos que no cesan de pitar el ta, ta, ta; hombres y mujeres de elegante vestimenta mezcladas con buhoneros, estibadores y negros revolucionarios.
De una esquina a la siguiente los cubanos se gritan y se entienden. Todos Se saludan como si se conocieran entre sí. Van a presenciar en primera fila el tétrico espectáculo al que los ha acostumbrado el régimen.
En la medida en que se van acercando al “Paredón”, y Alejandro es llevado por la corriente humana, se escuchan cada vez más claras, las voces que se repiten pidiendo a Fidel que hable para que sus palabras pongan emoción a la fiesta pagana.
Los extremistas llevan la voz cantante, porque se imponen entre el caos que se ha tomado las calles.
Los rostros del pueblo están desfigurados y parecen lucir caretas con rictus de odio sobre la piel. Los atrae la fuerza incontenible de la violencia que presiona el ánimo por doquier. Es la hora de la supuesta venganza social que se impone entre lo que desea la multitud. En el rictus amargo de la expresión vengativa se descubre la indolencia de la masa. No hay dolor por la pérdida de una vida mas ; aunque el miedo se sienta por todas partes en la medida en que entre el pueblo avanza el extremism que se manifiesta con gritos estridentes. Cientos de personajes anónimos muestran por ello excitación incontrolada con la maldad de sus actos; la antipatía hace que se miren con repugnancia entre sí. Pero se avanza codo con codo, con la aversión hiriente que le abre paso a la locura. Ahora se cruzan rostros irritables a los que la ira intolerante les niega la capacidad de perdón; el repudio eleva los puños amenazantes. El fastidio incómodo se abre paso tratando de evitar mostrar en sus rostros burgueses los señalamientos en su contra; la máscara de la intemperancia es abominable, los chascarrillos acusatorios que todos repiten, están envueltos en el negro manto oscuro de la desconfianza del que está al lado porque puede ser un traidor o un delator caminando juntos; El rostro de la desgracia que desea que el mundo se hunda a su alrededor pide castigo que pide se pague entre llamas del infierno; se ve al que lleva pintado en la cara el desamor que bulle como agua hirviente del interior, al de la amargura biliosa que nada bueno acepta, al que muestra el dolor sin posibilidades de consuelo, a la imponderable careta de la política que a todos abraza con hipocresía , a los que justifican los desmanes aprobando el desafuero general, aquellos que están dispuestos a cumplir las órdenes más perversas, a los que van a aplaudir a Fidel Castro el hombre de la careta principal que espera los aplausos de todos ellos en la tribuna de la plaza pública, repleta por un mar de pueblo, en el que el Comandante nada como el pez en el agua.
El camino ha estado lleno de las imágenes que rodean a la revolución, donde ahora están todos los privilegiados milicianos, activos y sangrientos revolucionarios de la historia cubana.
Alejandro se abre paso en cada garita de seguridad. Tiene en un papel la firma de Fidel. Finalmente penetra al lugar casi inexpugnable porque está fuertemente custodiado por cientos de furiosos milicianos. No encuentra cara conocida, pero no la necesita para pasar pues lleva en su sombrero un aviso de prensa que le abre paso.
Un ciudadano lanza un grito antinorteamericano cuando ve al periodista que se dirige a la tarima donde está Fidel acompañado de varios guardas de la seguridad secreta que protégé a Fidel Castro.
El líder revolucionario, el hombre de la barba y del Tabaco Haba-tampa se encuentra gozando del espectáculo. Alejandro se acerca y le estrecha la mano larga, huesuda y seca. Siente una inesperada corriente de energía fría e incómoda.
Fidel saluda sin sonreír porque casi nunca lo hace. Sabe que está siendo observado por la multitud. En ese momento todo es política y nadie puede ver en él motivo de debilidad.
El periodista es invitado a sentarse al lado de este enigma humano. Dispone solo de minutos para indagar, entonces sin pérdida de tiempo comienza su trabajo.
- ¿Comandante alguna vez ha reflexionado sobre la muerte siendo un hombre tan joven?
Fidel está en traje de campaña color verde oliva. Dice que es verde como las palmas, aunque se sabe que es rojo de la ira como el tomate. Su barba negra es abundante. Sus ojos permanecen inquietos registrando el más mínimo movimiento. Aspira el largo tabaco ” que aprisiona entre sus largos y huesudos dedos. Enrosca su boca y suelta el humo del tabaco cultivado en la Provincia de Pinar del Río.
La primera impresión del periodista es que el líder muestra desprecio por su pregunta, pero la responde:
- Para hablar de la muerte hay que primero tener una posición ante la vida. La vida en su sentido más profundo hay que ganarla y vivirla peligrosamente porque de otra manera no vale la pena. Responde Fidel con la altanería con que antes que él la dijo Benito Mussolini.
- ¿Qué siente cuando es usted el que decide por la vida de los demás?
- Eso no es cierto pero lo tomo como una equivocación de percepción. En una revolución el hombre se convierte en parte del cambio que edifica el nuevo rumbo de las cosas. La vida y la muerte solo tienen sentido cuando tienen destino social. A los que se oponen a esa determinante, la historia los juzga con rigor. Ese rigor es la justicia revolucionaria que es impersonal, pero cumple los objetivos del Estado que está obligado a defender a su pueblo.
- ¿Y el condenado a muerte de esta noche tiene tales alternativas de luchar por su propia vida? Pregunta el periodista que ya sabe que Fidel va a contestarlo todo.
- El condenado a muerte es el que se juega la vida al azar y la pierde en una mala jugada. En la política no existe el término medio. En la revolución no hay línea neutral sobre la cual se puedan parar los que no tienen bando para no comprometerse. En la lucha revolucionaria el que gana lo gana todo y el que pierde lo pierde todo.
- ¿Usted cree que tiene el derecho a imponer tal absolutismo?
- La revolución se toma todos los derechos porque es la única alternativa de poder del pueblo, responde Fidel masticando el tabaco con fuerza. Sus ojos se mueven buscando a la multitud.
- ¿Quiere explicarlo?
- Nuestras acciones son populares y revolucionarias y significan más que un poder ilimitado, no restringido por ninguna ley, absolutamente por ninguna norma, un poder que se apoya directamente en el pueblo cubano.
- Lo que usted acaba de decir es el comunismo de Lenin. ¿La Revolución cubana es comunista? Pregunta el escritor.
- Ya lo dije una vez. La revolución es mucho más que una frase, se anticipa Fidel. La violencia crea una forma legítima de lucha por el poder; la violencia es resultado de una condición humana reprimida; es un mecanismo de confrontación contra quienes están en el lugar de la historia que no les corresponde; la violencia vuelve fuertes a los pueblos si la ejercen como asepsia social. La violencia es la partera de la historia.
La gritería de la plaza pública se torna una vez más ensordecedora. Por ella la explicación de Fidel se interrumpe.
Alejandro espera y cuando la calma regresa aprovecha para expresar su pensamiento:
- ¿No cree Usted que lo que acaba de decir confirma la existencia del salvajismo de la naturaleza humana en sus formas de lucha más primitivas, cuando el hombre aplicaba la violencia porque no se había dado el consenso como determinación de acordarse los unos con los otros?
- Todo lo que el hombre ha perseguido en su evolución se ha conseguido, se consigue y se conseguirá con la violencia. Por eso la violencia aplicada a la ideología es la manifestación de la dinámica inevitable que impulsa la evolución histórica de los pueblos.
Alejandro quiere una respuesta acorde al momento que allí se vive:
- Su respuesta es conceptual. ¿Quiere ella decir que Usted ve al hombre solo como producto del colectivismo y que por ello la vida individual no tiene valor en su revolución?
El hombre de mando acaricia su barba con su mano izquierda en la que destaca un anillo de piedra ónix muy brillante. Con práctica Fidel descarga la ceniza de su tabaco lentamente.
- Se equivocan los que creen que esta es mi revolución. Es la revolución del pueblo de Cuba que cuando estuvo en la oposición prefirió la muerte a la indignidad de una prisión. Nuestros enemigos actúan mal buscando al final el perdón, cualquiera que sea su condición criminal lo que es inaceptable. Mire usted. El dolor familiar se mitiga cuando hay conciencia verdadera de que se está haciendo justicia. Entonces hay la convicción de que la pena es justa cuando el crimen ha hecho tanto daño que no es personal sino social, y por eso no permite otra alternativa que no sea la de un castigo definitivamente reparador.
En ese instante un grupo de soldados de la revolución escoltan al prisionero que va a ser sentenciado.
La turba se exalta. La masa humana se mueve, grita.
¡Paredón!¡Paredón!.
- Ahí tiene el complemento de su respuesta, dice Fidel que se levanta y saluda al pueblo que vocifera.
Alejandro observa de pie al reo, el supuesto enemigo de la revolución que camina vencido, con los pies descalzos y amarradas las manos a la espalda con unas cuerdas que le hacen daño. Su rostro cabizbajo se ha pegado a la carne arrugada de su pecho entre los huesos cadavéricos, pero se le ve avanzar con la dignidad del que sabe que va a ser sacrificado.
El escritor ve la mansedumbre del reo que no opone resistencia. Por unos instantes sus piernas se aflojan y pierden coordinación, por lo que sus movimientos lerdos tropiezan al caminar. Sus ojos salidos de sus órbitas muestran debajo las ojeras y muestran la mirada de profunda tristeza. Pálido y rígido dirige sus ojos hacia Fidel, sin esperar de él la compasión porque en ese momento acaba de saber que nunca la tendrá.
¡Paredón! ¡Paredón! grita la gente protegiendo a su líder de la más mínima señal de piedad.
¡Fidel! ¡Fidel! ¡Fidel!.,
Absorto por el entusiasmo y la gritería del pueblo enardecido, Fidel levanta el brazo en posición imperial.
Alejandro está observando al prisionero que en ese instante se desploma con su valor derrotado.
Pero a Fidel también lo transforman los hechos. La pigmentación de su piel se torna ceniza. Sus labios pierden el color a consecuencia de la profunda emoción o de una radical disminución del oxígeno en la corriente sanguínea.
Su cuerpo se alterna entre el calor y el frío, pero no suda. Se ha dicho que es de naturaleza muerta.
De pronto, su vitalidad se recupera. Su cuerpo se estira como caucho levantándose unos centímetros de la tarima. Sus ojos de león se han tornado extraordinariamente brillantes y los mueve sin cesar buscando la identidad con la turba que continúa vitoreándolo.
Fidel contradice al populacho y no habla. Reemplaza el discurso con los movimientos de sus manos de huesos largos y perfectamente proporcionados, aquellos que la historia pinta coincidencialmente finos en todos los grandes dictadores que ha tenido el mundo.
Pero hay una cosa inevitable de percibir. El pueblo y los ricos están juntos y en ese momento lo admiran, respetan la autoridad del dictador mesiánico que va a dar la orden de inmolar a otro ser humano.
La gritería, que es incontrolable, comienza a desaparecer, no por cansancio sino porque son los ojos los que ahora quieren ver y por eso la gente se calma poco a poco. Entonces una ola de silencio se extiende entre la multitud rencorosa, como si las manos de Fidel hubieran retorcido sus gargantas. El dictador hace la señal de iniciar el rito macabro.
Fidel toma asiento. El clima está mas fresco ahora .Su frente parece reflejar las luces de la plaza que acaban de encenderse iluminando la tarima porque las sombras de la noche han llegado y es hora de que el espectáculo comience con el furor del fuego en un incendio incontenible.
Con una imperceptiva señal de Fidel Castro se activa el tribunal de la justicia, el brazo derecho de la dictadura.
Un miliciano que hace parte de remedo de tribunal público, en su uniforme militar sin rango porque es miliciano, se levanta y en una hoja de papel fija sus ojos y lee a voz en cuello.
- Francisco Hernández Caparrón. El tribunal de la justicia revolucionaria del pueblo de Cuba lo ha encontrado a usted culpable de traición a la patria en conspiración con la dictadura apátrida de Batista.
El hombre separa teatralmente el papel de sus ojos para mirar a la turba que grita enloquecida repitiendo vivas y abajos. El esbirro en cámara lenta, dirige su mirada a Fidel. Espera su venia para continuar. El líder inclina la cabeza asintiendo mientras con la mano derecha acaricia su barba, una costumbre que ya es temida por todo el pueblo que sabe que así se pierde la vida en la Cuba revolucionaria.
De pronto, el silencio se rompe con un grito.
¡Paredón!
La magia de la palabra recorre todas las mentes, despierta a la multitud y devuelve el poder a las gargantas que empiezan a rugir de nuevo.
¡Paredón! ¡Paredón! ¡Paredón!!
La cabeza del reo cae de nuevo sobre los huesos de su pecho sin la más remota esperanza de salvar la vida. Su figura se encoge de miedo. En ese instante sus pantalones mugrosos se mojan y entonces cualquier crimen cometido por más horroroso que hubiera sido, se borra de la mente para dar paso a la conmiseración de los espectadores.
¡No hay paso a la debilidad! Grita una voz ante el silencio de la audiencia.
- El pueblo de Cuba ha hablado, grita la voz cantante del miliciano que representa la justicia. Que se cumpla su sentencia inapelable, ordena el soldado al pelotón de fusilamiento.
La gritería se vuelve locura.
¡Paredón! ¡Paredón!
Alejandro se ha visto obligado a guardar silencio ante la gritería del pueblo que ahora y nuevamente pide a Fidel que hable, que se comprometa con el fusilamiento.
En muchos de los relatos que había leído sobre la revolución cubana, en las fotografías que había visto de tantos muertos, en el sufrimiento filmado en la televisión, nunca había sentido nada parecido a la dura realidad de ese instante. La impotencia estrangula entonces los sentimientos inútiles y siente que se ahoga.
El condenado es trasladado en ese momento y colocado frente al paredón.
Fidel hace su papel en el drama. Sus ojos vivaces están concentrados ahora en el condenado a muerte. Registra cada uno de sus movimientos dando la sensación de que no pierde detalle y con ello complace al auditorio que no para de gritar su odio no se sabe a qué.
Amarradas a la espalda, las muñecas del prisionero sangran. Su piel tiene el color amarillento envejecido de los cirios en las iglesias. Durante todo este tiempo ha dejado de temblar. Ya no suda. Su cuerpo está seco como las ramas muertas de un árbol en otoño. Viste una franela de hilo y un pantalón manchado por sus necesidades hechas de pie.
- ¿De qué se le acusa?, Pregunta el periodista.
- De haber explotado al pueblo.
- ¿En qué consiste ese crimen?
- En el enriquecimiento ilícito a costa del sacrificio y el hambre de sus conciudadanos.
Fidel hace un movimiento de cabeza que observan los cinco miembros del tribunal de justicia.
El que parece ser un juez en traje de campaña se levanta de la mesa y pronuncia la sentencia.
- ¡Se le condena a morir fusilado en el paredón!
La multitud enardecida repite sin parar.
¡Paredón! ¡Paredón! ¡Paredón!.
El Miliciano que está al frente al pelotón de fusilamiento se mueve y con la culata del fúsil empuja al reo.
Ahora todos callan porque el pelotón monta sus fusiles sobre los hombros. Los milicianos Son doce. Los seis primeros caen de rodillas. Los otros seis permanecen de pie y apuntan desde atrás.
El periodista no separa los ojos de la cara de Fidel que hace una señal casi imperceptible al hombre al mando del pelotón de fusilamiento.
- ¡Apunten!
Alejandro suelta ante el silencio general la pregunta.
- ¿Qué siente usted en este instante?
La cabeza de Fidel trabaja a velocidad.
- La emoción del deber cumplido, responde.
- ¿Placer?, Pregunta Alejandro.
- Es una pregunta para Freud.
- ¿Qué piensa usted de la venganza?
- La venganza es connatural al hombre. De ella solo pueden hablar los sobrevivientes.
La entrevista se ha suspendido.
El silencio que se impone sobre la turba obliga a que Fidel levante la cabeza.
En ese preciso instante algo parece suceder en “El paredón”
El reo ha hablado para pedir que le quiten el trapo negro que lleva sobre sus ojos. Sin consultarlo un miliciano le concede la que es su última voluntad.
Entonces el reo da la orden de su propio fusilamiento.
- ¡Apunten!, ¡fuego!
La boca de los fusiles produce múltiples detonaciones.
La turba que ha visto ese acto de valor guarda silencio.
El periodista ya no pregunta más. Siente el dolor en su abdomen.
Varios minutos han transcurrido entre los disparos y la reacción de la gente. Entonces Alejandro guarda en el bolsillo de su chaqueta la grabación del reportaje más asquiento de su vida profesional. No está contento. Hay en su alma una sensación de impotencia y de intenso asco mezclado de con una tristeza que no sabe cómo expresarse.
Dirige la mirada al estrado buscando la figura de Fidel pero se da cuenta de que el líder avanza entre la cohorte de aduladores y rápidamente desaparece.
Un miliciano se le acerca en el momento en que el periodista intenta abandonar el lugar.
- Tengo que registrarlo, le dice.
Alejandro levanta los brazos instintivamente.
El miliciano toca sus bolsillos y siente los casetes de la entrevista con el comandante.
- ¿Qué es esto?, Pregunta el miliciano.
- Un reportaje que acabo de hacer al Comandante Fidel Castro.
- Tengo órdenes de incautar cualquier material de prensa no autorizado.
- ¿Cómo?, Responde Alejandro dando un paso atrás como si con ello pudiera dar protección a su trabajo.
Sin mediar una palabra más, dos hombres vestidos de civil, pero bien armados lo inmovilizan. Por la fuerza toman la cinta grabada.
- Se le devolverán tan pronto sean revisadas por Seguridad.
Alejandro alega, discute y pide hablar con Fidel, pero nadie lo escucha.
Pasan las horas, extendidas por la ansiedad casi hasta el agotamiento de tanto esperar la devolución del material periodístico. Para entonces Fidel vuelve a ser totalmente inaccesible.
Con sus esperanzas totalmente truncadas, se da de cuenta que ya hace parte del espectáculo tiránico porque va ahora acompañado hacia el avión por dos agentes que hacen bien su papel como esbirros del régimen.
En la salita de espera se ve obligado a reunirse con un grupo de cubanos que huyen de la Isla. Unos van a exilarse a España, otros lo harán en México y la mayoría en los Estados Unidos donde recibirán protección politica. Ya nada les pertenece. La patria ha sido secuestrada, sus bienes expropiados.Todas las libertades han sido conculcadas.
Alejandro cree poder reconstruir todo lo ocurrido a pesar de que sabe que será desmentido en todo lo que escribe por el aparato revolucionario que acababa de asumir todo el poder en la isla que hizo metamorfosis violenta hacia el comunismo.
Al momento de abordar el avión hay llanto. Los pasajeros solo se atreven a murmurar lo indispensable.
Allí todavía se escucha a los amigos de la revolución vitoreando el nombre del comandante Fidel Castro.
El miedo a ser llevados a la cárcel aflora en los rostros porque un pasajero acaba de descubrir un piquete de soldados.
-¡Los Milicianos!
Sentado en la silla de una de las ventanillas del avión, Alejandro aprieta su cinturón de seguridad sobre su estómago que actúa como si estuviera lleno de mariposas. En ese momento siente que lo doblega un malestar incontrollable. Su cuerpo hace un giro brusco buscando de dónde proviene la gritería de la turba que se acerca gritando a voz en cuello ¡Paredón!, ¡Paredón!